Rescate de una novela maldita: Madrid de corte a cheka

Se suele decir de los escritores Ridruejo, Edgar Neville, Foxá, Rosales, Panero, Adriano del Valle, Luís Felipe Vivanco, García Serrano, Tomás Borrás, Ximénez de Sandoval, Fernández Flores o Rafael Sánchez Mazas, ganaron la guerra pero perdieron las páginas de los manuales de literatura, que o no los estudiaban, o si lo hacían era para estigmatizarlos..
Pero últimamente se reconoce el valor literario por encima de lo político, y algunas obras emblemáticas están siendo reeditadas. Es el caso de una de las mejores novelas escritas sobre la II República y la Guerra Civil, Madrid de Corte a Cheka, escrita por Agustín de Foxá, y que voy a analizar a continuación.
Agustín de Foxá escribió esta novela casi íntegramente en el primitivo y profundo café “Novelty” de Salamanca (en plena Plaza Mayor) y lo hizo un poco a vuela pluma entre tertulias literarias y ecos del Cuartel General del Generalísimo en 1937.
La primera edición de “Madrid de corte a cheka” fue publicada en abril de 1938 por Ediciones Jerarquía en San Sebastián, aunque en la edición no se cita la fecha ni el lugar. En la portada aparece el palacio Real con una semicorona de flores y en la página siguiente dice: “Episodios Nacionales, por Agustín Conde de Foxá”, y esto quiere decir que el autor pensó continuar una serie novelesca más en la línea del Valle-Inclán de “El Ruedo Ibérico”, que de Galdós, teniendo como telón de fondo la España posterior al Alzamiento; pero no escribió más que este primer volumen.
Agustín de Foxá narra una historia de amor entre José Félix Carrillo (que podría ser un trasunto del autor), hijo de un coronel conservador, que le expulsa de su casa por revolucionario y Pilar, hija de un conde, a la que sus padres casan con Miguel Solís, linajudo y adinerado personaje, aunque calavera; pero válido para emparentar con esta nobleza arruinada.
Las peripecias de la relación amorosa se acompasan al “tempo” histórico que marcan las tres partes de la novela.
En “Flores de lis” refleja los días finales de la monarquía, que son los momentos de desorientación ideológica del protagonista, la boda de Pilar y el consiguiente despecho. José Félix durante el reinado de Alfonso XIII juega a hacer la revolución. Él y sus amigos se encierran en la universidad y se dedican a hacer gamberradas. A la hora de comer, todo se interrumpe y vuelven a casa, a la manera de los universitarios en los años 70. Tras las elecciones del 31, Alfonso XIII abdica, ante el estupor general de la familia y los allegados de José Félix, todos aristócratas o gente adinerada. Ellos y muchos otros postergan su vuelta a España tras el veraneo, expectantes ante los acontecimientos. Finalmente, todos regresan a cuentagotas, dispuestos a retomar sus vidas.
Escrita con un costumbrismo casi amable, esta parte del libro ofrece imágenes de un Madrid donde los novios pasean por un parque del Retiro recién regado y viven en casas en las que, naturalmente, hay una pianola. Aparecen calles, bares, personajes y acontecimientos fácilmente reconocibles: Chicote, Bergamín y hasta el propio Foxá.
En “Himno de Riego”, el asentamiento de la República, que marca el inicio de las decepciones políticas y de la crisis matrimonial de Pilar Rivera (nótense las connotaciones políticas del apellido), a la que solamente la existencia de su hija impedirá caer en los brazos de José Félix. José Félix se ha aburrido de la revolución, que han abrazado otros personajes más oscuros. Se suceden los episodios violentos, mientras que la aristocracia, empachada de comodidad, no se entera de nada. Un grupo de jóvenes falangistas hace frente a los revolucionarios, por los que el autor siente un desdén que no oculta. El tono del libro se recrudece, y todo estalla con el asesinato de Calvo Sotelo y el posterior pronunciamiento militar.
En esta parte de la novela José Félix se acerca a la Falange y así se narra así la composición de su himno, el Cara al sol, en los sótanos del restaurante “Or-Kompon”: “José Félix, al entrar en aquel local, iba recordando los restos de la antigua decoración debida al enano arquitecto Mercadal. Como conocedor del sitio les explicaba: -Vamos a los bajos porque allí hay un piano. Era una especie de cueva vasca, con acuarelas de Guipúzcoa en los zócalos. carros de bueyes rojos, con la lana sobre el testuz, caseros de boina, frontones, maizales y curas con paraguas, bajo los cielos plomizos de Loyola. -Hola, José Antonio, ¿qué tal, Jacinto? Allí estaba el marqués de Bolarque, don Pedro Mourlane , Rafael Sánchez Mazas, Agustín Foxá, José María Alfaro y Dionisio Ridruejo. Hablaban del “Joven piloto”, una zarzuela de Luis Bolarque y Jacinto Miquelarena. Jaleo de vasos. Trajeron chacolí, sidra y bacalao. -Vamos a hacer una sangría. Después de la cena, el maestro se puso al piano. Tocaba pasodobles y tangos. -Oye, toca ese que hiciste el otro día. Sonó una música enérgica, alegre y guerrera. -¿Te gusta, José Antonio? -No está mal. A ver, ¿cuántos poetas hay aquí?; podríamos hacer un himno para que lo cantaran los chicos. Bajó el mozo unas cuartillas y los poetas se desperdigaron por las mesas. -Tú, José Félix, dame un lápiz. Bolarque, entre la música, hacía los “monstruos”. “Adiós, adiós, el capitán se va”. José Antonio trazó el plan. -Tiene que ser un himno sencillo. En la primera parte debe hablarse de la novia, después de decir que no importa la muerte, haciendo una alusión a la Guardia eterna de las estrellas, y luego algo sobre la Victoria y sobre la Paz”.
En “Hoz y martillo”, estallido de la guerra y persecución de las gentes de orden en Madrid. El marido de Pilar (Miguel Solís) muere a manos de sus braceros, que vengan así los años de esclavitud. José Félix y su antigua novia quedan canónicamente libres para reanudar sus amores; pero son detenidos y condenados a muerte, y un antiguo falangista (infiltrado entre los milicianos, Pedro Otaño) los salva y se ponen a buen recaudo al otro lado de la frontera y después logran pasar a la zona nacional.
Los burgueses y los aristócratas se ven frente a frente con la realidad. Se suceden las redadas, las detenciones y los asesinatos. Foxá consigue que el lector sensible se indigne ante la brutalidad de los milicianos, que meten a sus enemigos en pozos, los rocían con gasolina y los queman vivos. Pero no sólo a ellos: “Ya no caían, sólo, los falangistas, los sacerdotes, los militares, los aristócratas. Ya la ola de sangre llegaba hasta los burgueses pacíficos, a los empleadillos de treinta duros y a los obreros no sindicados. Se fusilaba por todo, por ser de Navarra, por tener cara de fascista, por simple antipatía”.
Foxá refleja crudamente el intento revolucionario de aplastar toda manifestación aristocrática, sea de condición o de espíritu. Es la misma reflexión que realizó de forma teórica Edmund Burke tras la Revolución Francesa, o el Albert Camus que dice que la justicia que reclaman los rebeldes exige la suspensión de la libertad, y “el terror, pequeño o grande, viene entonces a coronar la revolución”.
Estos autores nos descubren que la mentalidad revolucionaria es vengativa, más cercana a la brutalidad que a la utopía. Como dice Foxá: “Eran creyentes vueltos del revés”.
En este ambiente hostil, José Félix madura y descubre en sí mismo valores nobles. Al igual que en la literatura de muchos de estos autores, surge la voluntad del individuo contra la represión. Antes de que la barbarie se apodere de la narración, vemos un Madrid variopinto, donde los cafés son el ágora en el que las opiniones se contraponen mediante coplas, gritos y algún tortazo.
Este es el testimonio que nos deja Agustín de Foxá sobre el Madrid de principios de los años 30, tan diferente a al mundo de hoy, donde en nombre de la corrección se rescinde la libertad de expresión. El lector que sienta interés por la literatura de la Guerra Civil hará bien en leer este libro (también a Max Aub o a Arturo Barea) y sacar sus propias conclusiones. A través de la peripecia vital y amorosa de José Félix- intelectual y político muy relacionado con las figuras de su tiempo- Foxá nos muestra la agitada vida madrileña de unos años de gran atractivo, tanto para la historia, como para la literatura.
El estallido de la guerra civil, es en la novela un eco lejano, de hecho Franco sólo sale en la última página. Al centrarse la acción en un Madrid sitiado y en manos de los sectores más radicales de la izquierda, Foxá logra poner a los falangistas como los verdaderos resistentes contra el orden establecido republicano.
La intervención de los milicianos en el asalto del Cuartel de la Montaña es reflejado en la novela así: “Las masas armadas invadían la ciudad. Bramaban los camiones abarrotados con mujeres vestidas con “monos”, desgreñadas, chillonas, y obreros renegridos, con pantalones azules y alpargatas, despechugados, con guerreras de oficiales, correajes manchados de sangre y cascos. Iban vestidos con los despojos del cuartel de la Montaña. Y entre ellos, como una visión soviética de marineros de Kronstad, los marineros de blanco, con los puños cerrados, gritando, tremolando las banderas rojas y negras de la F. A. I. Pasaban los camiones y los taxis erizados de fusiles. Un miliciano echado en el estribo apuntaba a las gentes de la acera. -¡Fuera de los balcones! Iban arrebatados, borrachos de sangre. Porque la habían visto a raudales correr por el suelo del patio del Cuartel de la Montaña. Como peleles, más de quinientos oficiales y falangistas estaban tirados en el suelo, arrugados, despojados, en mil posiciones, sobre un brazo, boca arriba, encogidos, con las cabezas ensangrentadas. Habían entrado brutalmente al ver la bandera blanca, atropellándose. Ya un grupo de guardias de Asalto llevaba en filas de dos a los rendidos. Y saltó un pocero, cogió a uno de los soldados por el pelo, y le disparó un tiro en la nuca. Cayó contraído, manchándole los dedos de sesos. Aquello enardeció a la masa. Dejaron de ser menestrales, obreros de Madrid, carpinteros, panaderos, chóferes, cerrajeros. Un sueño milenario les arrebataba. Les resucitaba una sangre viejísima, dormida durante siglos; ¡alegría de la caza y de la matanza! Eran peor que salvajes porque habían pasado por el borde de la civilización y de las grandes ciudades y complicaban sus instintos resucitados con residuos turbios de películas, de lecturas, de consignas. Joaquín Mora estaba en el Cuarto de Banderas, con los oficiales, cuando los soldados izaron la bandera blanca. -No podemos resistir -afirmaba el sargento García-; ese cañón que han puesto en la plaza de España va a derribar el cuartel. Volaba sobre ellos un aeroplano arrojándoles bombas. Cuando entraron las turbas, con un griterío de abordaje, Joaquín Mora se metió con otros soldados en una caseta de ladrillo, rompiendo el cristal del montante. La puerta estaba cerrada por fuera. Horrorizados, oían las descargas en el patio, los gritos y los estertores de los heridos, y los insultos de las mujeres. Una gritaba: -A ese que levanta el puño. No hacerle caso. Es un fascista. Se les acercó un soldado, con la angustia pintada en la cara. -Oye, se acercan hacia aquí. Los milicianos golpeaban ya la puerta. Joaquín Mora tuvo un momento de inspiración. Chilló desde dentro. -¡Animo, camaradas! Abridnos. Nos tenían encerrados. ¡Viva la revolución! Rompieron el cerrojo con las culatas. Los soldados comprendieron. Y tuvieron que abrazarse con aquellos asesinos, y cuando salieron al patio, sonreían fingiendo alborozo, en medio de los cadáveres de sus compañeros con los cráneos saltados (…) El temor se extendía por todo Madrid. Cruzaban las calles cientos de camiones, erizados de fusiles. Empezaban los registros; la angustia y el martirio de la ciudad”.
A lo largo de la novela aparecen personajes reales que figuran con sus nombres y con los cargos que ocupan, a quienes Foxá describe con dos o tres trazos.
Este es el terrible retrato de Manuel Azaña: “Era árido y de metáforas apagadas. Se veía la carga enorme de rencor y desilusión, que era su motor y su fuerza. Era un lírico del odio, un polemista de la venganza”.
No mejor parado deja a Santiago Casares Quiroga: “Era huesudo, seco, de sudor frío, con esa crueldad enfermiza de los hombres cuyos pulmones están mal oxigenados. Le entusiasmaba la ferocidad de la “mantis religiosa”.
Frente a estos gobernantes se alzaba, serena, la figura de José Antonio Primo de Rivera y sus falangistas: “Era un muchacho joven, guapo, agradable. Tenía la voz un poco nasal y exponía las ideas con justeza jurídica. Usaba metáforas brillantes”.
Aparecen, también, con sus nombres reales intelectuales y artistas del momento, a quienes retrata con justeza.
Esto dice de Ramón Gómez de la Serna en su tertulia de Pombo: “Se levantaba rechoncho, con su pipa de cenicientas brasas, la chalina de seda moteada y la voz chillona.
De Federico García Lorca dice: “Era moreno, aceitunado, de grandes pómulos, gran calavera y cara redonda (…), presumía de gitano. Era un magnífico poeta”.
A José Bergamín lo describe así: “Católico-marxista y sobre todo un pequeño miserable (…) Era un alma malvada y miserable, que amaba lo deforme, y llenaba de podredumbre sus revistas”.
La novela es netamente urbana, teniendo como escenario de la crónica, la trama y los acontecimientos la ciudad de Madrid. El centro, el barrio de Salamanca y el acarreo humano de los barrios extremos, principalmente Cuatro Caminos y Tetuán son los lugares más transitados por los personajes reales y ficticios. De tal forma esto es así que el gran protagonista colectivo de la novela es la ciudad de Madrid con sus gentes, la aristocracia decadente, la clase media y el proletariado. Solamente en las vacaciones estivales la trama se aleja de Madrid, porque los aristócratas pasan las vacaciones en San Sebastián, San Juan de Luz y Biarritz, mientras que la clase media veranea en la Sierra (Cercedilla y aledaños). En el veraneo de 1931 los aristócratas prolongaron las vacaciones para ver si pasaba la “nicetada”(don Niceto Alcalá-Zamora, Presidente de la República), pero tuvieron que regresar al Madrid democrático, que había recuperado el liberalismo suprimido por primo de Rivera en 1923. Nuevamente en el verano de 1936 la familia de José Félix y otros aristócratas y terratenientes se van de vacaciones a Portugal: Lisboa y alrededores. Y al final de la 3ª parte José Félix y Pilar salen de Madrid para Valencia, cruzan la frontera francesa y luego pasan a la zona liberada por Irún y se incorporan a la toma de Madrid.
En cuanto al tiempo, Foxá narra los hechos acaecidos desde los estertores de la dictadura del general Dámaso Berenguer, los años de la República hasta septiembre de 1937 en Salamanca, donde firma la novela. Son pues 8 años convulsos de la vida de España, donde transitan los personajes reales y ficticios que forman la trama.
En la novela, Foxá maneja en la primera, e incluso en la segunda parte, una prosa poética que da cuenta del fin de una época con una mezcla de alegría pero también de tristeza por las cosas que no volverán.
Lo que más sorprende es el conocimiento que Agustín de Foxá tenía de la situación del Madrid republicano: están los asesinatos de la Modelo, la checa de la Casa de Campo, García Atadell, el teniente Moreno, uno de los asesinos de Calvo Sotelo y que dice en la novela que se fue a la sierra buscando la muerte.
El valor de Madrid, de Corte a checa reside en que nos muestra con toda su crudeza la manifestación de la justicia rebelde. La narración es partidista pero también apasionada y conmovedora. El testimonio del horror saca la novela del ámbito de lo cotidiano y la enmarca en cierta literatura propia del siglo XX que trata sobre la arbitrariedad totalitaria, más cerca del desafío de Solzhenitsyn que del absurdo de Platonov, de la esperanza de Semprún que de la desesperación de Primo Levi.
Ninguneada por cierto sectarismo profesoral, de la novela de Foxá ha escrito Trapiello: “Aprovecha, desde luego, el esperpento, y negarle méritos de acción, lenguaje y cuadros vivísimos, sería absurdo. Salen todos: literatos, políticos, vesánicos, idealistas, aturdidos. Logreros y pisaverdes, rumbosos y feriantes. Con nombre y apellidos. Cientos. Es un cuadro de época, equivocado o no, de primera mano”.
Para MejorYMasEficiente

En este fragmento que transcribo a continuación, de una carta que Agustín de Foxá escribió a su hermano durante la guerra creo que está la foto fija de lo que fue el Madrid rojo, y la justicia roja (que imponía penas de muerte en estado de embriaguez, risotadas y cajas de cerveza). Al leerla uno puede ver con toda nitidez el rostro malvado de muchos personajes no sólo de entonces sino de ahora mismo: la Vicepresidenta Carmen Calvo está retratada con una nitidez que sorprende, Pablo Iglesias, Echenique, Perro Sanchez, Adriana Lastra… están todos, también los Fiscales del odio, -del odio que ellos sienten-, y los miembros de la Justicia roja, aquella y la de ahora, Carlos Lesmes, Conde Pumpido, Marchena, Pablo Lucas, Juan José Torres-Fernández y demás camaradas, están todos, no falta ni uno solo. Por estar está hasta el General Santiago, el de la monitorización de la redes, y Ceña Coro, y el teniente ese de la Gc que es muy chuleta y muy valiente con las señoras que intentan ir a misa en el Valle de los caídos. Y por supuesto está retratada la sociedad, aquella como la de ahora, que hizo posible esta amarga y mísera realidad. Sólo hay una diferencia. Los curas de entonces y los de ahora. A aquellos los mataron sin conseguir ni una sola apostasía. A los de hoy no haría falta matarlos porque ya desertaron de Cristo hace ni me acuerdo los años.
Este es el fragmento:
“La vida en Madrid es espantosa. Ya han fusilado a más de 12.000 personas. Aparecen los cadáveres en las tapias del cementerio, en los alrededores de la Plaza de toros de Tetuán, en los Altos de Maudes y en la Moncloa, como en 1808. En la Pradera de San Isidro, las hijas de los chisperos y las manolas acuden a las cuatro de la mañana para ver los fusilamientos rodeadas de sus críos. Cuando el reo dice una frase arrogante, le aplauden como si diera una bella verónica. Al hijo de Güell le dieron una gran ovación porque murió gritando “¡Viva Cristo!”. A los cobardes les silban como a los toros mansos. Se han apoderado de todos los palacios y los han convertido en radios comunistas o en ateneos libertarios. En el Círculo de Bellas Artes funciona la gran checa roja. Un tribunal grotesco en mangas de camisa -risotadas y cajas de cerveza- juzga sobre la vida y la muerte en medio de un bazar de hogares violados.(…) Por las calles los coches de la FAI, terribles, ocupados por bandidos, flameando la bandera pirata, roja y negra, sobre los faros. Me he mudado cuatro veces. Hace veinte días una radio comunista se incautó de la casa de Atocha. (…) Los últimos días dormí en el Ministerio. Han fusilado al padre Miguel, de los Marianistas, y a los dos hermanos de Andrés Saénz de Heredia.
No ha quedado un cura ni una iglesia. La nuestra ardió en los primeros días. En la de San José han vestido al Niño de la Bola de miliciano; en Santa Cruz hay un centro gastronómico. Es todo un símbolo del marxismo materialista: sacos de patatas y jamones en los altares de los arcángeles. En la Iglesia del Carmen se exhiben las momias de los frailes en posición obscena sobre las de las monjas. Hay al día de 80 a 100 fusilamientos”.
Carta de Agustín de Foxá, a su hermano.
(Torcuato Luca de Tena “Papeles para la pequeña y la gran historia: memorias de mi padre y mías”, Editorial Planeta, página 230 y ss.).
A esto que Foxá describe con maestría en esta su carta, hemos vuelto. No es una novela, ni un pesadilla que con alivio desaparece cuando despertamos y miramos la hora que es con la poca luz que en la noche nos entra por la ventana, sino que es la realidad de la España en la que estamos ahora mismo.
Alguien dirá, hombre todavía no hemos llegado a esto. No lleva razón, a lo de «risotadas y cajas de cerveza» hace mucho que ya hemos llegado, porque la justicia roja que tenemos hoy, a lo mejor no consume las cervezas en el estrado pero se comen un chuletón de Ávila nada más salir de la última fechoría, pero en lo fundamental de negar la tutela judicial efectiva y servir de herramienta de iniquidad, es la misma, y si no que se lo pregunten al Abogado de la familia Franco, si hay o no «risotadas y cajas de cerveza» en las sentencias sectarias que dictan los jueces del comunismo y la masonería. O que se lo digan a los de Blanquerna por un empujón y los separatistas catalanes por cientos de miles de agresiones infinitamente más graves en su golpe de estado ni los han molestado, y los cabecillas, en dos años ya están en la calle. Del caso Royuela ya, ni hablamos.
Y en cuanto a los asesinatos, entonces era Margarita Nelken la que pedía a los milicianos en su famoso artículo «de los frívolos» que no sólo había que matar a los hombres, a los falangistas, etc, sino que había que matar también a las mujeres de los «fascistas». Hoy es Carmen Calvo la que pide a través de la Ley de «Memoria Democrática» cárcel para los «fascistas» y expulsión de la función pública para los funcionarios que no sean del partido. A todo llegaremos, es cuestión de tiempo, y de jueces y fiscales como los que tenemos entonces y ahora.
Es la famosa «legalidad republicana», la de entonces y la de ahora que la han vuelto a retomar, gracias a la contribución de todos (del PP que ha dado lugar a esto con su permanente cobardía y complicidad con el PSOE y los separatistas, del Rey que a sabiendas de lo que se venía encima no ha dudado en proponer a Perro Sánchez a la Presidencia del Gobierno con lo que eso significaba, de los jueces corruptos, valga la redundancia, y todos los demás), cuya foto fija es el cadáver de Calvo Sotelo tumbado en una camilla del Instituto de Medicina Legal de Madrid con dos tiros en la nuca, ante la mirada desolada del Médico Forense. Sacado de su casa a las tres de la mañana mediante engaño, por la propia policía roja del Gobierno, aquella como la de ahora, igual de roja e igual de servil, con el pretexto que lo tenían que acompañar a la Dirección General de Seguridad. Lo cual era manifiestamente inconstitucional, porque Calvo Sotelo era Diputado a Cortes, jefe de la oposición, y no podía ser detenido (y menos en la cama durmiendo) porque gozaba de inmunidad parlamentaria. Fue subir al coche de policía y ocupar su asiento, que desde atrás le pegaron dos tiros en la nuca, la propia policía, según el método de Félix Dzerzhinski, como se enseñaba en la Academia de Frunze en Moscú.
El colmo de la doblez y de la hipocresía del Gobierno rojo fue que mientras Margarita Nelken escondía en su casa a parte de los asesinos, el Gobierno, para aparentar de cara a la galería cierta legalidad, encargaba la investigación del asesinato a los propios oficiales de policía que lo habían perpetrado, para asegurar así que nada se averiguara. Y Franco es un canalla y un golpista, por lo visto, porque se levantó contra estos malhechores, y contra esta «legalidad republicana» de pistoleros asesinando a las 3 de la mañana prevaliéndose de su condición de policías y de la impunidad que otorgaba el Gobierno rojo y la justicia roja. Y ahora llega Carmen Calvo, da el discurso sectario como en 1936 y el profesor de Instituto que no pase por el aro de la versión oficial de los asesinos ya sabe que debe ir recogiendo la mesa porque lo echan de funcionario. Esto está pasando en el Reinado de Felipe VI, y con un Poder judicial que debería parar esto pero que no lo hace porque ha desertado del art. 117, 1º CE. Luego que no digan dentro de 70 años que lo de ahora era Estado de Derecho, porque por muchos collares que se pongan los Magistrados para hacer el paripé en la apertura del año judicial, esto es cualquier cosa menos «Estado de Derecho», esto lo que es, es «Madrid, de corte a cheka».
¡ Chapó !, don «Kevlar».
La mayor equivocación del franquismo ha sido, probablemente, haber creído que era posible la reconciliación con los hijos adoptivos del padre de la mentira; cimentándola, además, sobre el ocultamiento de la verdad histórica a la mayoría de la población.
Ahora estamos recogiendo, abundantemente, sus amargos frutos. Por algo dicen que el camino del Infierno está empedrado de buenas intenciones.
Hace unos años, el diario EL MUNDO «republicó» esta magnífica novela, en una colección de libros que editaba, y que pdían adquirirse conjuntamente con el diario, a un precio muy reducido, promocional.
Yo dispongo de ella, y desconozco si la citada editorial sigue teniendo ejemplares disponibles, que es muy posible…, para las personas interesadas, pues mucho me temo que esta novela pronto formará parte del ÍNDICE DE LIBROS PROHIBIDOS POR EL DESGOBIERNO SOCIALCOMUNISTA DE LA EXESPAÑA…
¡¡Muchas Gracias!!
Tengo la edición del año 2.0006, editorial Ciudadelalibros.
Y por este brillante artículo y los comentarios de los Sres Kevlar Steiner y Ramiro …,
voy a releer otra vez el libro con una perspectiva diferente.
Cuando se lee este libro por primera vez sin saber el «contexto» del autor, el lector puede perder interés en esta gran obra de novela-histórica.
Alfonso XIII salió por Cartagena, pues no tuvo cojones para afrontar la situación: el supuesto triunfo (amañado) de las ELECCIONES MUNICIPALES, QUE NO GENERALES, por los partidos de izquierdas.
Dijo que lo hizo para evitar una guerra civil, y derramientos de sangres, pero con su cobardía nos llevó a ambas situaciones.
Su nieto, EL DEMÉRITO, salió corriendo, eta vez en avión, rumbo a los Emiratos Árabes Unidos, dónde no hay extradicción con España…, y por razone que desconocemos, por ahora, pero todos intuimos.
Dios mío, ¿QUÉ HEMOS HECHO PARA MERECER A ESTOS BOBONES?