UCD-AP-PP…
No voy a nombrarlos, ni siquiera a recordarlos vagamente, no sólo porque son innumerables, sino porque todos los lectores los recuerdan de sobra, por lo que me limitaré sólo a afirmar que los casos de corrupción del PP son casi infinitos; por cierto, como los de los demás, podemitas ya incluidos.
No voy a nombrarlos, ni siquiera a recordarlos vagamente, no sólo porque son innumerables, sino porque todos los lectores los recuerdan de sobra, por lo que me limitaré sólo a afirmar que los casos de corrupción del PP son casi infinitos; por cierto, como los de los demás, podemitas ya incluidos. Y es que una de las más importantes y características señas de identidad de la democracia liberal inorgánica y de partidos española, o sea, de la partitocracia dictatorial que nos destruye es, precisamente, la corrupción, pues no en balde la democracia citada es un sistema corrupto en sus principios y por ello corruptor; y en España siempre conduce al mismo triste fin.
Dicho lo anterior, vemos con agrado cómo el PP camina irremisiblemente hacia su extinción, en un proceso de suicidio, eso sí, lento y agónico, de forma que no ha de tardar mucho, tal vez sólo unos pocos añitos, en que acabe como su partium-antecesor la UCD, debido a que lleva desde su nacimiento en su interior el germen de su propia autodestrucción, la falsedad.
Todo en la UCD fue mentira, como lo fue en AP y lo es en el PP; como también es mentira todo en este sistema democrático que corroe España desde hace cuatro décadas. El PP es la encarnación del liberalismo más rancio, del relativismo más torticero, de la cobardía y la traición elevadas a la enésima potencia. El PP, como la UCD y AP, independientemente de su líder circunstancial, sin salvar a uno solo de ellos, ha aglutinado en sus estructuras partidistas, de lo peor, lo más bajo de la «derecha» española –o si lo prefieren de lo más bajo, lo peor–; si es que en ella hubo alguna vez o hay algo que no sea bajo y peor, o viceversa; incluidos esa pandilla de votantes convencidos, encandilados e incluso fanátizados.
En cuanto a los que le han venido votando durante estas décadas por la pretendida utilidad, por el miedo a «los otros», porque entonces si no es al PP a quién votar –como si votar fuera obligatorio– o con la nariz tapada, sólo decirles que reconozcan su error, que pidan perdón, primero, a sí mismos, después a España –a la patria, a la nación–, y, por último, que rectifiquen desde ya y reparen el daño causado uniéndose a la causa de tantos españoles que individualmente y en contra del sistema, luchan ya por levantar España de la ruina en que la UCD, AP y el PP, sobre todo –y los demás, claro– la han dejado.
De nuevo España, de la mano y teniendo como principal causante a la UCD, a AP y al PP, mucho más que a los otros, ha caído en el pozo de repetir lo peor de su historia y ello por las mismas causas: la cobardía, el egoísmo, la estupidez, cicatería, individualismo y mediocridad de su «derecha». Fueron UCD, AP y el PP la jugada más hábil, ladina y letal del plan que teniendo como cabeza nacional al hoy emérito –la internacional era otra–, ha procurado la destrucción de España como nación, lo que sin duda ha conseguido, y lo fue porque ha sido el caballo de Troya, el virus, la bacteria que ha destruido lo que la sostenía y podía sostener y hacer reaccionar ante el peligro: el honrado, sano, trabajador y decente pueblo español, ese que siempre se calificó «de orden», y cuyos restos apenas sobreviven haciendo gala de sus principales virtudes que son la nobleza, el espíritu de sacrificio y la paciencia.
UCD, AP y PP son la encarnación de todo lo que a lo largo de nuestra historia nos ha destruido una y mil veces, y de nuevo nos ha vuelto a destruir, por ello, cuando contemplamos en su día la destrucción de los dos primeros nos alegramos, y cuando estamos contemplando la del tercero lo hacemos con especial regodeo, pues no hay en él nada que no sea repugnante y nauseabundo, incluidos sus miembros y votantes convencidos, tan fanáticos, tan estupidizados, como los de los de sus contrincantes políticos, con los cuales se han igualado desde hace mucho, corroyéndoles a todos tanto el mismo atroz materialismo como el egoísmo más aborrecible, en definitiva, esa enajenación mental que la política mal entendida y peor ejercida trasnforma al ser humano en bestia inmunda.
Bridamos por la confusión y destrucción del PP –y su encarcelamiento si fuera posible, que menester ya lo es–, como lo hicimos por la UCD y AP, como lo haremos por la del PSOE y Podemos, al igual que por la de todos los partidos/bandas secesionistas de cualquiera de nuestras regiones, para pasar a brindar porque los españoles de orden y de bien, o sea, los de verdad, despierten de una vez de su letargo, salgan de su pasividad, recuperen su valor ancestral, se levanten y pongan manos a la obra para, unidos, volver a levantar España y no parar hasta elevarla al puesto que le corresponde, faro y ejemplo de esa civilización católica occidental que como el PP, está herida de muerte si no se la somete a una cirugía urgente y sin contemplaciones; lo que significa, eso sí, que hay muchos pedazos infectos que cortar y tirar a la basura.
Españoles, aún estamos a tiempo de impedir que los restos del PP que van a ir quedando, así como los de los otros partidos, asesinen a España delante de nuestras narices y ante nuestra pasividad; de nosotros depende impedírselo. Que cada cual haga lo que pueda, por poco que sea, sin dejar de hacerlo por nada, ni por poco éxito que parezca que tiene, que la vida es lucha y no hay lucha más válida que la que se acomete por la vida de la patria. De no hacerlo así, que nadie se queje.
