Resucitar muertos
Esta semana hemos escuchado dos significativas epístolas y dos magníficos Evangelios; mejor decir divinos.
En dichas epístolas, Elias y Eliseo resucitan sendos muertos: aquél, al hijo de la viuda de Sarepta (1 Reyes 17:8-24), éste al de la sunamita (2 Reyes 4:8-6:23); Nuestro Señor, al único hijo de la viuda de Naín (Lucas 7:11-17) y a Lázaro (Juan 11:38-44); resurrección, esta última que sería la definitiva gota que colmaría el vaso de la inquina de sus enemigos.

A simple vista puede que no se aprecien diferencias, pues en todos ellos lo que se nos describe son resurrecciones de muertos… pero hay diferencias, vaya que si las hay, y esenciales, sobre las que queremos llamar la atención del lector.
Aunque tanto Elías como Eliseo resucitan sendos muertos, la descripción de ambos pasajes deja claro que para ello tienen que realizar una serie de complicadas maniobras de las cuales se deduce fácilmente que en dichas proezas ellos no son más que herramientas, en este caso de Dios.

En las resurrecciones que lleva a cabo Jesucristo, le basta una sola palabra para que ambos muertos vuelvan a la vida; el caso de Lázaro reúne, además, características sublimes, porque debido al tiempo transcurrido desde el óbito ya olía.
Es decir, que mientras que dos seres humanos, Elías y Eliseo, son capaces de resucitar muertos, lo hacen sólo por el poder y gracia de Dios, mientras que a Jesucristo, que es hombre, pero también Dios, le basta una simple palabra, un mandato, para volver a la vida a cualquier ser humano.
Nuestro Señor da así una incuestionable prueba de que Él, es Dios, de que Él hace lo que hace por Sí mismo, de que tiene el poder sobre la vida y la muerte per sé. Además, Jesús realiza el portento mediante la palabra porque Él es la Palabra, la Palabra de Dios, por Quien todo fue hecho y sin Quien nada se hizo.
Finalmente, tras su muerte en la cruz, y como había anunciado con absoluta claridad y contundencia a los apóstoles, Él, y sólo Él, se resucitará a sí mismo.
Animamos al lector a leer los cuatro pasajes con atención. Le animamos a que medite las características de cada uno de ellos y a que, a continuación, que profundice, en su interior y ante el Santísimo, lo que aquí le hemos desvelado, porque con toda seguridad obtendrá grandes beneficios espirituales derivados de conocer, una prueba más, de la divinidad de Nuestro Señor, de su omnipotencia, de que para Él no hay límites y de que ¡Quién como Él!

Recemos para que Nuestro Señor realice dos grandes resurrecciones de las que nuestro tiempo está especialmente necesitado: la de la Iglesia Católica y la de España; que, si todavía no están completamente muertas, si parecen encontrarse en animación suspendida.