Solzhenitsyn: reflejo del valor
En los tenebrosos días que nos ha tocado vivir hemos de ir siempre tras el rastro de ejemplos pretéritos en los que fortaleza y resistencia puedan otorgarnos luz a lo largo de esos caminos que aún nos quedan por recorrer a lo largo de nuestra vida.
Y, con plena seguridad, todas esas vías no estarán exentas de dificultades ni serán un plácido paseo sin alteraciones e interferencias que puedan perturbar nuestra tranquilidad. Afortunada o desafortunadamente, la prostituida realidad de los últimos años nos ha ido poniendo a prueba con infinidad de sobresaltos que, si no han logrado acabar con nosotros, han conseguido hacernos más fuertes. Siempre nos quedará el lado positivo de nuestras victorias sobre la adversidad.
Esa semilla del Mal tan profusa es la que no nos permite alcanzar el bienestar usurpado por la radicalización de tendencias y corrientes socioculturales como el buenismo, el transhumanismo o el relativismo cultural que, con un carácter casi fundamentalista, pululan por el orbe mientras se filtran por capas y estratos de una abatida sociedad.
El propósito de ese germen tiene como meta apagar la verdad objetiva y oponerse a cualquier atisbo de esperanza que pueda seguir iluminándonos en un desolador futuro repleto de incertidumbre, carencias y debilidades. Así, ante estos nuevos illuminati de nuestro tiempo, hooligans del pensamiento único, la verdad absoluta y las directrices impuestas por las élites, resulta verdaderamente difícil apartar nubes y vientos encargados de fulminar gloriosas gestas de un pasado que, según convenga, es puesto en entredicho, modificado o laminado por la exclusiva, particular e ideologizada damnatio memoriae de gestores y legisladores del presente.
Es cuestión del sectarismo que anida en las ideologías para promover un repugnante interés electoral encaminado a la prolongación y ostentación de un corrosivo poder cuyas garras se aferran con fuerza a poltronas, prebendas y pasillos de poder para, con una civilización en constante y acomodado estado de hibernación, hacer de las suyas.
Si la sangre de los mártires, de los que dieron su vida por la fe, ha supuesto un eterno impulso para nuestras convicciones, además, podemos coincidir que, como diría el dramaturgo Ben Jonson, quien no ha afrontado las adversidades no conoce su propia fuerza. Y es ahí donde hallamos el ejemplo de Aleksandr Solzhenitsyn, su hercúlea resistencia y su gigantesca figura humana y literaria.
El nacimiento del Premio Nobel de Literatura en 1918 se produjo meses después de que el veneno de la serpiente bolchevique se hiciera con el poder y, de ahí, con un autoritario régimen en el que el sistema educativo soviético instruía a las nuevas generaciones con un continuo lavado de cerebro contra el enemigo número uno, la religión. A ese latente espíritu de una época de miseria, como no puede ser de otra manera en esos regímenes, le acompañarían dos ingredientes más: el enaltecimiento del ateísmo y la adhesión al comunismo.
Y el cúmulo de contrariedades rebosaría la conciencia de Solzhenitsyn cuando, durante la II Guerra Mundial, fue testigo de la crueldad y vileza en el frente oriental y las vengativas represalias del Ejército Rojo sobre niños y mujeres alemanas. Todo ello iba a contribuir a cavar su progresiva tumba tras las críticas a un Josef Stalin que le sentenciaría a ocho años de prisión antes de verse forzado al exilio en Kazajstán, donde una nueva desdicha, un cáncer maligno en avanzado estado, propiciaría su conversión al cristianismo.
Sin embargo, todas esas losas y penurias en la vida de Solzhenitsyn han de convertirse en potenciales referentes de nuestros comportamientos actuales, en poderosas murallas de contención y elementos de disuasión para la oposición. Hubo momentos puntuales en su vida que, viendo el panorama actual de Occidente, no difieren de discursos centrados en la tiranía comunista, el trato a medios y políticos disidentes en un país y el exilio como consecuencia de mostrar un firme rechazo al régimen impuesto por el poder de turno. Momentos relevantes quedaron en la hemeroteca como su Premio Nobel literario en 1970, la publicación de «Archipiélago Gulag» en 1973, el discurso en la Universidad de Harvard en 1978 y su periplo como exiliado en Suiza y los Estados Unidos antes del regreso a la Rusia de 1994.
Pero, centrándonos en lo esencial, su advertencia respecto al progresivo laicismo y hedonismo de Occidente fue capaz de dejarnos una huella imborrable tras sus palabras en la universidad norteamericana hace casi medio siglo. De igual forma, cabe destacar el toque de atención a los estados libres de nuestro continente en lo referente a la precariedad moral que, por entonces, ya se atisbaba en un horizonte hoy convertido en la realidad de un cruel presente.
Ahora, en medio de un interminable salto al vacío, andamos, por ejemplo, más preocupados de cuestiones éticas en la inteligencia artificial que en la humana. Así, estamos agigantando nuestros pasos hacia esa inevitable decadencia en la que, con infinidad de supuestos derechos, nos hemos olvidado de responsabilidades de todo tipo: individuales, de grupo, identitarias, familiares, etc.
Y ahí entra en juego el sibilino rol de las élites y sus destacados trileros con deshumanizadas intenciones para con nuestros jóvenes, ajenos a la cultura del esfuerzo, del compromiso y, también, la religión. La profusión de tendencias humanísticamente autónomas, con el hombre por encima de cualquier autoridad, y las riendas de la mentira y la manipulación se han encargado de promover los excesos de un antropocentrismo en el que negros nubarrones no dejan de aparecer a lo largo de los múltiples vericuetos de nuestra zarandeada cotidianidad.
Ante este turbio panorama de desidia y laxitud, de despreocupación e incertidumbre, no podemos caer en la tentación de la desesperación para dar opciones a modas pasajeras cuyos frutos implican corrupción y destrucción. Paciencia y humildad han de alinearse a nuestra diestra y siniestra, acompañarnos en acciones e intenciones para, con la esperanza y paradigmas como el de Solzhenitsyn y nuestros mártires, encontrar el camino hacia la luz y la vida que, entonces, el Bien nos otorgará.
Para chesterton.es

Muy bueno.
Un poco descuidada la redacción, pero se entiende perfectamente.
Yo solo añadiría que este capitán de artillería soviético (patriota ruso, más bien) cuando vino a España también sufrió censura y contradicción.
Lean:
Cuando el Nobel Solzhenitsyn dijo No al rey Juan Carlos
http://www.actuall.com/criterio/democracia/archipielago-gulag-solzhenitsyn-dijo-no-al-rey/
…Llega a España en marzo de 1976. El día 20 el periodista José María Íñigo le hace una entrevista en TVE.
Dijo en TVE, en el programa de Iñigo: Observo como vive la gente (en España) y pregunto: ¿saben ustedes lo que quiere decir ‘dictadura’, conocen ustedes lo que se esconde tras este término?
…La crisis de la civilización occidental no es política, sino espiritual. La misma contraposición Este-Oeste queda diluida, puesto que ambos mundos están hundidos en el materialismo.
…Pero lo que es totalmente desconocido es que desde la Casa del Rey se invitó a Alexander Solzhenitsyn a una audiencia con Su Majestad en el palacio de la Zarzuela. No aceptó. Así de sencillo y extraño. Se excusa de asistir a la audiencia ya que teme que ese encuentro tenga una excesiva resonancia y solo debilitaría el efecto de su intervención pública.
Solzhenitsyn a D. Juan Carlos: “Deseo a S.M. el Rey tenga el valor de no ceder a la presión de los círculos de izquierda españoles y europeos”
Le faltó (o le censuraron) decir también los círculos liberales