¡Regresión! La vergüenza de ser occidental

En fecha reciente, Andrés Manuel López Obrador, presidente de México, exigía al Rey de España que pidiera perdón al pueblo mejicano, en nombre de la Corona, por el descubrimiento de América, como si tal acontecimiento hubiera sido una catástrofe. Poco después, Carmen Calvo Poyato, actual vicepresidenta y ministra de la Presidencia del Gobierno de España, pedía a un historiador que certificara que la hazaña de Magallanes y Elcano no fue española.

Estos dos casos son los signos más recientes de una corriente empeñada en reinventar el pasado. No es una corriente nueva. La erradicación progresiva de cualquier afirmación positiva sobre el “descubrimiento de América” se inicia hace 42 años, concretamente en 1977, en la Conferencia Internacional de las Naciones Unidas sobre la Discriminación contra las Poblaciones Indígenas en las Américas. Después, Berkeley, California, será la primera ciudad de los Estados Unidos en cambiar formalmente el Día de Colón por el Día de los Pueblos Indígenas; su consejo municipal votó el cambio en 1991 y se celebró por primera vez el año siguiente en lugar del Quinto Centenario, que era la celebración del 500 aniversario de la llegada de Colón a las Américas. «No queríamos ser el centro de una celebración nacional del imperialismo, el colonialismo y el genocidio», declaró uno de los activistas que hicieron posible la sustitución de una celebración por otra.

Dos años después, Santa Cruz, California, se unió a Berkeley para reemplazar el Día de Colón por el Día de los Pueblos Indígenas. Más tarde, en 2014, se sumaron Seattle y Minneapolis. En 2016 le tocó el turno a Denver, seguida por Los Ángeles, Cincinnati, Atlanta y San Francisco, entre otras. Incluso la ciudad de Columbus, Ohio, se sumó a esta iniciativa en 2018.

En la actualidad, más ciudades van añadiéndose a la lista (suman 50 en la actualidad). Sin embargo, esto no parece ser suficiente. Lo que se propone ahora es remover de los espacios urbanos los símbolos que hagan referencia al descubrimiento de América, como estatuas y obeliscos. Generalmente estas propuestas se someten a la votación de los concejales del municipio correspondiente. Y cuando resultan rechazadas, los activistas recurren al vandalismo para imponer su voluntad. Numerosos monumentos han tenido que ser protegidos o trasladados, mientras que otros muchos han sufrido las iras, en forma de martillazos o pintadas, de los “negacionistas”.

Esta negación del pasado no se limita al descubrimiento de América. Los propios padres fundadores de la democracia norteamericana están siendo víctimas del ajuste de cuentas con la historia. En numerosas universidades se promueven iniciativas para eliminar referencias, símbolos o estatuas relacionadas con Thomas Jefferson, James Madison e incluso George Washington. Una moda que se propaga sin freno.

Diríase que lo que se pretende es que Occidente, lejos de enorgullecerse, se avergüence de su historia e, incluso, pida disculpas por ella, tal y como le exigía López Obrador al actual rey de España. Sin embargo, lo más interesante es que esta negación del pasado sirve para cuestionar el presente y realizar apocalípticas proyecciones del futuro. Así, la persistencia de una intensa violencia estructural contra la mujer tendría su fundamento en el perverso devenir de Occidente. Lo que exigiría no solo ajustar cuentas con el pasado, sino promover un feminismo de tercera ola para reeducar al violento ciudadano occidental, o un ecologismo cuasi religioso, para erradicar el capitalismo, también occidental, al que se hace responsable del Cambio Climático y de un hipotético fin del mundo.

El pecado original

Visto con perspectiva, el problema no es que Occidente se muestre crítico consigo mismo. La autocrítica, es decir, el propio cuestionamiento forma parte de la tradición occidental. Es lo que ha permitido a Occidente eliminar gradualmente lo que era ineficiente, o injusto, para progresar.

Sin embargo, durante el siglo XX se produjo un cambio profundo. El trauma de la Primera Guerra Mundial supuso el arranque de transformaciones dramáticas de la sociedad, de la política y de las creencias. Un proceso que culminará en los años 60 y 70, cuando las nuevas élites occidentales abjuraron definitivamente de sus orígenes.

Fue entonces cuando el delicado proceso por el que los nuevos descubrimientos se iban incorporando paulatinamente, por el que cada generación tomaba el legado de la anterior, sus enseñanzas, y lo adaptaba a los nuevos tiempos, se quebró. Las cualidades de Occidente, como la aceptación crítica del pasado y la permanente evolución cultural, que servían para tomar lo existente como punto de partida e ir incorporando elementos nuevos, dieron paso a la idea de que la sociedad debía ser construida partiendo de cero. Un adanismo que marcará a fuego el mundo de hoy.

Así, de pronto, ya no se trataba de matizar y perfeccionar el conocimiento de los hechos, como hacían los historiadores más rigurosos, sino de reescribir la historia por completo, de establecer la creencia de que nada sucedió como nos lo habían contado. Que, desde que el hombre inventó la rueda, Occidente se echó a rodar por el camino equivocado.

Que el pasado sea percibido como un completo error es lo que permite a determinadas corrientes proyectar visiones apocalípticas del presente, como el machismo imperante impuesto por el heteropatriarcado mediante su temible violencia estructural, o del futuro, como el cambio climático antropocéntrico, con el que se vaticina el fin del mundo. Así pues, para redimirnos y evitar el Apocalipsis, los occidentales debemos romper con nuestra historia, pedir perdón por el pasado y entregarnos a quienes prometen liberarnos de nuestro pecado original.

La desconexión democrática

Según explican Roberto Stefan Foa y Yascha Mounk, en The Democratic Disconnect, hoy, como todo acontecimiento incorporado al relato ordenado de la historia, la caída del régimen soviético puede parecernos un hecho predecible, algo que se produjo tras una secuencia lógica de sucesos. Sin embargo, cuando se produjo el hundimiento, pilló por sorpresa incluso a quienes durante mucho tiempo esperaron y desearon que la caída de la URSS se produjera.

Tras décadas de aguardar el colapso y no producirse, el mundo occidental había asumido la durabilidad del régimen comunista como un hecho inevitable. Y cuando la URSS colapsó en 1989, los científicos sociales, los responsables políticos y los periodistas habían descartado esta posibilidad. Hasta los académicos más capacitados y rigurosos habían asumido el pasado reciente como guía confiable que nos asegura que los eventos extremos no van a producirse. En consecuencia, descontaron que la Unión Soviética se mantendría estable. Sin embargo, esta suposición se demostró falsa de forma repentina.

Hoy, tenemos una confianza aún mayor en la durabilidad de las democracias consolidadas. ¿Pero existen suficientes fundamentos para asegurar esta confianza? A simple vista, parece haber motivos de preocupación.

Es cierto que si tomamos el número de personas que afirman respaldar la democracia por su valor nominal, ningún otro tipo de régimen ha tenido un atractivo tan universal y global como la democracia. Sin embargo, la realidad parece mucho menos halagüeña. Esta es la opinión de Roberto Stefan Foa y Yascha Mounk.

En las últimas tres décadas, la confianza en las instituciones políticas, como los parlamentos o los tribunales, ha disminuido de manera abrupta en las democracias de los Estados Unidos y Europa Occidental. También lo ha hecho la participación de los votantes.

A medida que la identificación con las formaciones políticas se ha debilitado y la militancia ha disminuido, los ciudadanos parecen menos dispuestos a identificarse con los partidos convencionales. En cambio, votan cada vez más a los candidatos populistas o apoyan a los partidos «antisistema» que afirman oponerse al statu quo. Hasta en las regiones más ricas y estables del mundo, parece que la democracia se encuentra muy deteriorada.

Los ciudadanos están cada vez menos contentos con sus instituciones, “más dispuestos a deshacerse de reglas que tradicionalmente se han considerado como pilares de la democracia, y se sienten cada vez más atraídos por regímenes alternativos”. Pero aquí es donde Foa y Munk caen en un error que es ya habitual: limitar el problema de la decadencia democrática al fenómeno populista.

Es cierto que cada vez más ciudadanos parecen estar descontentos con sus instituciones, pero su reacción no consistiría en cuestionar en sí misma a la democracia, sino en denunciar que quienes ocupan las instituciones han cambiado sus cometidos originales por otros. Así, la igualdad ante la ley, la igualdad de oportunidades y el interés general habrían dado paso una ingeniería social que usaría la democracia como un medio para la legitimación de determinados fines que no serían esencialmente los democráticos.

Christopher Lasch

La hipótesis de Roberto Stefan Foa y Yascha Mounk es de 2016, y contrasta con la de Christopher Lasch, que en 1994 (22 años antes), identificó elementos disfuncionales en el rumbo marcado por las nuevas clases dirigentes. Así, en The Revolt of the Elites and the Betrayal of Democracy, Lasch apuntaba que “si en un tiempo fue la Rebelión de las Masas la que amenazó el orden social y la cultura de Occidente, hoy día la principal amenaza proviene de aquellos situados en la parte más alta de la jerarquía social.

Reestablecer el hilo conductor

Para Foa y Mounk, el grado de consolidación de una democracia depende de tres características clave: el grado de apoyo popular a la democracia como sistema de gobierno; el grado en que los partidos y movimientos de los antisistema son débiles o inexistentes; y el grado de aceptación de las normas democráticas.

Tal vez, si se cambiara el enfoque, cabría preguntarse si los sucesivos gobernantes de las últimas décadas habrían sido de verdad fieles a los fundamentos democráticos; si los partidos convencionales no se habrían comportado en buena medida como organizaciones antisistema, dañando la confianza en las democracias con sus sucesivos abusos legislativos; y, finalmente, si los principios democráticos no habrían sido conculcados directamente desde dentro.

No en vano, la mayoría de las formaciones políticas actuales, las que hoy se sienten más amenazadas por el populismo, parecen haber asumido que la ruptura del viejo orden occidental era algo consustancial al progreso, y que “ponerse del lado de la historia” consistía precisamente en renegar de ella, sin caer en la cuenta de que era la continuidad de ese viejo orden, con sus principios y valores, lo que consolidaba la democracia y la dotaba de sentido.

Después de todo, nos guste o no, lo que somos en el presente tiene su origen en el pasado. Como defendía Friedrich Hayek o Hannah Arendt, quien nace lo hace en un “mundo viejo”, es decir, en un mundo preexistente. Y no importa si una sucesión de generaciones acabó estableciendo sus convenciones de forma certera o equivocada. Lo relevante es que, si estamos aquí, es gracias a su devenir, es decir, porque el viejo mundo occidental progresó adecuadamente.


3 respuestas a «¡Regresión! La vergüenza de ser occidental»

  1. Cada vez que leo un artículo de estas página de «El Español Digital» lo primero que se me viene a la mente, es el altísimo nivel intelectual de los que escriben, que me quita la idea de escribir yo algo, que nunca podría estar a ese nivel.
    La falta de ética de los que detentan el poder en sus distintos niveles (miembros del Gobierno, Poder judicial, etc) está destruyendo el sistema como la carcoma se come un mueble, hasta hacerlo arena. Esta falta de ética, -y la impunidad de la que gozan quienes la ejercen-, está operando una selección «a peor» en las clases dirigentes, el hombre honrado por lo general se aparta del poder ante la corrupción reinante, y esta corrupción reinante (no sólo económica, sino también en los valores de la ética como la Justicia etc) a su vez atrae a los peores, como ocurre con las moscas.
    Felicitar al autor por tan extraordinario artículo, y a la página por publicarlo. Gracias por compartir.

    1. Estimado seguidor: pues muchas gracias a usted. Se hace lo que se puede, porque creemos que en estos difíciles momentos de España cada buen español tiene la obligación, y el derecho, pero sobre todo la obligación, de hacer lo poquito que pueda por España: un artículo, una palabra aquí o allí, pasar algo por whatsapp o… como es su caso un comentario, éste, como otros, también de altísimo nivel. Saludos cordiales

  2. Comentario recibido por correo electrónico de parte de O. T.:
    Se puede decir que como piensa López Obrador o los líderes de esas ciudades norteamericanas pensaba Chávez que nombró el 12 de Octubre como día de la resistencia indígena; esta situación que se puede calificar de ignorancia, viene de un sistema educativo cada vez más decadente en historia y valores culturales, donde campea la leyenda negra que produce los resentimientos de los factores de orígenes más indígenas y africanodecendientes de nuestras sociedades para dividir y borrando el pasado crear un nuevo orden mundial, a esto ayudan mucho los factores llamados «progresistas» punta de lanza del capitalismo salvaje y burócratas sumisos del futuro, donde la desdibujada democracia de sociedades sin una cultura positiva, volcada al hedonismo hagan realidad el sueño de esa oligarquía financiera de un gobierno mundial implantada sobre el individualismo donde poco pintará los valores del occidente cristiano, la familia y la verdadera democracia.

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