¡Soy un sacerdote progresista!
No lo sabía hasta hace muy poco. ¡Soy un sacerdote progresista! Durante años he estado ignorante de mi realidad, tantas veces me han dicho que soy un retrógrado, que me he quedado en el Antiguo Testamento, que …, aunque nada me importó, sin embargo me hizo desviar la atención de mi verdadera realidad sacerdotal progresista. He caído en la cuenta de ello al leer unas meditaciones en latín en un libro del mediados del siglo XIX. Mientras las leía se me vino a la mente la palabra “progresismo”, que yo era un progresista por leer lo que estaba leyendo.
Esto requiere una explicación.
Hoy en día existe una palabra que está presente en nuestra sociedad como marca indeleble de ella: progresismo. Leyes progresistas, partidos políticos progresistas, costumbres progresistas, actitudes progresistas, formas comportarse progresista… Pero todo lo que lleva el sello de progresismo tiene un denominador común: la exclusión de Dios, nuestro Señor. Es más, odio a Dios. Hablar de progresismo es hablar de extirpar a Dios de la sociedad, de las leyes que la gobiernan, de arrancar a Dios del corazón del hombre, y aún más, si fuera posible borrarlo de su memoria.
Pero el odio al Señor no es progresismo, es algo antiguo, no es algo nuevo. Lo nuevo es lo desconocido que se hace presente, como algo bueno para el hombre y la sociedad, representando, un avance, un progreso respecto a una situación anterior. Novedad, progreso extraordinario, fue la Encarnación del Hijo de Dios. La Palabra de Dios que vino al mundo trajo una novedad sin precedente y un progreso en la vida del hombre jamás igualado. ¿Cuándo se ha visto una novedad como la de amar a los enemigos? O la novedad de amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. La novedad de los mandamientos de la Ley de Dios.
Lo viejo y retrógrado es el divorcio, la novedad es la indivisibilidad del matrimonio; lo retrógrado es el aborto, la novedad es no matarás. Lo retrógrado es la promiscuidad sexual, el progreso es no cometer actos impuros; retroceso son las uniones libres o las relaciones homosexuales, el progreso es el matrimonio sacramental. Lo antiguo, lo retrógrado, lo viejo, lo repetitivo, el “erre que erre” una y otra vez es no amar al Señor, odiarle. La gran novedad, el gran progreso es amarle. Progresista es el que sigue al Señor crucificado, el que sigue la novedad progresista de su enseñanza. El retrógrado es el que escupe y desprecia su Cruz. El progresista es el que persigue a toda costa la salvación de su alma, el retrógrado es el que busca el placer de los sentidos a toda costa.
El progresista es el que ha pasado de la oscuridad a la luz, del pecado a la gracia, de la muerte a la vida. El retrógrado es el desprecia este progreso de la santidad, prefiriendo lo viejo y anquilosado del pecado.
La Iglesia nace progresista. Los cristianos del siglo I eran progresistas respecto al mundo en que vivían. Y porque eran progresistas, estaban dispuestos a perder la propia vida antes que dar un paso atrás, que supusiera desandar el camino de progreso que supone la santidad. Y como la Iglesia era progresista combatía los errores del mundo, con autoridad y firmeza, para que ningún error del mundo pudiera afectar e infectar la vida de progreso de sus hijos.
La Iglesia siempre ha sido progresista. Cuando combatía las herejías y las ideologías anticristianas, cuando señalaba los errores y los prohibía, cuando estaba alerta para que nada afectara a la vida de santidad de los fieles estaba protegiendo celosamente el gran avance y progreso que supuso la Palabra de Dios, de la que es custodio, la novedad de nuestro Señor y sus Mandamientos, la novedad del santo sacrifico de la Misa, la novedad de unas enseñanzas que nos conducen a la vida eterna. Al combatir los errores del mundo, la Iglesia era progresista.
Cuando ha dejado de señalar, de corregir, de condenar los errores, entonces, la Iglesia ha dejado de ser progresista; ha cambiado el progreso por el retroceso. La Iglesia unida al mundo sigue el camino de éste, el mismo que ha rechazo la Luz que ha venido a él. Basta ver el retroceso atroz de la liturgia, que ya no es que esté desacralizada, es que se está paganizando. Vemos el retroceso en la moral, retroceso en las costumbres, retroceso, en definitiva, en la misma santidad al bendecir el mismo pecado. Mejor no seguir hablando de este camino de retroceso emprendido por la Iglesia.
Pues bien, tras lo dicho, he comprendido que la tradición – sus enseñanzas, su liturgia, sus costumbres – es el progreso que se resiste a dar un paso atrás. La tradición es el avance que no está dispuesto a perder lo andado; lo que ha progresado respecto al mundo no lo quiere perder. El tradicional es el progresista que se cierra a las mentiras y errores del mundo para seguir progresando en santidad.
Soy progresista porque soy tradicional. Mi sotana, mi latín y mi Misa tradicional son mis signos de identidad, los mismo que me protegen y cuidan del mundo, los mismo que me recuerdan día y noche mi progreso, que no he de perder y sí aumentar. Son los signos que el mundo que odia a Dios desprecia, porque al odiar a Dios odia el verdadero progreso.
Sólo y únicamente el hombre que se reconoce criatura de Dios y criatura caída necesitada de redención, es el hombre que ha iniciado el camino del verdadero progreso; es el hombre de la verdadera sociedad progresista.
Sí, al leer aquellas meditaciones en latín del siglo XIX comprendí que era un sacerdote progresista.
Ave María Purísima.

Anunciar el evangelio, para la salvación de las almas, todo lo demás son engaños de Satanas.
Muy curioso y bien armado argumento.
Es preciso decir que la guerra ideológica se sustenta en el lenguaje (en la guerra ideológica la primera batalla que se gana o se pierde es la semántica) y los enemigos de la Iglesia se han apropiado de la palabra “progresista”
También sucede en la política. Y así vemos autodenominarse como “progresistas” a los retrógrados que pretenden la involución a los tiempos de la Segunda República. Que a su vez, aunque también se la se quiera tildar de “progresista”, supuso un retroceso de siglos: nada menos que hasta las persecuciones de los emperadores romanos.
Los que dirigen este mundo lo hacen con la cábala numeral y cábala acústica, es una matriz arquetípica de designios, creando una superestructura cultural de hechizos para que no se despierte la verdad del espíritu, su origen. Para tener una idea, la ventana de Overton, se puede comparar con la parte del Iceberg que sobresale del mar, un significado sesgado de lo que se oculta debajo del mar, la matriz arquetípica en su totalidad.
Saludos cordiales
La matriz arquetípica representa a la serpiente y comprenderla, se rompe el hechizo para ser nuevamente libre en el origen del espíritu, del cual nos extraviemos.
Para los que siembran el progresismo, el progreso consiste en imponer la ley del más fuerte entre los humanos (o sea, ellos), la de las bestias: la autopista al infierno, el camino ancho y fácil. Es decir, progresan para atrás, de vuelta a la caverna precristiana; porque la verdadera evolución, el salto del abismo sobre el resto de las especies, está basado en la misericordia cristiana, que no en los avances materiales, científicos, técnicos.
Progresista es el que destruye el cristianismo, adulterándolo; es el que progresa hacia el infierno.
Uno puede adoptar las palabras, pero su sentido social está fijado, impuesto, por quienes pueden hacerlo a base de talonario. Ellos las adulteran: las vacían de contenido y las rellenan de maldad.
Los protestantes, excrecencia de los de siempre, se hacen llamar cristianos. Hoy lo que mana del Vaticano es otro protestantismo y lo hacen llamar católico. ¿Y habremos de ponernos otro nombre? Lo volverían a adulterar; el Malo nunca descansa y es el Príncipe encargado de este mundo/vida.
Al igual que infiltran las instituciones, infiltran el lenguaje. Corrompen todo lo que tocan, todo lo que les pueda servir en su tarea de sembrar cizaña.
Antes que por sus palabras, por sus obras… les conoceréis.