Hacer tragar el sapo
Defendimos siempre que todos estaban de acuerdo: España debía dejar de existir, pero el sapo era tan gordo, feo y repugnante, incluso para ellos, que había que hacerlo tragar con calma,…
Defendimos siempre que todos estaban de acuerdo: derechas e izquierdas; secesionistas y supuestamente no secesionistas; militares, curas, policías, guardias civiles y jueces: España debía dejar de existir, había que tomarse la venganza que suponía su existencia, pero el sapo era tan gordo, feo y repugnante, incluso para ellos, que había que hacerlo tragar con calma, con lentitud, sin prisas, de forma que el pueblo español, siempre impredecible, pudiera irlo tragando.
Primero aprendieron de lo ocurrido en 1808, de lo ocurrido en 1873 —1ª República—, de lo ocurrido en 1931 —2ª República—, de lo ocurrido en Octubre de 1934 —revolución de Asturias y proclamación de la secesión catalana—, de lo ocurrido el 18 de Julio de 1936 y, más aún, de lo ocurrido durante los treinta y nueve años de gobierno del Generalísimo; y vaya si aprendieron. Se dieron cuenta de que al españolito no se le pueden vender burras de treinta años como si lo fueran de diez; que por la fuerza, a a lo bestia suele ser imposible metérsela doblada. Pero que otra cosa muy distinta es cuando se le apuñala por la espalda, con calma y poquito a poco. Entonces el españolito, que de ingenuo incluso hoy es tonto, aguanta con todo, todo lo soporta, lo sufre y lo traga, incluso el sapo más gordo y venenoso.
Así, todo lo tenían perfectamente programado para ponerlo en marcha el día después del fallecimiento del Caudillo, que por eso murió rodeado de traidores. De ahí esa vuelta vergonzosa de Carrillo y la Pasionaria y del PCE; de ahí el renacimiento del PSOE de la mano de los servicios de inteligencia del Régimen, vamos de los militares leales a Franco hasta la muerte… o sea, hasta la muerte de él, no de ellos; de ahí esa vuelta a la democracia inorgánica que ya en tantas ocasiones, principalmente durante todo el siglo XIX —ese que quisiéramos borrar de nuestra historia— no sólo fracasó, sino que nos puso al borde de la destrucción; de ahí esa Constitución de 1978 anti-católica y anti-española hasta el tuétano; de ahí la destrucción del sistema educativo y del judicial —»Montesquieu ha muerto» dijo Guerra—; de ahí la corrupción de las costumbres; de ahí el permitir la existencia de partidos manifiestamente anti-españoles; de ahí nunca acabar con el terrorismo etarra porque interesaba como pieza del plan de terror; de ahí la alimentación de los secesionismos regionales; de ahí el Estado de impunidad con todos los enemigos declarados o clandestinos de España; de ahí, en fin y por no alargar, la persecución de todo lo español, de toda idea y conciencia de españolidad, de cualquier posibilidad de que los españoles sean y se sientan españoles.
Nueva, y sin duda magistral pieza del plan, todo hay que reconocerlo, es la pantomima de la supuesta secesión de Cataluña de la forma en la que en apariencia se ha planteado. No se dejen engañar: todo es teatro; un teatro muy bien montado, complejo en su realización, con algunas salidas del guión como suele suceder, pero teatro, puro, y duro, teatro. Como lo fue el 23-F. No lo duden.
En aquella ocasión, se trató de vacunar, de estigmatizar, de sajar todo rastro de patriotismo de las Fuerzas Armadas; a las que por entonces se temía porque se sabía que había quienes podían estar dispuestos a actuar con verdadero patriotismo; bien que quedó claro enseguida que o eran muy pocos o no había nada más que tres: Tejero, Menéndez y Pardo Zancada.
Hoy ha llegado el momento, porque para eso se ha estado preparando durante treinta y seis años —desde 1981— de dar una vuelta más de tuerca, de avanzar un peldaño importante en el plan, de empujar un tanto nada despreciable al sapo en la boca de los españolitos: nos referimos a la creación de la «nación de naciones», del «país de países», de la «monarquía federal»; lo de república aún no toca con tal nombre en buena medida porque en realidad desde 1978 España es una república sólo que «coronada», si bien no hay que descartar que todo se andará si así se considera. Bajo la artificial presión secesionista catalana, que tiene de verdad lo que se ha permitido y se sigue permitiendo —nada más hay que ver cómo va todo medido, acciones y omisiones de uno y otro lado—, se va a colar a los españoles la reforma constitucional —nuevo y triunfal «consenso», la transición de las transiciones, producto del «diálogo», del «acuerdo entre todas las fuerzas sociales», que nos daremos todos los españoles rebosantes de «reconciliación», ejemplo para toda la Humanidad—, según la cual España dejará de existir de facto, de jure —bien que implícitamente ya lo ha hecho hace tiempo—, con el beneplácito y la algarabía internacional.
Y no les quepa la menor duda: los españolitos tragarán el sapo ya prácticamente en su totalidad; especialmente las nuevas y perdidas generaciones de las que poco o nada cabe esperar porque están formadas por pedazos de carne sin alma, sin cerebro, ni corazón que para eso se ha trabajado sin descanso desde hace décadas. Bueno, no del todo, porque para dentro de un par de décadas, o tal vez menos, vendrá el trágala total que ya se pueden imaginar cual es.
