Tened misericordia de vuestras almas

Queridos hermanos, San Félix de Cantalicio (Cantalice -Italia- 1515-1587) fue un hermano lego capuchino de origen muy pobre pero grande en virtudes heroicas. Las personas más desvergonzadas se contenían ante su afabilidad y su modestia. Su humilde religiosa compostura, la virtud que su semblante reflejaba, y sus palabras hacía estremecer los corazones más endurecidos, convirtiendo a muchos obstinados pecadores.
Era austerísimo para consigo, pero extremadamente blando y dulce para los demás. Su celo por la salvación de las almas era encendido, pero moderado, prudente y humilde, corrigiendo con tono de aviso, consejo o advertencia. Así, San Félix de Cantalicio tuvo noticia de la mala disposición en que estaban ciertos jóvenes, prestos pecar con la carne; los buscó y al encontrarlos se arrodilló a sus pies, y les dijo con lágrimas en los ojos:
Hermanos míos, os pido en caridad que tengáis lástima de vuestras almas.
Tales palabras apagaron el fuego de la carne de aquellos jóvenes, que no consumaron el pecado, convirtiéndose con sincero arrepentimiento.
Este hecho de la vida de este santo ejemplar, bien debería repetirse ante tantos que hoy día están en pecado a causa de sus relaciones adúlteras, homosexuales, libres, etc. Este es el mensaje del santo: Tened misericordia de vuestras almas, porque el pecado os condenará eternamente. Os pido por caridad, tened lástima de vuestras almas, sigue diciendo el santo a todos aquellos que perseveran en el pecado. ¡Tened lástima de vuestras almas!
El santo se impuso la norma de no mirar jamás el rostro de ninguna mujer, y la guardó con toda exactitud. Su atención en materia de pureza era tan perfecta que la naturaleza de San Félix se parecía más a la de los ángeles que a la de los hombres, tal era la gran mortificación de los sentidos.
Jamás condescendió en cosa alguna con el gusto y con la inclinación de los sentidos. Ayunaba con frecuencia, su cama era una tarima, su almohada un haz de sarmientos, dormía poco y tomaba disciplinas sobre su cuerpo.
Tomemos el ejemplo de la necesidad de la penitencia, del sacrificio. No podemos andar en la senda de la santidad sin desprendimiento, sacrificio, penitencia.
Qué gran enseñanza la del santo: la mortificación de los sentidos. Es necesaria y agradable al Señor tal mortificación para vivir la perfecta pureza, que a todos nos la pide el Señor, cada uno en su estado. Muchos son los pecados de la carne por no querer vivir la pureza.
Las relaciones impuras y pecaminosas siempre lo serán y jamás se podrá cambiar su naturaleza de pecado. Aunque, sorprendentemente muchos de nuestros Pastores, alejados de la santidad de San Félix de Cantalicio, insistan en decir lo contrario.
¿Dónde está el celo por la salvación de las almas? Porque muchos son los llamados, pero pocos los escogidos (Mt. 22, 14). Pauci vero electi, pocos los elegidos. No está en entredicho la voluntad salvífica de Dios, pero Dios en su infinita Sabiduría respeta la libertad del hombre, que tiene la grandísima responsabilidad de rechazar la Gracia.
Entrad por la puerta angosta, porque amplia es la puerta y ancho el camino que conduce a la perdición, y son muchos los que entran por ella (Mt. 7,13).
Basta un solo pecado mortal para destruir la vida más santa, si la muerte acompaña al pecado. ¿Se vive con inocencia? ¿Con amor a la pureza, al pudor, al recato en el vestir y en las formas?
Las relaciones adúlteras, homosexuales, libres, bien podemos decir de ellas, toda carne corrompe su camino (Jaime Balmes). ¿Dónde están los sacrificios, penitencias, las lágrimas?
No dejan de enseñar los santos. San Félix solía decir al religioso que le acompañaba, cuando salían por la ciudad:
Buen ánimo, hermano; los ojos en tierra, el espíritu en el cielo, y en la mano el santo rosario.
He aquí un verdadero programa de vida de santidad. Despreocupación de las cosas del mundo, verdadero desapego. No seguir las modas indecorosas y banales; no gustar de las diversiones frenéticas y sensuales. Sentirse libre de los respetos humanos. Tener el corazón en el Señor, buscando siempre la pureza de vida, la rectitud de actuación y pensamiento, la honestidad, la sinceridad. Y todo sustentado en una sólida vida de oración, donde el rezo asiduo del Santo Rosario nunca ha de faltar.
Las palabras del santo deben de seguir resonando y diciéndonos a todos: Hermanos míos, os pido en caridad que tengáis lástima de vuestras alma.
Ave María Purísima.
