Suecia: la quiebra del paraíso
Suecia fuera icono y paradigma de desarrollo, estabilidad y paz. Hoy tal paraíso está quebrado y si aquello fuen posible en parte por su poca población, su quiebra tiene en tal hecho su talón de Aquiles; quiebra que se debe, como en tantos otros países, a su nefasta y suicida política inmigratoria.
Suecia celebrará elecciones el próximo 9 de Septiembre. De nuevo las urnas definirán el camino de país tan peculiar, no sólo por sus frío clima y sus rubias vikingas, sino porque debido a la errónea trayectoria de las últimas décadas, surgen en tal nación fuerzas que comienzan a querer tomar cartas en el asunto para imprimir un cambio de rumbo significativo, porque creen, y tiene para ello muy serias razones, que no pueden seguir como hasta ahora, en concreto, en lo relativo a la inmigración… cómo no, porque eso nos pasa a todos, sólo que hay muchos países en los que se está tomando rápida conciencia e iniciándose vías para poner coto, y otras, como España, en las que seguimos, contumaces, el camino opuesto.
La población sueca durante la segunda mitad del siglo XX apenas llegaba a los ocho millones de habitantes; hoy poco más. País extenso, pero muy escasamente poblado, pudo, precisamente por su escasa población, desarrollar un modelo económico socialdemócrata mixto muy personal de gran éxito en el que junto a una extraordinaria protección de los derechos de los trabajadores, se observaba una nada despreciable intervención por parte del Estado que controlaba la vida de sus ciudadanos casi desde que nacían hasta que morían.

Durante las décadas de los 70 y 80 del siglo pasado, Suecia, siempre gobernada por mayorías socialdemócratas –más socialistas que demócratas–, fue envidia del resto de países europeos que, no obstante, se engañaban o, mejor decir, que eran engañados por sus respectivas izquierdas que utilizaban a Suecia profusamente como icono y ejemplo de lo que ellas querían e iban a conseguir en sus respectivos países si se les votaba y mantenía en el poder. Sin duda la cosa les funcionó en muchos y prolongados casos a pesar de que nunca lograban lo que prometieron, es decir, lo que se había logrado en Suecia.
Sin embargo, y como suele ocurrir siempre, lo que propugnaban las izquierdas como el paraíso terrenal, el cual querían importar a sus respectivos feudos, no era cierto; normalmente la historia ha demostrado que la izquierda siempre miente; ojo, la «derecha» también, por lo menos hoy en día.
No se decía, era políticamente incorrecto, estaba censurado, sí, como lo leen, prohibido, sí, en Suecia y fuera de ella que el paraíso sueco no lo era tanto y, además, que daba ya a principios del siglo XXI notables pruebas de ser un gigante con los pies de barro, de que a no tardar mucho iba a quebrar. Pero repetimos: estaba prohibido dar la voz de alarma; también en el resto de países europeos, pues sería un serio palo en las ruedas de sus respectivas izquierdas.
Y es que los números, como siempre, son tenaces y aunque se pueden manipular, si se hace no cuadran y tarde o temprano se termina sabiendo; la matemática es ciencia exacta, no hay lugar para la confusión o el engaño.
En la actualidad, de los ocho millones y pico de suecos, 1,9 no han nacido en Suecia, es decir, son inmigrantes directos, y medio millón más son hijos de padres extranjeros afincados en el país. Es decir, que el 25 por ciento, nada más y nada menos, de la población sueca no es sueca de pura cepa. Más: de entre ellos, y por ellos, el 10 por ciento de la población sueca es musulmana, lo que unido al destrozo que el luteranismo ha causado de siempre en el país en cuanto a creencia religiosa, hace que en Suecia, actualmente, el Islam sea la confesión religiosa mayoritaria por número de practicantes. Si la tendencia inmigratoria sigue al ritmo que se registra ahora se puede asegurar que en veinte años más la mitad, o sea, el 50 por ciento de la población sueca será foránea.
Lo que ha traído lo anterior, es decir, esa política socialdemócrata sensiblera y sentimentaloide, ha sido lo siguiente (datos de 2017): la mitad de los reclusos son extranjeros; con 117 muertes violentas, el porcentaje es de 0,0014, mientras que en España es de 0,0006; en España hubo 1.382 violaciones denunciadas –España tiene 45 millones de habitantes–, en Suecia lo fueron 7.370, algo posible sólo por el levado número de extranjeros. Todo ello, y otras cosas más, han llevado a los suecos, por un lado, a mudarse mayoritariamente a pequeños pueblos más o menos lejos de la urbes, en las cuales ha aumentado las zonas en las que la propia policía ha renunciado a entrar –y en las cuales se aplica directamente y como única ley válida la sharia musulmana–; y por otro, lo que es peor, a emigrar, es decir, a exiliarse, de forma que cerca de 40.000 de ellos vienen abandonando el país regularmente cada año, lo que supone una pérdida del 0,4 por ciento de su población autóctona, hecho que incide aún más en desequilibrar a favor de los inmigrantes la tasa de población.
Por todo ello, y como lógica reacción, surgió a comienzos del siglo XXI un nuevo partido, el Sverigede-mokraterna o Demócratas Suecos (SD) de claro matiz nacionalista, el cual no ha dejado de crecer desde entonces, entrando en el Parlamento en 2010 con 20 diputados al obtener 5,9 por ciento de votos. El acoso que de inmediato coordinaron contra él el resto de partidos –algo habitual de parte de los «demócratas de toda la vida»– no ha podido con él, todo lo contrario, porque en 2014 alcanzó el 12,90 por ciento de los votos, logrando 49 diputados, convirtiéndose en la tercera fuerza política del país; pero es que además su ascenso se debió a que la mitad de sus votantes lo fueron de la derecha tradicional y un 31 por ciento de la izquierda también tradicional. Más: es el partido que recoge mayoritariamente los votos de la juventud, pues sus votantes están de forma mayoritaria entre los 18 y 25 años de edad.
Caso significativo es el hecho de que aunque tuvo cierta ala de tendencia o imagen neonazi, de la cual se ha ido deshaciendo hábilmente, en 2014 recogió muchos votos de la pequeña pero económicamente influyente comunidad judía, así como de los izquierdosos que salieron de Chile a raíz del golpe de Pinochet en 1973 y, dato importante, de las comunidades cristianas de inmigrantes sirios, iraquíes y turcos perseguidos en sus respetivos países. Así, paradojas de la vida o mejor decir de la inmigración que nos ahoga, el 12 por ciento de los inmigrantes, bien que de las características que hemos dicho, se decanta por votar al SD desde hace ya tiempo.
Aunque ha tenido sus más y sus menos internos con algunas defecciones y ligeras rupturas, se mantiene incólume y los sondeos para las elecciones de Septiembre le sitúan en cerca de los 83 diputados con un porcentaje del 22,4 por ciento de los votos, es decir, que si se confirmaran dichas encuestas estaría a punto de desbancar al sempiterno partido socialdemócrata creador del paraíso en la segunda mitad del siglo XX y, al tiempo, destructor del mismo en lo que va del XXI por su ceguera inmigratoria. Veremos a ver qué pasa, pero creemos muy importante e interesante seguir dichas elecciones de cerca para que no nos sigan engañando los izquierdosos de aquí o, al menos, no nos dejemos engañar más.
¿Y España? ¿Para cuándo la reacción y el despertar?
Datos de Sten Erik Norling (Razón Española)

Y así estamos, alentando la agresión apenas indirecta a través del tráfico de novo-esclavos/mujaidines de la mano de la OTAN y de las Curias, coincidentes en todo, como tantas veces, con ese invento judío que es el social-marxismo.
Y lo estamos pagando también aquí, y más que pagaremos, pues compartimos frontera con nuestro «tradiciol aliado», y primo de nuestros borbones, el alahuita marroquí.
Estimado seguidor: y tanto y mucho más, sí señor. Gracias y saludos cordiales.