Tener fe y vivir de la fe
«La experiencia nos enseña que los oradores evangélicos que predican conforme a las luces de la fe, producen más fruto en las almas que los que llenan sus discursos de humanos razonamientos y pruebas de filosofía, porque aquellas luces van siempre acompañadas de cierta unción celestial, que secretamente se derrama en los corazones de los oyentes; de lo cual debería inferirse cuánto hemos menester, así para nuestra propia perfección como para procurar la salud de las almas, acostumbrarnos a seguir siempre y en todas las cosas las luces de la fe». (San Vicente de Paúl)
Queridos hermanos, hemos de distinguir entre tener fe y vivir de la fe. Pues, puede tenerse fe y no vivir de la fe. La diferencia entre estos dos estados es la misma que encontramos entre dos granos de trigo, sembrados uno en un montón de ceniza, y el otro en una tierra bien preparada y abonada. Ambos granos de trigo son exactamente iguales, pero uno no producirá nada y el otro dará el ciento por uno.
Quien plenamente vive la fe está completamente iluminado y penetrado de las verdades eternas; las profundiza. Pero cuando simplemente se tiene fe, se creen sus verdades, se piensa en ellas, se las medita, más uno no queda afectado por ellas, como sucede a quien, además de la fe, posee el espíritu de la vida de la fe.
Muchos creen las verdades de fe, pero no las asimilan ni meditan, y si lo hacen es de forma árida y con esfuerzo, no las contemplan con la vida de fe que parece que penetran el velo de esas verdades. Si pudiéramos ver el infierno, por ejemplo, y sus tormentos sólo por unos instantes, fácilmente derribaríamos todo obstáculo a la salvación, y ni aun temeríamos el muerte, pero como nos limitamos a meditarlas –las verdades de la fe- fríamente y a distancia, quedamos poco impresionados, y su pensamiento no nos hace cambiar mucho, más bien poco.
La fe, aparentemente idéntica entre los fieles, vemos que da frutos muy distintos. Unos sacarán de ella virtudes sublimes, otros ni siquiera sacarán una virtud para atajar un solo vicio. ¡Qué serias son estas reflexiones respecto a los sacerdotes y qué fecundas serían en buenos resultados, si se pensaran con la seriedad que merecen!
El sacerdote no es grande sino por la fe; de ella saca todo el esplendor de su gloria; en la esfera de la fe se ejercen todos los actos de su ministerio. El sacerdote no es nada sino por la fe.
Pero, ¿qué es vivir la vida de la fe?
Es mirar las cosas desde la perspectiva de esta virtud, juzgando todo desde las luces que ella proporciona y apreciándolas según el valor que la fe da.
Vivir la vida de la fe, es despreciar lo que el mundo estima, aprecia y valora; y apreciar lo que él deprecia, siempre que se halla que elegir entre el mundo y la Palabra de Dios.
Vivir la vida de la fe, es no emprender nada por motivos puramente humanos, sino por consideraciones debidas en el orden sobrenatural, de forma que sea el móvil de la fe lo que motive a obrar, tanto en las cosas ordinarias como en las más santas y elevadas.
Vivir la vida de la fe, es, en fin, conservar esta vida divina, robustecerla y engrandecerla cada día más, alimentando el alma con las verdades de nuestra fe católica, meditando en ellas y buscando solamente en ellas las luce, la fortaleza y los consuelos necesarios en los combates, dudas y penas de cada día.
Tal debería ser la vida de los fieles, más, ¡cuánto más obligatoria no será esta vida de fe para el sacerdote que la predica y enseña, que la insinúa en el tribunal de la penitencia, y que cada instante hace de ella profesión pública en sus funciones esencialmente divinas! Separado de ella no puede sin culpa desempeñar la más pequeña función de su ministerio, de tal forma no podría hablar ni obrar sin cometer un acto de verdadera hipocresía.
El sacerdote lo debe todo a la fe, sin ella no es nada, si en la esfera de la fe ejerce su ministerio, ¿de qué espíritu deberá estar animado sino del de esta virtud? ¿Qué vida deberá vivir sino la vida de la fe?
El sacerdote que es verdadero hombre de fe, impregna de ella sus pensamientos, palabras y obras; todo esto pasa por el crisol de su fe y de allí sale perfectamente puro y digno de Dios. No pierde el tiempo en pensamientos ni actividades frívolas, anda precavido de las pasiones y tentaciones que pudieran surgir, cuida las palabras que dice, imprime, en fin, el sello de su fe en todas y en cada una de las cosa que hace.
Los sacerdotes hemos de ser hombres de fe recia y sólida; imitadores de Jesucristo, nuestro Jefe, empezando por imitarle antes de enseñar. Hemos de humillarnos al ver que predicamos a los simples fieles a que santifiquen sus actos de la vida diaria, mientras que nos olvidamos de enseñarnos a nosotros mismos la manera de llenar dignamente las divinas funciones de nuestro sacerdocio.
Sacerdos meus ex fide vivit. Mi sacerdote vive de la fe, dice nuestro Jefe.
Ave María Purísima.

Los cristianos, una vez más, están siendo perseguidos y violentados, cuando no asesinados en muchas partes del mundo. Esta noticia, por todas, es muestra del odio al Cristianismo: «Desnudadas en público y violadas en grupo: la persecución de los cristianos en la India» 🙏
https://es.gatestoneinstitute.org/19951/persecucion-cristianos-india