Soldados de Cuera
- LO QUE NO CUENTAN LAS PELÍCULAS DEL OESTE
Arizona, 1863. Una pequeña columna de caballería, con sus típicos uniformes azules, atraviesa un angosto cañón en máxima alerta. Temen un ataque indio del que allí malamente podrían defenderse. Cuando por fin el cañón se abre, oficiales, soldados y auxiliares indios respiran aliviados.
Justo entonces, cuando menos se lo esperan, dos partidas de apaches mescaleros aparecen repentinamente por la izquierda y por la derecha de la patrulla. Los soldados sufren varias bajas antes de desmontar. Sujetan como pueden sus caballos para evitar perder los e incluso protegerse con ellos. Se mantienen agrupados para defenderse del inesperado ataque. Sufren más bajas. Los indios los rodean y galopan a su alrededor mientras les disparan. El mejor armamento de los soldados empieza a causar bajas a los apaches que pronto se ven obligados a retirarse.
La escena descrita corresponde a la película Fort Bravo (1953), dirigida por John Sturges. Pero podría pertenecer a otras películas del oeste, género que durante muchos años ha sido el más popular del cine.
El análisis de la escena plantea varias preguntas. La primera es quiénes habitaban aquellas tierras 50, 100, 200 años antes de que los anglosajones aparecieran por allí. La segunda es cómo y cuándo habían obtenido los apaches los caballos, que tan hábilmente montaban y que no existían en América antes de su descubrimiento. La tercera es qué sentido tiene que los mescaleros se dediquen a dar vueltas en torno a una fuerza con una potencia de fuego superior.

Si nos vamos a otras películas como Fort Apache (1948), de John Ford, o la menos conocida Rifles apaches (1964), de William Witney, en ambas encontramos escenas en las que los apaches negocian con oficiales de la caballería. En los dos casos, un soldado en apariencia de origen mexicano actúa como intérprete. Si vemos ambos filmes en su versión original comprobaremos que, como era de esperar, los blancos hablan en inglés.
Pero hay una sorpresa: los apaches, mejor o peor, hablan en español. ¿Dónde y cuándo lo aprendieron? ¿De los mexicanos, con los que siempre tuvieron una muy mala relación? Todavía hay más películas del oeste que nos plantean nuevos interrogantes. En varias escenas de Los cañones de San Sebastián (1968), de Henry Verneuil, ambientada hacia 1747 en un lugar indefinido, probablemente en el norte del México actual, aparecen unos soldados a caballo no vistos en otros filmes. Llevan el uniforme azul, como la caballería estadounidense de las películas cuya acción se desarrolla más de un siglo después, pero con bocamangas y cuellos rojos. Algunos portan adargas, la mayoría lanzas y armas de fuego y, lo más extraño, llevan unos chalecos largos de color crema. ¿Quiénes son estos soldados? ¿Qué ocurrió en el norte del actual México y en el suroeste de los Estados Unidos que no nos ha contado el cine?
- LOS SOLDADOS DE CUERA
La respuesta a las preguntas anteriores debe comenzar explicando que el norte del actual México y el sur de los Estados Unidos formaron parte del virreinato de la Nueva España y constituyeron su frontera norte hasta 1821, cuando México se independizó.
Los españoles estuvieron allí muchos años, en algunas zonas siglos, antes de que apareciera el primer colono o militar norteamericano y antes de que las Trece Colonias se convirtieran en un estado independiente.
Esa frontera norte debía defenderse de las incursiones de apaches, comanches y otras tribus consideradas bárbaras, llamadas así por carecer de estructuras políticas y sociales complejas, dedicarse al pillaje y rechazar la cultura y la religión españolas. La defensa incluía también vigilar posibles amenazas de otras potencias, franceses e ingleses primero y norteamericanos después.
Para esa defensa se recurrió a una caballería singular, los soldados de cuera. Estaban organizados en compañías y acuartelados en unos fuertes, que llamaban presidios, en los que vivían con sus familias. Por eso, a los soldados de cuera se les suele conocer también como presidiales. En el siglo XVIII, los presidios se distribuían por el norte de México y por Texas, Nuevo México, Arizona y la costa de California. También había soldados de cuera encuadrados en lo que se conocía como compañías volantes. En general, no estaban permanentemente acuarteladas en un presidio y su misión principal era desplazarse allí donde la situación lo requiriera y participar en campañas.
Los soldados de cuera se llamaban así por llevar un chaleco largo hecho con varias capas de piel curtida, la cuera, que les protegía bastante bien de flechas y armas blancas de los indios.
Su armamento individual incluía pistolas, escopeta, espada ancha y también lanza y adarga, que resultaban muy adecuadas para el tipo de lucha que se desarrollaba en aquellos espacios remotos, poco poblados, a menudo áridos, a veces desérticos y siempre peligrosos. Todas estas armas les permitían combatir a caballo y a pie y por eso, en la actualidad, al referirse a ellos se les suele llamar también dragones de cuera.
El pesado equipo de estos soldados hacía necesario que cada uno dispusiera de varios caballos y al menos una mula. Solo así podían desempeñar eficazmente el gran número de misiones encomendadas: patrullas, persecución de indios hostiles, participación en campañas, escoltas, protección de núcleos habitados, vigilancia del presidio y de la caballada… Y si aún les quedaba tiempo libre, solían trabajar sus propias tierras, en las cercanías del presidio.
Los soldados de cuera, o soldados presidiales, lucharon durante mucho tiempo en una guerra de guerrillas. No hubo grandes victorias, ni grandes derrotas, pero sí incesantes incursiones indias que provocaban un goteo de robos, destrucción y muertes que asolaron el norte de Nueva España. Pese a todo, estos soldados consiguieron, con recursos muy escasos, defender una frontera enorme y difusa, al sur de la cual estaban las minas de plata mexicanas, la mayor fuente de recursos del virreinato y del imperio español. Los soldados de cuera y los presidios desempeñaron un papel clave en la creación de una sociedad mestiza en el sudoeste de los Estados Unidos. Los propios soldados presidiales pertenecían a muchas de las diferentes castas en las que se estructuraba la sociedad de la época.
Los caballos y la ganadería, nuevas técnicas agrícolas, la religión, las leyes… todo forma parte de la cultura que introdujeron los españoles en el sudoeste de los Estados Unidos y que defendieron los soldados presidiales.
La protección que ofrecían los muros y las guarniciones de los presidios animaba a nuevos colonos a instalarse en sus alrededores. Por eso, los presidios fueron a menudo el germen de nuevas poblaciones, muchas de las cuales continúan existiendo hoy y además conservan sus nombres españoles.
Todo eso es lo que se encontraron los norteamericanos cuando arrebataron aquellas tierras a México. Eso y no un territorio inexplorado y salvaje.
- LA GUERRA CHICHIMECA Y EL ORIGEN DE LOS PRESIDIOS
El origen de los presidios y de los soldados presidiales de Nueva España está en la conocida como guerra Chichimeca. Esta fue un largo y cruel conflicto entre españoles y un conjunto de tribus bárbaras conocidas genéricamente como chichimecas. Consistió en una guerra de guerrillas que se desarrolló a lo largo de la mayor parte de la segunda mitad del siglo XVI, tras el descubrimiento hacia 1546 de minas de plata en Zacatecas y otras áreas circundantes. Afectó sobre todo a los actuales estados mexicanos de Zacatecas, Guanajuato, Aguascalientes, Jalisco y San Luis Potosí. La ruta de la plata, el camino que unía la capital del virreinato con la zona minera, quedó en medio del conflicto. Entre las causas de esta guerra estaban el rechazo de los indígenas a la presencia española y la captura por estos de esclavos para trabajar sobre todo en las minas de plata. Los pillajes que los indígenas llevaban a cabo sobre las haciendas y vidas de los españoles fueron otra de las causas del conflicto. El virrey Martín Enríquez de Almansa fue quién ordenó en 1569 la construcción de una serie de fuertes o presidios con una reducida guarnición, futuras tropas presidiales, pagadas por la Real Hacienda. A los soldados se les suministraba para su protección armaduras de cuero de res, es decir, las primeras cueras. La principal misión de los presidios fue asegurar el tránsito de personas y mercancías por la ruta de la plata. Con el paso de los años, tanto el número de presidios como las tareas encomendadas fueron aumentando. Ya no era solo proteger las comunicaciones, sino también a ganados, indios pacíficos e incluso servir como punto de partida para atacar las rancherías (poblados) chichimecas.
Cuando acabó la guerra, más por compra de voluntades y acciones misioneras y diplomáticas que por una victoria militar, el número de presidios construidos había superado el medio centenar. Sus funciones se habían seguido ampliando hasta ser un punto de contacto con los indios, un centro de gobierno y un elemento clave para mantener la paz. Por eso, esta tipología de fuertes perduró durante siglos, a pesar de los inconvenientes que también tenían, entre los que estaba su alto coste.
Otro hecho importante relacionado con los presidios es la variedad de razas que se asentaban en sus proximidades y que algunos soldados comenzaran a casarse con indias recién convertidas al cristianismo. Esto dio lugar a una sociedad completamente mestiza.

- LOS REGLAMENTOS DE PRESIDIOS
Finalizada la guerra Chichimeca, una gran expedición mandada por Juan de Oñate colonizó partes del actual estado de Nuevo México, una región muy alejada de las poblaciones españolas hasta entonces existentes en el norte de Nueva España. La ruta de la Plata se prolongó hasta la ciudad de Santa Fe y sus ahora 2600 Km de longitud pasaron a conocerse como el Camino Real de Tierra Adentro.
Durante el siglo XVII se produjeron numerosas insurrecciones de diferentes grupos indígenas por todo el Norte de México. La más grave de todas fue la conocida como Gran Revuelta del Norte. En ella, los indios pueblo expulsaron a los españoles de Nuevo México. Siguieron años de enfrentamientos que en 1693 condujeron a la recuperación del territorio perdido. Aún pasaron varios años hasta que cesaron los conflictos armados y las suspicacias entre pueblo y españoles, siempre temerosos estos de nuevos levantamientos.

Las guarniciones de los presidios tuvieron que aumentar para poder defender zonas muy extensas, poco pobladas y casi siempre inseguras, debido sobre todo a incursiones de tribus bárbaras. Los presidios pasaron de proteger las vías de comunicación a intentar proteger misiones, pueblos, haciendas y reales mineros próximos.
Esta organización de la defensa en una serie de zonas aisladas entre sí adoleció de múltiples problemas, militares y administrativos. Cada presidio funcionaba con independencia de otros. Así resultaba muy difícil coordinar esfuerzos y organizar campañas con tropas sacadas de diferentes unidades. Además, las zonas entre las áreas de influencia de cada presidio raras veces estaban vigiladas, lo que facilitaba profundas incursiones indias.
Más grave era que los gobernadores nombraran a los capitanes y a los oficiales subalternos. Hubo capitanes que compraban el cargo y, no pocas veces, ni eran militares profesionales ni tenían experiencia en la lucha contra los indios. No era raro que los propios gobernadores también consiguieran su puesto por procedimientos que poco tenían que ver con su capacidad para desempeñarlo.
Como resultado, la eficacia militar de los presidios, algunas veces mandados por capitanes que solo perseguían sus propios intereses, se resintió. No era raro que los soldados tuvieran que dedicarse a proteger propiedades del capitán, el gobernador o de otras aristocracias locales, antes que velar eficazmente por la seguridad de la frontera.
Por si fuera poco, los soldados presidiales solían ser víctimas de la extorsión de su capitán, que les vendía su equipamiento y otros suministros a precios abusivos.
No siempre ni en todos los presidios ocurrió así, pero la organización y el funcionamiento debían mejorarse. Conscientes de ello, los virreyes no dejaron de intentarlo, a pesar de la dificultad de controlar la actividad de unas guarniciones ubicadas en regiones muy remotas. Para ello se realizaban visitas de inspección.

Será el virrey Juan Vázquez de Acuña y Bejarano, marqués de Casafuerte, quién encargó una nueva inspección al brigadier Pedro de Rivera, a quién acompañó el ingeniero militar Francisco Álvarez Barreiro. Tras un viaje de casi cuatro años (1724-1728), de la pluma de Rivera salieron el Diario y Derrotero de la visita, un Informe y Proyecto y el Reglamento para todos los presidios de las Provincias internas de esta Governación (sic), el primer reglamento específico para los presidios, el de 1729.
A mediados de siglo, las incursiones de los apaches, empujados hacia territorios españoles por los comanches, y las de los propios comanches, provocaron un aumento de la violencia en las provincias del norte de Nueva España, las conocidas como Provincias Internas.
Pero el problema no eran solo los apaches. Una peligrosa sublevación de los pimas altos en 1751 puso de manifiesto deficiencias de la defensa de los establecimientos fronterizos. El virrey Juan Francisco de Güemes, conde de Revillagigedo, vio que era necesario mejorar el funcionamiento y disposición de los presidios. Reforzó los existentes y estableció una serie de providencias y ordenanzas para mejorar la militar disciplina, régimen y gobierno de los presidios internos fronterizos de Indios, que suponían una enmienda importante al Reglamento de Presidios de 1729 y ponían de manifiesto la necesidad de uno nuevo.
A medida que avanzaba el siglo, los conflictos con los nativos de diferentes grupos fueron cada vez más frecuentes y los gastos de la defensa aumentaron. La situación se deterioró progresivamente hasta ser casi desesperada.
El virrey Carlos Francisco de Croix, Marqués de Croix, a instancias del visitador José de Gálvez, enviado a Nueva España por Carlos III, encargó una nueva inspección de los presidios del norte del virreinato. La llevó a cabo entre 1766 y 1768 Cayetano Pignatelli, marqués de Rubí, acompañado por dos ingenieros militares, el capitán Nicolás de Lafora y el subteniente Josep Urrutia. Esta inspección dio lugar a una cartografía de territorios mal conocidos, a la evaluación de la situación real de la frontera y a un nuevo reglamento de presidios, puesto en vigor por el virrey Antonio María de Bucareli y Ursúa en 1772.

En este reglamento se abordaban muchos problemas de organización y funcionamiento, la mayoría de los cuáles ya había intentado resolver el reglamento de 1729 con regular éxito. Pero el punto más importante era definir una línea de 15 presidios, separados entre sí unos 160 km y ubicados más o menos sobre la actual frontera entre Estados Unidos y México, la zona que de facto se controlaba, o al menos se intentaba controlar. Al norte y fuera de esa línea quedaban los presidios de Santa Fe (Nuevo México) y San Antonio (Texas).
La línea de presidios significaba de alguna manera la renuncia de España a continuar la expansión más hacia el norte, a unos territorios cuyo dominio reclamaba, que se habían explorado, pero en los que nunca se instalaron españoles. Con la línea se intentaba mejorar la defensa de unas provincias en las que sí había presencia hispana desde hacía mucho tiempo. Por primera vez, la frontera se trataba como un ente único y como tal se organizaría el funcionamiento de los presidios y se coordinarían las acciones militares de los soldados presidiales y de las compañías volantes.
- UNIFORMIDAD Y EQUIPAMIENTO
A lo largo del siglo XVIII, el aspecto de los soldados de cuera no cambió demasiado. Lo que puede verse en el único documento en color que se conserva, la pintura conocida como Segesser II1 , no difiere mucho de lo especificado por el reglamento de 1729, o incluso por el de 1772.
Ambos reglamentos, con bastante más detalle el de 1772, hablaban de uniformidad y equipamiento, pero sus especificaciones no eran exhaustivas. El aspecto de las cueras o la decoración de las adargas podían ser muy diferentes entre presidios e incluso entre los soldados de un mismo presidio. En septiembre de 1780, en una más detallada instrucción, se introdujeron cambios en la uniformidad de los soldados presidiales, de forma que estuvieran más en línea con el estilo seguido en Europa. Entre otras cosas, se modificó el sombrero de ala ancha para facilitar apuntar con la escopeta y los oficiales pasaron a usar tricornio.
En el siglo XIX, las cueras se fueron acortando hasta terminar siendo chalecos. Cayeron en desuso y desaparecieron cuando mejoraron el alcance y precisión de las armas de fuego y los indios empezaron a utilizarlas sistemáticamente.
La figura siguiente muestra a un soldado de cuera basado en un dibujo de 1760. En el original la adarga era de mimbre, pero aquí se ha sustituido por otra, decorada según un estilo más frecuente en las conservadas en distintos museos.

De la uniformidad y equipamiento de los soldados, el Reglamento de 1772 decía lo siguiente.
Sobre el uniforme:
El vestuario de los soldados del presidio ha de ser uniforme en todos, y constará de una Chupa corta de Tripe, o Paño azul, con una pequeña buelta (sic) y collarín encarnado, Calzón de Tripe azul, Capa de Paño del mismo color, Cartuchera, Cuera y Vandolera (sic) de Gamuza, en la forma que actualmente las usan, y en la Vandolera (sic) bordado el nombre del Presidio, para que se distingan unos de otros, Corbatín negro, Sombrero, Zapatos, y Botines.
Sobre el armamento:
Las Armas del Soldado del Presidio han de constar de Espada ancha, Lanza, Adarga, Escopeta, y Pistolas; la Espada ha de ser del tamaño, y hechura que usa la demás Caballería de mis Ejércitos; las Moharras de las Lanzas han de tener un pie de toesa de largo, y pulgada y media de ancho, bien reforzadas en el centro, de suerte que formen lomo, y cortantes por ambos lados, con una virola correspondiente, para detener la demasiada introducción, y facilitar su retrocesso (sic), y repetición de golpes: La Adarga no variará de las que usan en el día; la Escopeta, igualmente que las Pistolas, estarán montadas, y tendrán las llaves a la española; el cañón de la escopeta tendrá de largo tres pies de toesa, y sobre esta proporción se arreglará la encepadura, de modo que quede el Arma equilibrada cuando se apunte: Los cañones de las Pistolas no excederán de diez pulgadas; el calibre de unas, y otras de diez y seis adarmes; los rastrillos de las llaves serán del mejor temple, para que resistan á la violencia del Sol; los g anchos de las pistolas han de ser muy seguros, y reforzados.
Sobre los equinos:
Cada Soldado debía tener seis caballos, un potro y una mula2 y siempre tenía que haber un caballo ensillado, bien alimentado y atado, por la importancia de acudir prontamente la tropa a cualquiera salida intempestiva, rebato de enemigos o urgente socorro.
La mula tenía mucha importancia como animal de carga3. Además, se recomendaba que el soldado de cuera la usara de montura en desplazamientos largos con el fin de que los caballos llegaran frescos al combate.
Sobre la silla de montar:
La silla (a que se reduce toda la Montura del Soldado) ha de ser vaquera, con lascubiertas correspondientes, llamadas Mochilla, Coraza, Armas, Coginillos (sic), y Estrivos (sic) de palo, cerrados, quedando de consiguiente prohibido el uso de las estriveras (sic) grandes, por impropias, y perjudiciales.

Entre los aspectos que el reglamento no detallaba estaban, por ejemplo, cómo transportar la escopeta y las pistolas, cuando dispusieran de ellas, o el uso de mestizas o chaparreras para proteger las piernas del monte bajo 4. Otro tanto pasaba con la protección para los caballos, que cambiaba según necesidades y costumbres. En los archivos suele aparecer la anquera, para proteger las ancas del animal, pero fueron cayendo gradualmente en desuso.
La cartuchera se llevaba al cinto y el sombrero era negro, para diferenciarse de otras unidades, como la tropa ligera5
Con esta uniformidad y equipamiento, que no siempre estaban completos o en buen estado, los soldados presidiales y las compañías volantes se enfrentaron a apaches, comanches y otras tribus hostiles. Apenas 3000 hombres fueron la espina dorsal de la defensa de 3000 km de frontera. Pero contar cómo fue la lucha es otra historia.
1 La pintura Segesser II, en la actualidad propiedad del estado de Nuevo México y expuesta en elPalacio de los Gobernadores de Santa Fe, representa con detalle el final de la expedición de Pedro de Villasur a las Grandes Llanuras en 1720. 35 españoles, incluidos Villasur y 31 soldados, y 11 indios pueblo también integrantes de la expedición murieron en un ataque de los indios pawnee, junto al río Platte, en Nebraska.
2 El Reglamento de 1729 especificaba también 6 caballos y una mula, pero no el potro.
3 Las mulas eran el camión de aquella época, imprescindible para el transporte de cargas. Una mula vivía más años y podía costar el doble que un caballo.
4 Las chaparreras se siguen usando en la actualidad en algunas monterías en el sur de España.
5 La tropa ligera fue creada en 1778. Iba equipada como los soldados de cuera, pero sin cuera, adarga ni lanza, y solo precisaban de tres caballos y una mula. Llevaban sombrero blanco.
Para Hasta el Tuétano Nº 10

Creo que el dibujante Antonio Hernandez Palacios hizo alusión al tema en su saga «Manos Kelly» de unas ilustraciones impresionantes como las de «Mc Coy» y «El Cid»
Gracias a su comentario he buscado y conseguido la edición integral de Manos Kelly en La Casa del Libro. Es una verdadera joya.
Corrijo mi comentario anterior. El texto repetido está al final de artículo y es el siguiente: «Armamento defensivo (cuera y adarga) y ofensivo (pistolas, escopeta, espada y lanza) de un soldado de cuera. La cuera y la adarga de la imagen están en el Museo del Ejército de Toledo».