Sobre el Purgatorio
¿Qué es el purgatorio? Es un lugar de padecimientos en donde las almas de los justos acaban de expiar sus pecados, antes de entrar en el cielo.
¿Cómo se puede probar la existencia del purgatorio? Primeramente, por la Sagrada Escritura. “Es un santo y saludable pensamiento el rogar por los difuntos, a fin de que sean libres de las penas de sus pecados” (II Mac., XII, 46) – “A quien hablare contra el Espíritu Santo, despreciando su gracia, no se le perdonará m en esta vida ni en la otra” (Mat., XII, 32). De este último texto resulta que hay pecados remisibles en la otra vida. Mas como eso no puede ser ni en el cielo ni en el infierno, síguese que ha de ser en el lugar que nosotros llamamos purgatorio. “Asegúrate de cierto que de allí no saldrás hasta que pagues el último maravedí” (Mat., V, 26). Hay, pues, un lugar del cual no se sale sino después de haber satisfecho plenamente a la justicia divina. Y como ese lugar no es la tierra, tiene que ser el purgatorio. El apóstol San Pablo habla de obras a las cuales se mezclan algunas imperfecciones. El que hace tales obras a: “será salvo, pero como pasando por el fuego” (I Cor., III, 15), es decir que no entrará en el cielo sino después de haber expiado por el fuego del purgatorio las faltas que ha cometido.
¿De qué otra manera se confirma la existencia del purgatorio? Por las enseñanzas de la Iglesia. “La Iglesia católica enseña, dice el concilio de Trento, que hay un purgatorio y que las almas allí detenidas reciben alivio por los sufragios de los fieles, principalmente por el santo sacrificio de la misa”. Por la práctica de la Iglesia. La Iglesia, consecuente con su doctrina, se ha mostrado siempre llena de solicitud por el alivio de las almas que penan en el purgatorio. En el santo sacrificio de la misa, suplica a Dios que les otorgue la entrada en el lugar del refrigerio, de la luz y de la paz (Memento de los difuntos). Cada año, el día siguiente a la fiesta de todos los Santos, celebra la conmemoración de todos los fieles difuntos. Ha establecido un oficio de difuntos, y en su liturgia ruega a menudo por los que pasaron a mejor vida. En presencia de los restos mortales de los finados, eleva fervientes y conmovedoras plegarias a Dios. Concede numerosas indulgencias que les son aplicables.
¿Confirma la tradición de los santos Padres el dogma del purgatorio? Los santos Padres confirman con su testimonio el dogma del purgatorio. “El alma, cuando haya salido del cuerpo, no podrá llegar a ser participante de la divinidad, dice San Gregario de Nisa, sino después de borradas sus faltas por el fuego del purgatorio”.
¿No corrobora también la razón la existencia del purgatorio? La razón corrobora también la existencia del purgatorio. En efecto: hay almas justas que, salidas de este mundo con faltas ligeras o sin haber satisfecho a la justicia divina por la pena temporal debida al pecado, son deudoras a Dios de una pena temporal. Pero como tales almas no pueden ir inmediatamente al cielo, en donde no entrará nada manchado (Apoc., XXI, 27), ni ser precipitadas en el infierno, porque no merecen la eterna condenación, es necesario que haya un lugar intermedio entre el cielo y el infierno, en donde las almas acaben de purificarse.
La creencia de los pueblos ¿no depone también en favor del dogma del purgatorio? En todas las antiguas tradiciones de los pueblos, y en particular en los sacrificios ofrecidos por los difuntos, se encuentran señales de la creencia en un lugar de expiación del cual se sale después de un tiempo más o menos largo.
¿Cuáles son las penas del purgatorio? Son de dos clases: la pena de daño y la de sentido.
¿En qué consiste la pena de daño? Consiste en la privación de la vista de Dios.
¿Es esta la mayor de las penas de las almas del purgatorio? Sí, a causa de la intensidad de su fe y de su caridad. El conocimiento que tienen de Dios es tan perfecto, y tan fuerte el amor que le profesan, que el no verle les causa tormentos inexplicables. “Dios mío, o mi Dios, a ti aspiro… De ti está sedienta el alma mía” (Salmo LXII, I) – “¡Oh, quién me diera alas como a la paloma para echar a volar y hallar reposo” (Salmo LIV, 6).
¿En qué consiste la pena de sentido? Consiste en el padecimiento físico producido por un fuego real cuyo misterioso poder obra sobre el alma como si estuviera unida a su cuerpo. La existencia de un fuego real en el purgatorio es generalmente admitida por los teólogos, y su opinión está fundada sobre numerosos testimonios de los santos Padres, de manera que, por lo menos, sería temerario admitir dudas sobre este particular.
¿Conocemos nosotros la intensidad la duración de las penas del purgatorio? No: es para nosotros un misterio. Lo más que podemos decir es que esas penas son proporcionadas al número y a la gravedad de los pecados que deben expiarse, y que las almas no quedan libres sino cuando han pagado hasta el último cuadrante (Mat., V, 26).
¿Exceden esas penas a los padecimientos de la tierra? “El fuego del purgatorio, dice San Agustín, es más terrible que todo cuanto el hombre puede padecer en esta vida” – “Todas las negligencias de esta vida, dice San Bernardo, las pagaremos allá centuplicadas”.
¿Padecen las almas del purgatorio sin ningún consuelo? 1º Tienen el consuelo de la esperanza. 2° La idea que tienen de la santidad y justicia de Dios las hace padecer con amor los tormentos que sirven para purificarlas.
¿Pueden merecer por sus padecimientos? No pueden adquirir ningún mérito para sí mismas. Si las almas del purgatorio pudiesen merecer se abrasarían en un fuego de contrición tan activo, que consumiría en un momento todas sus manchas. Mas, según el sentir general, pueden obtener algunas gracias para los fieles que viven sobre la tierra.
Alivio de las almas del purgatorio
¿De quién pueden recibir alivio las almas del purgatorio? De los fieles de la Iglesia militante.
¿Por qué debemos aliviar a las almas del purgatorio? Porque a ello nos obligan: 1° la religión; 2° la justicia y el agradecimiento; 3° la caridad; 4º nuestros intereses personales.
¿Cómo nos obliga la religión? Porque agradamos mucho a Dios y procuramos grandemente su gloria satisfaciendo a su justicia por almas que le son infinitamente queridas.
¿Por qué a veces nos obliga la justicia a aliviar a las benditas ánimas? Porque puede haber en el purgatorio almas que penan por pecado que nosotros les hemos hecho cometer.
¿Por qué nos obliga algunas veces la gratitud? Porque puede haber en el purgatorio almas a las que somos deudores por beneficios que nos han hecho.
¿Cómo nos obliga la caridad? Porque las almas del purgatorio tienen tanto mayor derecho a nuestra conmiseración cuanto más padecen y más gratas son a Dios. Socorrerlas es practicar eminentemente la caridad con el prójimo, tan recomendada por Nuestro Señor. “Compadeceos de mí, a lo menos vosotros que sois mis amigos, compadeceos de mí, ya que la mano del Señor me ha herido” (Job., XIX, 21).
¿Cómo nos obliga nuestro interés personal? Porque Dios nos devolverá el bien que hagamos a esas almas, y ellas también, llenas de agradecimiento, rogarán por nosotros.
¿Cómo podemos aliviar a las almas del purgatorio? Podemos: 1º por las tres grandes obras de la vida cristiana: oración, ayuno y limosna; 2º por medio de las indulgencias; 3° por la sagrada comunión y sobre todo por el santo sacrificio de la misa.
¿No podemos hacer, en favor de los difuntos, la piadosa cesión de todas nuestras satisfacciones? Sí: y esta cesión constituye un acto heroico de caridad que la Iglesia desea que practiquemos, pues a ello nos anima con numerosas indulgencias y favores.
¿Qué debemos hacer para evitar el purgatorio? Debemos: 1º evitar todo pecado, por leve que sea; 2º expiar por la penitencia los pecados de que ya hemos obtenido el perdón.
