El silencio de los «padres de la patria» que todo lo dice.

Sobre cómo hicieron lo que hicieron se siguen mostrando orgullosos. Consideran que aquello, o sea esto, sigue siendo un modelo y un éxito histórico. Creen que han sido realmente «padres de la patria», creadores de una nación, matronas de un Estado.

Recientemente acudieron a la «inauguración» de la comisión parlamentaria para la «modernización del Estado autonómico», ese pacto a escondidas muy «democrático» entre Rajoy y Sánchez, los únicos tres redactores de la funesta Constitución de 1978 que aún quedan con vida: Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, José Pedro Pérez-Llorca y Miquel Roca Junyent.

No vamos a tratar aquí de sus opiniones sobre cómo debería ser esa «modernización», porque de verdad que la opinión de estos tres malandrines en tal cuestión creemos que no tiene el menor interés; visto lo que fueron capaces de hacer entonces, ahora sólo abogan por hacerlo aún peor.

No, no nos vamos a interesar por su opinión sobre la reforma que no fue más que más de lo mismo, un aferrarse a su fracaso para seguir repitiéndolo, una estúpida incapacidad para no entonar el mea culpa y rectificar. No, no nos interesa.

Por eso nos vamos a fijar en lo que dijeron sobre cómo redactaron ese bodrio constitucional que ha llevado a España a caer en el precipicio  –el borde lo saltó hace alguna que otra década–  de su ruina indentitaria, patriótica, espiritual, moral, social, territorial y demás en la que nos encontramos.

Sobre cómo hicieron lo que hicieron se siguen mostrando orgullosos. Consideran que aquello, o sea esto, sigue siendo un modelo y un éxito histórico. Creen que han sido realmente «padres de la patria», creadores de una nación, matronas de un Estado. Siguen creyendo que antes de que ellos hicieran su trabajo no había nada. Para ellos la Tra(ns)ición mantiene su vigencia. Creen a ciegas que fueron los que han modelado por fin España. Afirman que no hay más España que la que ellos crearon entonces. Se consideran el non plus ultra de todo y de todos. Así, hacen bueno aquel «si la soberbia ciega a los dioses, qué no hará con los mortales como ellos».

Sobre el desastroso Título VIII dijeron que no estaba previsto, que vino como sobrevenido para intentar satisfacer las «legítimas aspiraciones de Euskadi» que los del PNV de entonces les insinuaban; o sea, cuatro gatos mal encarados, pero eso sí con las pistolas de sus bastardos asomando por encima de sus hombros. Nos informaron que, visto aquello, cómo no se iba a extender a Cataluña, donde otros cuatro gatos, con el maullador Pujol a la cabeza, ya con la mano larga engrasada, querían lo mismo; y que, puestos así, por qué no para todos café y que sea lo que el Diablo quiera.

Lo importante es que si entonces mintieron, por qué iban a decir ahora la verdad. Así pues, volvieron a mentir de nuevo, claro está. Pero aún peor: volvieron a callar, sí, a ocultar la verdad, a mentir callando.

Lo que no dijeron, lo que de nuevo callaron, lo que siguieron ocultando fue que desde el hoy rey emérito hasta el último mono de los implicados en aquella Tra(ns)ición todo estaba preparado, todo pactado y todo dispuesto para que a la muerte del Caudillo se llevara a cabo la demolición de España. Y pactado, preparado y dispuesto ¿con quién? Pues con esas potencias y fuerzas internacionales y mundialistas a las que España había resistido durante los últimos cuarenta años con un vigor y una heroicidad sublimes, manteniendo a toda costa su ser, su saber, su moral, su fe, su integridad, su armonía, su independencia, su soberanía y su identidad secular, al tiempo que alcanzaba las más altas cotas de desarrollo económico, de bienestar, de justicia social de verdad y de igualdad como nunca antes, y como no eran por entonces capaces de lograr ni los países más avanzados de su entorno.

Por eso y por mucho más, esas potencias y fuerzas internacionales y mundialistas, las que ya abogaban por el Nuevo Orden Mundial que se nos está cayendo encima cada día más, no podían permitirlo, y como sabían que con Franco vivo, aún anciano y decaído, nada podían, había que esperar a que desapareciera físicamente para comenzar la demolición, pues hacerlo incluso con él en la cama era peligroso… para ellos, claro.

Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, José Pedro Pérez-Llorca y Miquel Roca Junyent callaron que ellos, y el resto de los redactores de este bodrio de constitución, cuyos resultados de todo tipo vemos hoy con total nitidez, lo que en realidad hicieron fue  obedecer órdenes precisas de gobierenos, partidos y masones yanquis, británicos, gabachos y alemanes; que ya durante el «contubernio de Munich» en los años sesenta se había pactado lo dicho; que era imprescindible sembrar la discordia territorial en España para lograr su desintegración; que había que destruir espiritual y moralmente nuestra patria para poderla así incorporar al resto de naciones ya perdidas en el lodazal mundial; que España tenía que pagar su osadía de los últimos cuarenta años en los cuales había demostrado que la España verdadera y secular era tan posible y tan real como ninguna otra, como no lo es la de hoy; que los partidos y los profesionales de la política son, para nuestra nación, germen de enfrentamientos, discordias, corrupciones y toda clase de males. Y, por último, pero no menos importante, sino todo lo contrario, que el clero español había entrado ya en barrena y renegado de sus antepasados que dieron forma, armazón y vigor a España forjándola durante siglos, apostatado y vendido sus almas y las de sus feligreses a esas mismas fuerzas internacionales y mundialistas diabólicas.

Lo que ocultaron el otro día estos tres siniestros personajes, fue lo más importante de toda su intervención, porque al ocultarlo, al mentir callando, como han hecho toda su vida, y a la vista de los resultados, han avalado lo que muchos sabían y advirtieron entonces y lo que muchos saben ya hoy. La prueba de tal verdad, y verdad sólo hay una, está precisamente en las ocultaciones de Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, José Pedro Pérez-Llorca y Miquel Roca Junyent ante la comisión parlamentaria para la «modernización del Estado autonómico».

La Redacción


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