¡Se bajó el telón!
Termina –felizmente- el año 2020. Con él se cierra el primer acto de la actual legislatura, la XIV desde el comienzo de la democracia y, para los que gusten de los datos históricos, la CIII desde las Cortes de Cádiz. Un anno horribilis -que dirían los latinos- ha fenecido con mucha pena, dolor y sufrimiento y, sin lugar a dudas, sin ninguna gloria.
Tres sainetes más nos van a tocar sufrir hasta que se extinga el actual periodo legislativo. El primero, el que concluye en medio de un estado de anormalidad, se inició el pasado 3 de diciembre cunado se constituyeron formalmente las cámaras parlamentarias, tras el segundo triunfo electoral de nuestro ínclito, ilustre y narcisista presidente. Me ha parecido un siglo lo vivido, y no lo digo por el aburrimiento o el tedio de los monólogos que hemos tenido que aguantar del susodicho, sino por la tragedia que venimos soportando sin más remedio que aguantarnos y comernos el marrón que nos ha caído. Me aterra y me espanta la indigestión con la que comenzaremos el nuevo acto –el segundo- de esta teatralización de lo que es una pésima representación del arte de gobernar.
Decía Platón, de manera completamente distinta a la que se ejecuta en nuestra querida España, que las desgracias humanas cesarían o cuando los políticos se convirtieran en filósofos, o cuando los filósofos ocuparan los más altos cargos públicos. A tenor de lo grotesco y zafio del espectáculo contemplado, podemos afirmar que el maestro griego estaba equivocado –al menos en parte-. Aquí, muchos siglos después, tenemos a un filósofo ocupando un puesto de una inestimable dignidad pública, la de ministro de Sanidad, Salvador Illa Roca, también disfrutamos de otro insigne ministro, de ocupación desconocida, pero muy bien retribuido trayendo y llevando una cartera en la que, con letras serigrafiadas en dorado, dice ministro de Universidades, Ciencia e Innovación, Manuel Castells Oliván, de formación sociólogo y economista. Un fantasma que apenas interviene, y cuando lo hace, profiere exabruptos de poca gracia. Podría seguir enumerando a los actores del reparto, pero son tantos que podría causarles un hastío que no pretendo provocarles. ¿A lo mejor el fundador de la Academia de Atenas no se refería a este tipo de sujetos? ¿Quizá el discípulo de Sócrates tenía otra idea de lo que era un filósofo? ¿Es posible que el maestro de Aristóteles viera la política de otra manera? Estoy convencido de que era otra visión, otra dimensión mucho más alejada de la burda farsa representada por estos pseudo filósofos metidos en faenas públicas, la que tenía el sabio de Atenas.
Me hubiera gustado que nuestro recordado pensador hubiese podido asistir a las ruedas de prensa, a los debates parlamentarios, a las comparecencias ante los medios de comunicación, o escuchar las entrevistas de nuestros servidores del Bien Público. Se quedaría estupefacto, anonadado y profundamente perturbado.
El sainete puesto en escena alcanzaría su clímax cuando, por sorpresa y fragante premeditación, se altera el guión anunciado por el innoble presidente del Reino de España, Pedro Sánchez, entregándose a los brazos de su amado podemita, Pablo Iglesias, hombre de triste figura, pero de muy malas artes políticas. La petición de mano ya se había producido semanas atrás, y después firmar acuerdos y capitulaciones matrimoniales, en régimen de separación de bienes, sellaban su idilio político en aquel funesto día, ciertamente triste para la Historia de España, del 14 de febrero del año que fenece. En tanto, en los palcos y platea del teatro convertido en circo, los acólitos de uno y otro estallaban en vivas aclamaciones, aplausos y bravatas de pésimo gusto.
Malos augurios presagiaban esas primeras escenas interpretadas. Roto el guión, publicado y anunciado a los cuatro vientos, no cabía sino esperar la improvisación, la mentira, la calumnia, la infamia y la ignonimia más vergonzosa posible. Hoy, doce meses después, los presagios se han convertido en certezas incontestables. España se desangra económica, social y humanamente. Un cambio de escenario, mucho más descarnado y tenebrista, ensombrecía –y sigue ensombreciendo-, un panorama de oscuro pronóstico. En aquel aciago 14 de marzo – oficialmente, claro -, se decretaba el estado de alarma por el COVID-19, cuando ya se había propagado la pandemia por doquier, pese a las repetidas advertencias que nos llegaban internamente. Como siempre llegábamos tarde, y por pura hipocresía e irresponsabilidad, por incapacidad y puro negacionismo de lo evidente, iniciábamos un camino de dolor y perdición en el que se quedó y se quedan, a día de hoy, miles de compatriotas. Desesperación, destrucción, desolación, devastación, déficit, deuda, decesos……La situación se podría describir con la letra “D”.
¿Nueva normalidad? Así lo declaraba nuestro altivo presidente un 21 de junio. Otro ejemplo de mediocridad de talento, ineptitud inagotable y sectarismo más recalcitrante. En absoluto, la anormalidad es lo que ha impregnado nuestro subsistir durante estos tiempos de amargura y dolor incontestable. Pese a todo, la falsificación del orden constitucional proseguía su impío camino de malversación de la democracia. Decretos , órdenes ministeriales, nuevas normas y leyes eran aprobadas a tutiplén, sin consenso ni diálogo, desde la carrera de San Jerónimo, o desde el palacio de la Moncloa –ambas tomadas por las familias comunistas, republicanas, independentistas o bilduterroristas-. Se han ido cimentando las bases de un nuevo modelo de estado que no tiene nada que ver con el Estado Social y de Derecho proclamado en nuestra Carta Magna.
Decía Platón que la política es el arte de tomar el poder, de conservarlo y utilizarlo. Esto sí se ha hecho, pero de manera grosera y calamitosa. Cualquier medio justifica el conservarlo, cualquier fin capacita para utilizarlo. Los principios éticos, la honestidad, la honorabilidad, la dignidad y tantos otros, han sido mancillados y embarrados por nuestros ilustres servidores. Platón, seguidor de Hermógenes, Crátilo, Teodoro de Cirene y discípulo aventajado de Sócrates , estaría tan contrariado, perplejo, encabronado, amargado y asqueado como lo estoy yo, un simple y humilde patriota que sufre impotente las tropelías y las bufonadas de quienes tienen en sus manos los destinos de mi Patria. No podemos callarnos y, sin más, blasfemar desde nuestros cómodos sillones, o maldecir desde la penumbra lloriqueando desde las esquinas. ¡¡¡ESPAÑA DESPIERTA!!!

Estamos asistiendo a UN CAMBIO DE RÉGIMEN, y a la transición del régimen del 78 a la tercera república, y el que no lo vea así, DEBE IR AL OCULISTA, pero urgentemente.
Dicho lo cual, los españoles tenemos que actuar, y algunos ya nos cansamos de decirlo…
Y ABANDONAR AL PP, PARA QUE VAYA AL PUDRIDERO DE LA HISTORIA, ese partido podrido, corrupto, giliprogre, lleno de tontos útiles y de la derecha cobarde, que son los peores.
UN PARTIDO QUE HA PERMITIDO 800.000 ABORTOS DURANTE LOS SIETE AÑOS Y MEDIO DE RAJOY, EN INANE, los cuatro primeros con mayoría absoluta.
Mis mejores deseos para las personas de buena voluntad, pero única y exclusivamente para ellos.
¡Y que Dios nos ayude, por Santiago, y Cierra España!
Siento escribir esto, pero me parece una soberana estupidez que le pongan a Pedro Sánchez el bigote de Hitler.
En cuanto al artículo: «más o menos».