Tradición y Doctrina católicas
La Tradición tiene la misma autoridad que la Sagrada Escritura porque es igualmente la palabra de Dios “La revelación divina, según la fe de la Iglesia universal, declarada por el santo Concilio de Trento, está contenida en los Libros Sagrados y en las tradiciones no escritas».
Sobre la Tradición.-
La Sagrada Escritura no es la única fuente de la Doctrina Cristiana, hay otra fuente aún que es la Tradición.
La Tradición es la palabra de Dios no escrita en la Biblia, pero transmitida por la enseñanza de los Apóstoles, y llegada como de mano en mano hasta nosotros. “Mantened las tradiciones o doctrina que habéis aprendido, ora por medio de la predicación, ora por carta nuestra” (Tesal,. II, 14). Así, hay algunas verdades que nos han sido transmitidas por la Tradición y de las cuales no habla el texto sagrado, por ejemplo, la inspiración de los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, la virtud de la señal de la santa Cruz, la determinación del número preciso de sacramentos, el bautismo de los niños, la validez del bautismo entre los herejes, la substitución del sábado por el domingo, la Asunción de la Santísima Virgen, etc.
Las enseñanzas de la Tradición se contienen en los decretos de los concilios, en las actas de la Santa Sede, en los libros litúrgicos, en las obras del arte cristiano, y en los escritos de los Padres y Doctores de la Iglesia.
Padres de la Iglesia son los escritores eclesiásticos que la Iglesia ha reconocido como testigos y representantes de la doctrina católica, y que vivieron durante los doce primeros siglos, es decir, desde los Apóstoles hasta San Bernardo, llamado el último de los Padres de la Iglesia. Los principales Padres de la Iglesia con: de la Iglesia griega, San Atanasio, patriarca de Alejandría (296-373); San Basilio, arzobispo de Cesárea (329-379); San Gregorio, obispo de Nacianzo (329-389); San Juan Crisóstomo, arzobispo de Constantinopla (347-407); de la Iglesia latina, San Ambrosio, arzobispo de Milán (340-397); San Jerónimo, sacerdote (346-420); San Agustín, obispo de Hipona (358-430); y San Gregorio Magno, Papa (543-604).
Doctores de la Iglesia son los hombres eminentes en santidad y doctrina a quienes la Iglesia ha concedido públicamente este título. A los Padres ya mencionados, «llamados Doctores mayores», hay que añadir los siguientes: San León Magno, Papa (-461); San Pedro Crisólogo, arzobispo de Rávena (-452); San Isidoro, arzobispo de Sevilla (570-636); San Anselmo, arzobispo de Cantorbery (1033-1109); Santo Tomás de Aquino, religioso dominico (1225-1274); San Buenaventura, religioso franciscano, obispo de Albano (1221-1274); San Pedro Damiano, obispo de Ostia (988-1072); San Bernardo, abad de Claraval (1091-1153); San Hilario, obispo de Poitiers (-367) ; San Alfonso de Ligorio, obispo de Santa Águeda de los Godos (1696-1187); San Francisco de Sales, obispo de Ginebra (1567-1622); San Cirito, patriarca de Jerusalén (315-386); San Cirilo, patriarca de Alejandría (376-444); y San Juan Damasceno (676-754).
La Tradición tiene la misma autoridad que la Sagrada Escritura porque es igualmente la palabra de Dios “La revelación divina, según la fe de la Iglesia universal, declarada por el santo Concilio de Trento, está contenida en los Libros Sagrados y en las tradiciones no escritas».
Por último, el derecho de interpretar la Sagrada Escritura y la Tradición es potestad exclusiva de la autoridad infalible de la Iglesia, depositaria de la verdad revelada “Es la Iglesia del Dios vivo, columna y apoyo de la verdad” (Tim,. III, 15)
Sobre la Doctrina.-
En cuanto a la Doctrina Cristiana hay que señalar que aventaja a todas las otras ciencias, cualesquiera que sean, porque es la ciencia más cierta, más bella, más consoladora, más necesaria y más fácil, ya que tiene por fundamento la palabra de Dios que es la verdad misma “El cielo y la tierra, pasarán; pero mis palabras no pasarán” (Marc,. XIII, 31)
Asimismo, la ciencia de la religión es la más bella porque tiene por objeto lo más digno dé nuestra admiración: Dios y sus perfecciones infinitas, la obra maravillosa de nuestra redención, el alma humana y su destino glorioso. “Aplica tu corazón a mis instrucciones; las cuales te serán dulces y amables en depositándolas en tu pecho” (Prov,. XXII, 17, 18).
Es también la más consoladora porque es la sola que pone remedio eficaz al mal moral, es decir, al pecado, y la que da al hombre fuerza y resignación en las pruebas. “Propuse, pues, traerme la sabiduría para que viviera en compañía mía, sabiendo que comunicará conmigo sus bienes, y será el consuelo mío en mis cuidados y penas” (Sab,. VIII, 9); “Ella me consoló en medio de mi humillaci6n; y tu palabra me dio la vida” (Salmo CXVIII, 50).
Es, asimismo, la más necesaria porque es la que nos enseña nuestro futuro destino; nuestros deberes para con Dios, para con el prójimo y para con nosotros, mismos. “Una sola cosa es necesaria” (Luc,. X, 42); «¿De qué le sirve al hombre el ganar todo el mundo, sí pierde su alma?» (Mat,. XVI, 26)
Y es la más fácil porque la Iglesia nos la presenta en fórmulas claras, breves y precisas, cuya inteligencia da la gracia de Dios a los hombres de buena voluntad “La sabiduría se deja ver fácilmente de los que la aman, y hallar de los que la buscan” (Sab,. VI, 13).
