Osoro, como Tarancón, ¿al paredón?

El pasado 20 de Noviembre, en la iglesia de San Antón, esa que por desgracia ha convertido el mundanamente famoso «padre Ángel» en un escenario teatral que rebosa demagogia…

La iglesia de San Antón durante el homenaje. Osoro al fondo y una foto tamaño natural de Tarancón en primer plano

El pasado 20 de Noviembre, en la iglesia de San Antón, esa que por desgracia ha convertido el mundanamente famoso «padre Ángel» en un escenario teatral que rebosa demagogia y mundanidad y carece por completo de espiritualidad, donde incluso cuando se celebra el Santo Sacrificio de la Misa se hace ante la indiferencia de los «pobres» que pululan ociosos sin rumbo ni ganas de encontrarlo y en la que el Santísimo, en contra de las normas canónicas, permanece expuesto en una «ventana» de cara a la calle por delante del cual pasa todo quisqui sin respeto ni devoción, peor que si fuera un escaparate porque al menos en éste se pararían, el cardenal Osoro, decimos, acudió a homenajear al extinto cardenal Tarancón; el mismo que algunos quisieron llevar «al paredón».

Sobre Tarancón, quien escribiera unas memorias tituladas «Confesiones» de las que ya alguien dijo con acierto que cuando uno se confiesa lo que tiene que hacer es reconocer sus pecados y no excusarse de ellos, que es lo que hizo Tarancón en su librito, Osoro no pudo tener mejores palabras, ni hacérsele la boca más agua, ni estar a punto de reventar el pantalón de henchido que estaba. Tanto como, dato muy significativo, los que le acompañaban, nada menos que el cardenal Sistach y… Maradiaga; ahí es nada, los tres hijos de Berglogio que, como las hijas de Elena, ninguna es buena.

El problema es que en todo lo que dijo Osoro sobre Tarancón mintió; y mintió porque los hechos son aplastantes, porque la Historia de estos últimos cuarenta años avalan lo contrario de lo que dijo, frases hechas, y por ello, rancias y manidas a estas alturas de curso como «Hubo un hombre que prefirió la convivencia, el diálogo, la fraternidad, el poder vivir juntos los diferentes, que nos ayudáramos unos a otros a construir un futuro común. Y ese hombre fue Tarancón» y «¿Qué quiso hacer el cardenal Tarancón por nosotros? Que es mejor estar unidos que peleados, que ante cualquier humano hay que arrodillarse, porque es Dios mismo», frases que hoy se dan de bruces con la realidad.

Tarancón fue, hoy lo vemos, además de un traidor a sus principios, si es que los tuvo e su día  –se sumó al Alzamiento y fue capellán castrense y de Falange–, el ariete que utilizó Roma para socavar hasta la raíz al único régimen político confesional y católico que quedaba en el mundo, al cual procuró derribar hasta no dejar de él piedra sobre piedra. Fue en su proceder torticero, manipulador y puñalero. Socavó los pilares de la Iglesia en España con las consecuencias que hoy vemos: que España ha dejado de ser católica. Tarancón fue el destructor del clero de entonces que se marchó en estampida. Fue quien impulsó manu militari  –lo del diálogo y demás son zarandajas–  este erial espiritual y moral en que se ha convertido nuestra patria. ¿O no es verdad que es un erial donde pocos son católicos, donde menos aún practican, donde sufrimos la plaga del aborto, del avance de la sodomía, de la eutanasia, del divorcio, de la cohabitación prematrimonial, etc., etc. de la que tanto aparentemente se queja nuestra Conferencia Episcopal?

Por todo ello, la Historia, tras cuarenta años, ha puesto ya a Tarancón donde siempre estuvo, entre los destructores de la Fe, o sea, en el mismo lugar en que se encuentran Osoro, Sistach, Maradiaga y el «padre Ángel», a los que por ello tanto aplaude el mundo, como entonces y ahora a Tarancón.

Lo bueno fue que al final, a Ososro le traicionó el subconsciente y se delató cuando en el paroxismo dijo que Tarancón «Hoy, en plena primavera de Francisco (¿?), hubiera gozado al reconocerse en muchas de las reformas que este Papa está implementando en la Iglesia». No se pudo ser más claro… o más cínico o más tonto.

Pero aún hay una ginda para tal pastel: el mismo que alababa a Tarancón con tanto incienso verbal en contra de las evidencias, unos día antes presentaba un libro sobre el Cardenal Cisneros, y lo hizo sin rubor, precisamente aquel magnífico hombre de fe iniciador de la verdadera reforma de la Iglesia en su tiempo, con el apoyo absoluto de la reina Isabel, utilizando para ello las únicas medidas y armas eficaces cuando se quiere reformar algo, máxime el clero decaído, la Iglesia desnortada o la patria disuelta: oración, penitencia, disciplina y autoridad, lo contrario de lo que propugnan Francisco I, Osoro, Sistach y Maradiaga… así nos va… a los demás.

 


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