Sobran curas

“La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad pues al dueño que envíe obreros a su mies” (Lc. 10,2). Hay pocos obreros, nulas vocaciones. Se pone especial énfasis en ello y se nos invita a orar y exhortar para que haya más llamados al sacerdocio. Es un hecho cierto, incuestionable. Pero ¿hay mies? ¿Hay feligreses para nuevos curas? ¿Qué futuro les espera a los que ingresan en el seminario? ¿Existe más crisis de sacerdotes o de fieles? ¿Una causa lleva a la otra y cuál de ellas será la más preocupante?

A propósito de la perícopa evangélica de este domingo, festividad de la Candelaria, Mn. Jaume González Padrós, pensando en esos dos personajes del templo, los ancianos Simeón y Ana, en su homilía de la parroquia de Sant Llorenç nos decía una gran verdad: “Doy gracias a Dios por nuestros ancianos. Al igual que Simeón y Ana son ellos los que aguantan nuestras parroquias, los que dan calor a nuestros templos”. No le falta razón. Pero cuando esos ancianos fenezcan, ¿habrá relevo? Cuando los ancianos que hoy medio ocupan los bancos de nuestras iglesias vayan desapareciendo, ¿alguien nos asegura que los que hoy todavía no pintan canas y no se acercan a una iglesia les van a suceder? Parece muy iluso pensar que sí.

Las cabezas canas y calvas que todavía cubren los aforos de nuestros templos (en algunos más y otros menos) nacieron antes de la guerra civil o en la inmediata posguerra. Han ido a misa, han participado de los sacramentos, han seguido -mal que bien- su vida espiritual. No se trata de vocaciones tardías. No se han convertido -al menos en su inmensa mayoría- cuando vislumbran el ocaso de su existencia. Pero después de ellos viene el desierto. Asómense a la mayoría de nuestros templos y busquen files nacidos a partir de los años 60. Salvo algunas parroquias germinantes, se pueden contar con los dedos de la mano. Y de esos menores de 60 años, busquen matrimonios. O matrimonios jóvenes con hijos. Salvo contadas excepciones germinantes, son inexistentes. ¿Algún extraño milagro conseguirá que se acerquen a la iglesia cuando sean más mayores? ¿Van a sustituir a esos beneméritos ancianos que son el calor de nuestros templos?

No. No faltan sacerdotes. Faltan feligreses. Faltan creyentes. Añadiría yo, faltan conocedores de Cristo. Cristo se está convirtiendo en el gran desconocido. Casi no quedan ateos. Se niega lo que se conoce. Lo que no se conoce, no hace falta ni negarlo. Este el terrible drama de nuestros días. Entonces ¿para qué necesitamos más curas? ¿Serán necesarios dentro de unos años ante ese panorama aterrador que se nos augura?  ¿No sería más necesario buscar fieles, buscar creyentes, que no vocaciones que resultarán superfluas e innecesarias?

Sobrarán capellanes. Y sobrarán parroquias. Resultará absolutamente antieconómico mantener las estructuras parroquiales que tenemos hoy en día. Tarde o temprano se tendrán que acometer cierres. Y en los pueblos se tendrán que buscar soluciones imaginativas. No puede seguir un cura llevando 10 o 12 pueblos (en un futuro serán 20 o 25) para decir misa o administrar sacramentos a 15-20 fieles. Y en las ciudades acabaremos igual. Pero las soluciones imaginativas no tienen que implicar una renuncia a la ortodoxia de la fe. No debemos seguir el ejemplo de los colegios religiosos que, ante la ausencia de consagrados, optaron por ceder ante el poder político: el Estado les mantenía sus fértiles posesiones, pero ellos se sometían a la educación que les imponía el Estado. De ahí que de esos colegios ya no nacieran no solo vocaciones, sino ya casi ni bautizados. De ahí que de esos colegios se dice que enseñan valores, pero valores civiles. No valores cristianos, antaño llamadas virtudes.

Son muchas las causas de esta terrible crisis que azota, por ahora, a Europa occidental. Es innegable que la generación que ha venido por apartarse del cristianismo ha sido aquella contemporánea del Concilio Vaticano II. Lo cual no significa que el Concilio (o más bien el post-concilio) sean la única causa de este abandono. Hay muchas más. Pero lo que es indiscutible es que donde permanecen feligreses, donde surgen vocaciones, donde se participa de los sacramentos, es en esas comunidades que han permanecido alejadas de aquel progresismo post-conciliar que se iba a reconciliar con el mundo y que consiguió, como primera providencia, que el mundo echase a correr. No tener en cuenta esa realidad incontestable es vivir engañado.

Para Germinans Germinabit


3 respuestas a «Sobran curas»

    1. Perpetuo Socorro, no sé por qué dice que el artículo se queda a las puertas del problema, pues omite lo más esencial. ¿Qué es lo más esencial?
      Si esto es así como usted dice, no cree que debería usted suplir esta falta exponiendo lo esencial que a su criterio se ha omitido, así ganaríamos todos.
      Yo no sé si sobran curas, posiblemente no, pero lo que está claro es que faltan creyentes, y como muy bien dice este artículo, ¿qué será de las iglesias cuando la generación que va a misa, que básicamente son gente de más de 65 años, en 30 años desaparezcan?.
      En este punto, que creo que es lo fundamental de este artículo, lo comparto completamente, porque la gente que va a misa (y la que asume las actividades de las parroquias) es gente de 60 años para arriba. Hemos pasado en 70 años de creyentes y practicantes, a creyentes y poco practicantes, después a creyentes no practicantes y ahora, directamente a no creyentes y tampoco practicantes.
      No sólo se ha perdido la religión, es que se ha perdido además la costumbre.
      La religión está desaparecida los más media y de las televisiones como no sea para denigrarla. La Religión y la moral cristiana ha dejado de tener ninguna autoridad en la vida de la gente corriente. vivimos de las rentas de lo que se sembró en el Franquismo, pero cuando todas esas generaciones desaparezcan, entonces ¿qué?

  1. Si hablamos de los curas «montinianos» postconciliares, SOBRAN TODOS.

    ¿Para qué quieren que el Señor envíe más trabajadores a Su viña? ¿Para recoger la cizaña de la gran apostasía que sembraron el Concilio Vaticano II y la caterva de ecuménicos adoradores de ese nuevo y extraño becerro de oro?

    La Iglesia Católica está atravesando un renovado Sinaí, hasta que sea reemplazada la generación cobarde y traidora que culminó de facto el lamentable abandono de la milenaria tradición apostólica (cada cual en su grado de responsabilidad), echándose a correr tras el mundo y sus placeres.

    Entonces, cuando llegue el momento de reiniciar el camino (que nunca debió abandonarse) hacia la verdadera Tierra Prometida, Nuestro Señor hará surgir nuevas vocaciones como setas en el bosque después de la lluvia.

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