Roque Cruz Navarro: héroe anónimo… hasta hoy, en que merece dejar de serlo

«La posibilidad de la vida de un ser humano debería ser respetada. Considero que nadie tiene el derecho a decidir sobre ella. Si mi madre hubiera abortado mi nacimiento, debido a las circunstancias que vivió en su tiempo, me habría negado la opción de nacer y vivir mi vida, con todo lo que con ello conlleva. Hoy puedo contarlo aquí, gracias a que no lo hizo. Esto también hubiera afectado a mis hijos, que no habrían tenido la oportunidad de nacer. Mi vida fue muy dura, tuve que superar graves y muy dolorosas situaciones, y a pesar de lo sufrido y vivido, considero que sí valió la pena nacer y vivirla» (Roque Cruz Navarro).
La vida nos da sorpresas y, a veces, maravillosas e increíbles que no podemos ni desaprovechar, ni guardar para nosotros, sino que es obligado compartir con todos aquellos hombres de buena voluntad; porque son, además, dichas sorpresas un soplo de aire fresco en un mundo y una sociedad que no deja de… apestar.
Por circunstancias que no son al caso, pero de lo más banales, hemos tropezado ¡y qué gran tropiezo! con la vida y la heroicidad de un español de pro, de raza, de un compatriota que con su existencia da fe de que España da todavía hijos de los que una madre tan sublime como ella se tiene que sentir orgullosa hasta decir basta. Este es el caso de este héroe anónimo hasta ahora, porque nosotros, aún en nuestra humildad, queremos hoy sacarle de ese injusto anonimato refiriendo, aún con la brevedad que un artículo impone, su ejemplo que lo es para los españoles de hoy y del mañana.

Nuestro héroe se llama Roque Cruz Navarro. Hijo de Rosario Cruz Navarro, quien le trajo a este mundo un 17 de Abril de 1946 en el hospital de las Cinco Llagas de Sevilla en circunstancias muy difíciles porque Rosario, que había perdido a sus padres en un bombardeo durante la guerra, había quedado embarazada sin estar casada, siendo abandonada por su pareja de quien nunca más se supo. A punto de dar a luz, tuvo las agallas de trasladarse de Córdoba a Sevilla, ciudad en la que recordaba tener algún familiar que tal vez pudiera acogerla, pero no hubo tiempo porque el bebé tenía prisa por nacer, motivo por el cual, ayudada por buenas personas que la trasladaron en un coche de la estación al hospital citado, pudo llegar in extremis y tener un feliz parto asistida por las Hijas de la Caridad que entonces regentaban dicha institución hospitalaria.
Tras unos días de convalecencia, Rosario, desamparada en la vida que hasta el momento no la había tratado nada bien, tomó la que sin duda fue la decisión más difícil, dura y amarga de su existencia, y se marchó del hospital a escondidas, dejando una nota a las monjas en la que les daba cuenta de no poder hacerse cargo de su querido hijo, rogándoles que cuidaran de él, que sabía que quedaba en buenas manos y que lo único que les pedía era que le bautizaran con el nombre de Roque. Aquí comienza, con ese primer abandono, con la soledad de quien queda sólo nada más nacer, la vida heroica de Roque Cruz Navarro, a quien se puso el nombre que la madre quiso y se dio los apellidos de ella por desconocer los del padre, siendo bautizado el 20 de Abril de 1946 por D. Julián, el capellán del hospital, teniendo en sus brazos al chiquillo Sor María y como madrina a Dña. Francisca, la supervisora del centro. Entró así Roque en la Iglesia, quedó por ello bajo la mirada atenta y amorosa de Nuestro Señor que tenía reservado para él una gloria especial, bien que de esas que sólo otorga a los héroes, como le sucedió a Él mismo, o sea, de las que se alcanzan con la condición demostrando ser capaz de beber el cáliz, de caminar hacia el Calvario y de subir a la cruz, pues sólo por el sufrimiento se llega a la Gloria, tanto en lo espiritual como en lo humano.
Del hospital pasó Roque a la Casa Cuna, institución benéfica estatal regida también por monjas, lugar en que Roque sintió un día, de repente, la mirada y la ternura de su madre, sí, de Rosario que acudió a la institución un año después para recuperar a su hijo. Y allí, tras un brevísimo trámite, Rosario salió con Roque de la mano el cual daba sus todavía inseguros pasos mirando como sólo a esa edad saben mirar los niños: no tanto con los ojos como son su constante sonrisa inocente, verdadera, toda confianza y bondad.

Pero la alegría de Roque duró tan sólo dos años, porque Rosario, embarazada de nuevo, decidió devolver al niño a la Casa Cuna por no poder alimentar a dos, a él y al que iba a llegar. De nuevo decisión dolorosa, de nuevo Roque sólo en un dormitorio lleno de otros niños como él, sólo que ahora la sensación de abandono se hizo más patente en toda su dureza porque incluso en su corta edad se daba cuenta de que la calidez de los días pasados junto a su madre se tornaban fríos como el hielo. Sólo mucho después supo que efectivamente tuvo una hermanita a la que se llamó Rosario, la cual fue entregada a Manuel, su tío, y a su mujer, Amalia, que por no poder tener hijos la recibieron como agua de Mayo.

En 1951 Rosario volvió a por Roque y volvió a llevarse al crío que había pasado ese tiempo mimado por unas monjas entregadas a los niños que, por su condición y votos no podían tener, lo que no disminuía, sino incluso aumentaba, su instinto materno, de ahí sus cuidados y desvelos para todos los desamparados por ellas acogidos. Con su madre de la mano y un juguete (una vaquita) que le había comprado, Roque abandonó Sevilla para trasladarse a Córdoba, su ciudad natal, donde Rosario venía trabajando en una panadería desde que le dejara por segunda vez en la Casa Cuna.
En Córdoba, al poco, Roque cogió la tuberculosis, por entonces enfermedad muy peligrosa y aún endémica a pesar de los grandes esfuerzos que el Gobierno hacía para erradicarla desde 1937, aún en plena guerra.
Tras salir del hospital, el 6 de Octubre de ese mismo año de 1951, de nuevo Rosario tomó al muchacho, se subieron a un tren y otra vez de vuelta a la Casa Cuna sevillana porque, de nuevo Rosario había decidido abandonar al niño, sólo que esta vez, como lógicamente no iban a acogerlo, Rosario lo dejó en la entrada de madrugada, antes del amanecer, tocó al timbre y se alejó observando a escondidas lo que ocurría que fue, claro, que Sor Juana salió a la puerta y, reconociendo al niño, lo tomó de la mano y lo metió dentro, bien que con una expresión de asombro y disgusto en su cara por no entender lo que Rosario hacia con su hijo. Tenía Roque tres años y ya había sido abandonado dos veces y estaba además afectado por la tuberculosis a la que no obstante conseguiría vencer.

En 1954 terminaron para Roque unos años, los de su nuevo paso por la Casa Cuna, que fueron de felicidad gracias a los cuidados de Sor Juana y demás hermanas. Años también de aprendizaje a leer, escribir y otras cosas que poco a poco iban preparando a Roque para lo que llevaba dentro. Ese año, Roque pasó al Hospicio de San Luis –su nombre era Residencia y Escuelas de artes y oficios de San Luis– para niños abandonados.
Sus vivencias en el hospicio no fueron las mejores, ni las más indicadas para formar adecuadamente a un niño, pero Roque era especial y, aún con recuerdos dolorosos por la estricta disciplina imperante, supo hacerse un hombre, forjar su carácter y aprender; fueron también los años de pubertad, de rebeldía y «del pavo», etapas de la vida que deben pasarse y que, según se pasen, apuntan a lo que uno va a ser en el futuro. Son esos años en los que sin saber en realidad nada, se cree uno que lo sabe todo. También cuando el hombre decide entre dos caminos contrarios y contrapuestos, entre lo derecho y lo torcido, y en qué grado. Años también de pillerías, buenos amigos y algún que otro enemigo, de peleas y abrazos, y de muchas y grandes vivencias o simples anécdotas para recordar siempre, aunque también para olvidar. En fin, la vida que poco a poco, con su paso lento, pero también rápido y fugaz, hace al hombre… o lo deshace. A quien nunca olvidó Roque de aquellos años fue a D. Marcelino Camacho Leiran, profesor de música –salvado in extremis de ser fusilado por un Teniente nacional que había sido alumno suyo–, arte que supo trasmitirle junto con su bondad y buen hacer, persona de la que cada día sigue acordándose y deseándole haya tenido lo mejor en el más allá, pues se lo merecía, del cual obtuvo uno de los mayores regalos de su vida, de su dura vida, que fue el amor por la música, así como aprender a tocar algunos instrumentos, si no como un experto, al menos lo suficiente para incluso hacerlo en público. De él, además, Roque ha conservado siempre una última imagen imborrable: la de D. Marcelino en su lecho de muerte al que mandó llamarle porque era tanto el aprecio que tenía por el chaval, que no quiso irse de este mundo sin despedirse de él, así que Roque fue llevado del hospicio a la casa del profesor quien con gesto tan entrañable le dio su más importante lección: la del verdadero afecto, cariño y amistad que une a los hombres de bien en la Tierra y no los separa nunca, ni siquiera en el más allá.

Eso sí, en el recuerdo de Roque, siempre su madre, Rosario, imborrable, recuerdo mezcla de amor y de ira según el día, porque nunca llegaba a entender, siquiera a atisbar, los motivos de su comportamiento; y siempre una mirada de soslayo a la puerta del hospicio con la esperanza de que volviera, una vez más, a por él, y que fuera para siempre, lo que no se produjo ya nunca porque… ¿tal vez había fallecido?
Roque abandonó voluntariamente el hospicio con 16 años. La propuesta del administrador del mismo fue que, por ley, a partir de tal edad y puesto que nadie le había reclamado, permaneciera en el hospicio como «residente» encargándose de algunos trabajos, pero Roque no quiso y se marchó tras firmar su baja voluntaria.

Su primera intención fue buscar a su madre. Para ello no se le ocurrió otras cosa que dirigir una petición a Alberto Oliveras, director del por entonces conocido programa radiofónico «Ustedes son formidables» al cual contó su historia, bien que no la consideraron lo suficiente como para emitirla, según le dijo en una atenta carta dicho señor.
Al cumplir los 18 años, Roque volvió al hospicio para recoger los papales necesarios para tramitar su DNI, así como el pasaporte pues había decidido emigrar a Alemania en busca de mejor fortuna. Fue la última vez que atravesó aquella puerta. Pocos años después el hospicio fue demolido.
Pero antes de partir para el extranjero, le llegó a Roque la obligación de cumplir con la Patria, de hacer la «mili», el servicio militar. Y es aquí donde Roque va a dar su mayor do de pecho, era donde iba a demostrar ser capaz de, tras su largo calvario, subir a la cruz y, con ella, a la gloria reservada sólo a los héroes y más aún a los que, como él, son capaces de guardar su heroicidad en el anonimato, gesto supremo del cual hoy queremos nosotros sacarle, al tiempo que hacer de estas pocas y pobres letras un homenaje, porque lo que le pasó a Roque en la «mili», y más aún su reacción y posterior devenir, es lo que nos llamó la atención, nos emocionó e impulsó a dar publicidad a su gesta que dura hasta hoy.
Soldado de reemplazo en el C.I.R Nº 4 ubicado en 1968 en Obejo (Córdoba), tuvo la mala suerte de que en unas prácticas con granadas de mano, una de ellas dio síntomas de que iba a explosionar de repente por su mal estado, lo que advertido intuitivamente por Roque, y ante la posibilidad de que su explosión afectar a sus compañeros, le impulsó a cogerla con su mano derecha donde, la muy traidora explosionó sin darle tiempo a arrojarla, perdiendo la mano de cuajo y al instante, resultando afectada también su pierna derecha. Las heridas, gravísimas como se puede imaginar, tardaron mucho en curar. Quedó manco para siempre Roque, y tan joven. Aquel día subió a la cruz de su vida. Todo pareció llegar a su fin. Todo acabarse. Nada permitía a Roque tener esperanza alguna. Había sobrevivido pero… ¿para qué? Pues… para la gloria, y a la misma altura que la de otros tantos mancos que ha dado nuestra sin par historia, como Blas de Lezo, Cervantes o Millán Astray.
Porque Roque no sólo superó el dolor de sus graves heridas físicas y aún el de las peores, las psíquicas, sino que se superó incluso a sí mismo.
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Aprovechando su ingreso en el cuerpo militar de mutilados, pues lo suyo fue en acto de servicio, y la pensión que comportaba –aquel Ejército nunca abandonaba a sus «caídos»–, Roque, quien de siempre había dibujado muy bien, quien tuvo siempre un sexto sentido para la pintura, su pasión escondida, se puso manos a la obra y con el tesón propio sólo de nuestra raza, con el valor de un español de pro, educó a su mano izquierda de forma que ha llegado a convertirse en un extraordinario pintor y gran profesional de ese maravilloso arte que tanta belleza nos regala. Además, su bondad y carisma le permitieron ganarse el amor y cariño de una buena mujer, de una de esas que son realmente irrepetibles, con la que se casó y con la que ha tenido sus hijos, hoy personas de bien que son todos ellos, mujer e hijos, junto con sus cuadros, su merecida recompensa, su gloria, la que ha alcanzado, como sólo pude ser, y en proporción, a su calvario y cruz.
Insertamos a continuación como botón de muestra algunos de los trabajos de este gran artista y español, aconsejando, no obstante y vivamente, que visiten su web AQUÍ la cual les sorprenderá.
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Gracias al autor y, por supuesto a Roque por esta maravillosa Historia de un Hombre de HONOR.
ESPANA por CRISTO
Acojonante historia.
Tremenda debería haber dicho, pero no lo rectifico.
De descubrirse ante su protagonista (y nuestro editor)
Que voy a decir yo, que es mi tío pero siempre ha sido mi segundo padre. Ya que me quedé sin él desde pequeña. Mi tío fue y es una gran persona, con valores que hoy día son difíciles de encontrar. Orgullosa de ti
Yo Rosario Cruz Navarro hermana de Roque Cruz Navarro confirmo lo aquí escrito y para mi siempre fue un héroe desde que lo conocí cuando tenía 14 años, desde su accidente hasta hoy se convirtió en un súper héroe por su empeño en superar sus limitaciones, es un figura en la pintura, escritura y en la música ya que toca el organo electrónico, más muchas habilidades que sería muy largo de exponer, muchas gracias por sacarlo del anonimato
Una biografía triste y a la vez heroica .
Nunca te rindas amigo roque
Una biografía triste y la vez heroica .
Nunca te rindas amigo roque
Honor y Gloria para este héroe español.
La Historia me ha conmovido y emocionado.
Gracias por contarla, y por publicarla.
Personas asi nos congratulan con la humanidad y las personas.
Con la vida tan dura que tuvo y en vez de hundirse, con cada revés, más se creía.
Un hombre honesto, noble, honrado, en definitiva, una maravillosa persona.
Yo también tengo la suerte de ser su sobrina y él sabe que,gracias a Dios,la familia que tanto añoraba de pequeño la consiguió de adulto
La leche.
Emocionante, ejemplar… no hay palabras.
Bravo.
Vaya tío más grande. Y español tenía que ser.
Un monumento, se merece un monumento.
Y enhorabuena a la web por este servicio sin par a todos
Lo dicho: no hay palabras
Me uno de todo corazón a este magnífico homenaje tan bien merecido.
Vaya testimonio de vida, de lucha, de hombría y de bien.
Qué contenta tiene que estar su familia con este buen hombre.
Hijo de Rosario Cruz Navarro, quien le trajo a este mundo un 17 de Abril de 1946.
Soldado de reemplazo en el C.I.R Nº 4 ubicado en 1968 en Obejo (Córdoba).
Estuve en el C.I.R. N4 7 años después.
Nací un 17 de Abril 7 años después.
¡¡ Viva Doña Rosario !!
Se respiraba en Obejo un ambiente especial, ¡ahora lo sé!.
¡Gracias!.
Gracias a todos por vuestro animo, ya me hacia falta, tras mi caída y fracturarse mi único el brazo, me hacia falta creer en que aún puedo seguir pintando. La pintura ha sido el soporte que me ha mantenido firme ante los obstáculos que me encontraba. Espero y deseo que también superaré este contratiempo. Os agradezco a todos por el animo que me dais. Dios os bendiga a todos por vuestro apoyo. Roque Cruz
Gracias a ti Roque porque eres un ejemplo pata todos nosotros.
Dios ya te ha bendecido a ti y a tu familia, pero, creo que SU BENDICION es necesaria pedirla una y otra vez, Roque.
ESPANA por CRISTO
Historias que debería incluir en clases escolares, para creer en la esperanza, valores y en la vida!