Tabarnia o la locura de la locura nacional.
Lo de jalear a Tabarnia es tan peligroso como hacerlo con un mono con una caja de bombas. Tan peligroso como criar cuervos. Tan tonto como alimentar talibanes para echar a los rusos de Afganistán. En fin, es una barbaridad en la que sólo pueden caer los periodistas y políticos profesionales «constitucionalistas» de hoy en día y muchos españolitos tan tontos como ellos.
En una nación desquiciada como es la España actual. En la cual todo, se mire por donde se mire, es mentira. Una nación donde no es que ocurran coas demenciales, sino peor aún, donde se permiten e incluso impulsan. En esta España digna de un psiquiátrico. Cada día más se riza el rizo. Ahora le toca el turno a la moda de Tabarnia, la cual hace furor entre periodistas –cómo no–, políticos «constitucionalistas» y otras gentes de mal vivir. Ahora, tras el fiasco del 21-D. Tras tamaña estupidez. Tras las alegrías por no llorar de Rivera y Arrimadas. Y tras Felipe VI borboneando, como sus antecesores, en el mensaje del día de Navidad rebajando sus ínfulas de aquel otro discurso con el que quiso emular al emérito; ante todo salvar la monarquía, o sea, el chiringuito, o sea, a la «mafiglia». Ahora, todos andan a vueltas y revueltas con Tabarnia; ese gran descubrimiento del siglo XXI.
¿Y qué es Tabarnia? Pues teóricamente una nada, pero que en esta España de descerebrados ha adquirido protagonismo por mor de la locura colectiva que nos anega. Se da tal nombre a una pretendida «identidad comunitaria» que formarían el área Metropolitana de Barcelona, de Tarragona y parte de sus comarcas aledañas; hasta ya tiene bandera, cómo no. «Identidad» que le vendría sólo porque en tales zonas los separatistas no reúnen ni un pequeño puñado de votos. Porque los tabarnianos serían el ariete de la ruptura de la otra «identidad nacional» catalana; si es que existiera, claro. Porque los tabarnianos formarían ese espejo en el que deberían mirarse los separatistas catalanes de cara al futuro de su quimérica, pero más que cercana, «república», toda vez que los tabarnianos supondrían su «procés», o sea, el «procés» del «procés» ¡hay que jo… robarse!. En fin, consistiría en que los «constitucionalistas», tan estúpidos ellos como los separatistas, y todos tan poco o nada españoles, habrían encontrado por fin una fórmula para darles por el saco, para pararles los pies y para reventarles el garito distinta a la de hacer lo que deberían haber hecho desde hace cuatro décadas, pero que no han hecho porque ni han tenido nunca ni tienen ni van a tener lo que hay que tener, ni van a modificar ley lectoral alguna, ni otras cosas, porque todo forma parte de una gran pacto maquiavélico suscrito hace medio siglo para destruir España.
Lo de jalear a Tabarnia es tan peligroso como hacerlo con un mono con una caja de bombas. Tan peligroso como criar cuervos. Tan tonto como alimentar talibanes para echar a los rusos de Afganistán. En fin, es una barbaridad en la que sólo pueden caer los periodistas y políticos profesionales «constitucionalistas» de hoy en día y muchos españolitos tan tontos como ellos.

¿Y por qué? Porque es alimentar los separatismos, pues no otra cosa proclaman los tabarnianos tanto como los de ERC, PxCat, Bildu y otros por igual. Porque sería trocear aún más a España de lo que ya se ha hecho con las autonomías malditas. Porque es meter en las cabezas de nuestros analfabetos jóvenes la idea de que cualquiera tiene «derecho a decidir». Porque es volver a las rebeliones cantonales de la Primera República que dejaron al mundo perplejo, las cuales hubo que resolver a cañonazos, cosa que hoy, además, sería imposible porque ni hay cañones, ni militares con agallas para usarlos, ni políticos para ordenarlo, ni comunidad internacional que lo permitiera, ni «na de na». Porque el que juega con fuego acaba quemándose. Porque para acabar con el separatismo catalán, vascongado, gallego, valenciano, balear y algún otro que ya apunta por Andalucía, lo que hace falta es más españolidad, más autoridad, más cultura nacional, más educacional nacional, más disciplina nacional, más fe católica, en fin, más de todo lo que nos falta desde hace cuarenta años –y alguno más– de estúpida democracia liberal-revolucionaria; o sea, más España, señores, ESPAÑA.
Así es que dejemos lo de Tabarnia y centrémonos en recuperar España, que es más fácil de lo que parece si nos ponemos, eso sí, manos a la obra, los españoles de verdad; empecemos por encerrar en el manicomio a los «profesionales de la política» y que allí y sólo allí puedan hacer de las suyas.
