Si tuviera un martillo, golpearía en la mañana,…

 Si tuviera un martillo, golpearía en la mañana, golpearía en la noche por todo el país

Todas las revoluciones que han sido, aparte de pastores y manadas, de consignas y soflamas, han utilizado para su lucha subversiva un conjunto de instrumentos con los que “cambiar las estructuras”, organizando “rebeliones en la granja” en las que, como dice la famosa frase francesa, “cuanto más cambia todo, más sigue lo mismo”.

Entre estos instrumentos,  los más típicos son la guillotina –o la horca–, las piras incendiarias, el paredón, y la piqueta. Los tres primeros son ampliamente conocidos, por eso me centraré en la piqueta, al cual me referiré bajo el nombre de «martillo».

Y es que hace ya mucho tiempo que vengo sospechando que mi vocación esencial es la de ejercer como “martillo de herejes”. Quizá sea por esta razón por la que últimamente, cada vez que veo una realidad de España que me desagrada –lo cual ocurre a diario, por supuesto– sueño con destruirla a martillazos, con destrozarla de manera inmisericorde con una piqueta devastadora.

Estas imaginaciones me sobrevienen especialmente cada vez que contemplo un semáforo inclusivo de ésos, donde se ven parejitas gays cogiditas de la mano: tantos años rodeado de semáforos, para que ahora vengan con estas necedades globalistas. Y la gente tan tranquila, y todavía no ha habido ninguna manifestación para exigir que retiren estos semáforos, erigidos en las calles como mástiles de la ideología que quiere homosexualizar al mundo para reducir la población e introducir el caos en las sociedades, pues es conocido que el globalismo se alimenta del desorden como la hiena de la carroña.

Esto de mi paranoia con los martillazos quizá también tenga su origen en un pariente mío muy allegado, que se pasó media vida despotricando contra Franco, con insultos incluidos, y al que vi en muchas ocasiones bramar con la amenaza de que, cuando Franco muriera, habría que destrozar sus estatuas a martillazos.

A mí se me venía entonces a la memoria la única estatua franquista que conocía, la que estaba en los Nuevos Ministerios de Madrid –en la plaza de San Juan de la Cruz– que fue retirada de su emplazamiento en el año 2005 –estando Ana Botella en la alcaldía–, en la madrugada del 17 de marzo, justo un día antes del aquelarre con el que todos los partidos políticos quisieron agasajar al sanguinario asesino Santiago Carrillo cuando cumplió 90 años –para más INRI, por guiños del destino, viví unos años en una calle madrileña que estaba a la vuelta de la esquina–.

Por cierto, Carrillo tiene calles con su nombre en Gijón, Getafe, Sevilla… Y, ¿saben quién le dedicó una calle en Madrid?: pues la mismísima Ana Botella, en los tiempos en los que el PP tenía  mayoría absoluta en el ayuntamiento de Madrid. Im-presionante. Otro caso para mi piqueta.

Pero, como es sabido, no es el único sanguinario estalinista al que se le han rendido honores en España con calles y estatuas: ahí tenemos a La Pasionaria, aquella que en una sesión de las Cortes –el día 11 julio 1936–, amenazó a Calvo-Sotelo con estas tremendas palabras: “Has hablado por última vez”;  hasta 23 calles distribuidas por toda la geografía española llevan el nombre del golpista Indalecio Prieto, uno de los máximos responsables de los crímenes cometidos por los socialistas antes y durante la Guerra Civil, que iba con revólver a las Cortes, y cuya guardia personal fue la responsable de la ejecución de Calvo-Sotelo. Incluso tuvieron la desfachatez y alevosía de erigirle una estatua precisamente en los Nuevos Ministerios, lo mismo que sucedió con el golpista por antonomasia, Largo Caballero, que participó en cuatro golpes de Estado, incluido el del año 1934 –del cual fue el máximo dirigente–, un golpe  que pretendía aniquilar a República para instaurar una dictadura salvaje del proletariado estilo soviético.

Alberti leyendo poemas en 1937

Y, ¿qué decir del impresentable Rafael Alberti, el poeta de los paseos y las purgas, responsable de la publicación “El Mono Azul”, donde en una columna que se llamaba ·A paseo”, se daba el nombre de los intelectuales deberían ser “depurados”. Además de disfrutar de muchas calles, es hijo predilecto de Andalucía. Toma ya.

Podríamos seguir con Negrin, Margarita Nelken, las 13 rosas, Lluís Companys…

Pero, aparte de mis imaginaciones con que algún día una piqueta acabe con las esculturas y los nombres de las calles de estos personajes, hay también una escultura que me gustaría incluir en esta lista: la del “Ángel caído”, o sea Satanás, situada en el madrileño Parque del Retiro y precisamente a la altura de 666 metros: ¿casualidad? Se anatematiza a personajes ilustres de nuestra historia –Pemán, Dalí, Muñoz Seca y tantos otros, solamente por haber sido de derechas–, y, sin embargo, Madrid es una de las cuatro ciudades del mundo –junto a Turín, La Habana y Santa Cruz de Tenerife– que tiene una estatua dedicada a Lucifer. Me temo, incluso, que llegará el día en el que se le dedique una calle en muchos lugares de la geografía española, algo que no me extrañaría, pues ya he dicho en repetidas ocasiones que él ha sido el comandante en jefe de las revoluciones que en el mundo han sido, especialmente de dos: la soviética, y el Frente Popular español –por no decir que de toda la Segunda República–.

Mas  mi “furia española” no se reduce ya solamente a desmochar esculturas y nombres de calles, no,  porque la ventolera se me ha desparramado y descontrolado hasta otros ámbitos del globalismo. Por ejemplo, cada vez que veo en la televisión a los rasputines progres del podemismo, me dan ganas de romper las pantallas a martillazos… Y haré una precisión sobre esto: creo ser el único español que jamás escuchado al Coletudo ni a ninguno de sus secuaces en la televisión.

También me gustaría destrozar leyes, libros, placas conmemorativas, etc., que tuvieran que ver con las leyes de género y  memorias históricas del globalismo ideológico, pero para esos casos se suelen utilizar mejor las hogueras, el instrumento definitivo de destrucción.

Y, como música de fondo, esta «revolución de los martillos» podría tener aquella famosa canción de Víctor Jara –no vean lo que disfruto metamorfoseando poemitas y cancioncitas de los rojos, como quien arroja un subversivo «boomerang» contra la progresía–: «Si tuviera un martillo, golpearía en la mañana, golpearía en la noche por todo el país. Alerta el peligro, tenemos que unirnos, para defender España».


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