Un discurso del Caudillo fundamental
El 7 de Marzo de 1946, cuando España se encontraba sumida aún en grandes dificultades, pero poniéndose en marcha con una fe en la victoria total en la paz como antes lo había hecho en la guerra, el Caudillo inauguraba varias nuevas salas del Museo del Ejército en Madrid –ese que al trasladarlo a Toledo, con la connivencia criminal de políticos peperos y militares, ha quedado destruido–, acto en el que pronunció un magnífico y esencial discurso que fue mucho más allá de lo que la ocasión merecía, pleno de conceptos y afirmaciones que por su incontestable veracidad histórica y rabiosa actualidad rescatamos para ustedes. Léanlo y difúndanlo.
«Señor General Director de este Museo, señores Generales, Jefes y Oficiales:
Es sencillamente emocionante el dirigirme a vosotros en este ambiente que dominan nuestras glorias pasadas, en el que estas banderas deshilachadas, los tafetanes rotos, los bronces, y tantos símbolos gloriosos constituyen en su conjunto el templo de la Patria.
Este Museo militar e histórico, es el primer Museo militar del mundo, porque la Historia de nuestra España es también la primera del Universo. Por ello me siento orgulloso y al mismo tiempo cohibido de poder hablar a mis compañeros de armas en este recinto, en que todo habla un lenguaje tan elevado que, como ha dicho el General Bermúdez de Castro, es visitado y admirado por los extranjeros y es el mejor lugar de meditación para el pueblo español.
Por eso, en estos momentos difíciles del mundo, en el que tan artificiosamente se nos combate, podríamos decir que para dirigirse con razón a España, hay que formar antes un Museo igual o por lo menos parecido a éste. Tendríamos que renunciar a nuestro resurgimiento y a nuestra grandeza, si nos quisiéramos hurtar a los ataques y a la pasión.
Si la vida de España puede a algunos parecer difícil y peligrosa, yo les respondería, ¿en qué parte del mundo no lo es? ¿Cómo hemos vivido nosotros estos nueve años y cómo vivió el mundo? ¿Saben siquiera los otros pueblos a dónde van?
Nosotros somos a los que menos puede sorprendernos, pues jamás se nos habló de otra cosa que de sacrificios e incomodidades, de austeridad y largas vigilias, de servicios y de centinelas.
Pero en este servicio, a vosotros os corresponde alguna vez el descanso y a mí no. Yo soy el centinela que nunca se releva, el que recibe los telegramas ingratos y dicta las soluciones, el que vigila mientras los otros duermen. Pero, ¿qué es esto comparado con las vicisitudes y responsabilidades de estos nueve años? Os contaré una anécdota: Corrían los primeros tiempos de la Cruzada. Las noticias malas entonces eran más que las buenas, y un Jefe de Estado Mayor con cara larga, me traía a cada momento las terribles nuevas. Tenía que sonreír y que animarlo. Un día enfermó y le sustituyó otro Oficial, el capitán Medrano, y fue portador de una de las peores noticias de la guerra. Venía sonriente y optimista, y yo le pregunté: “¿Qué hay, Medrano?”. Y con la sonrisa en los labios, me contestó: “Nada, mi General. Aquí le traigo un partecillo”. Lo leí y comenté: “Pues muy bien. Desde hoy me va a traer usted siempre los partes…”. Y es que hay que poner la cara alegre en el paso malo. Cuanto más malo el paso, mejor la cara.
Templo de la Historia
Nos recordaba el General Bermúdez de Castro las curiosas reacciones que este lugar produce sobre los extranjeros, cómo exalta su espíritu y su emoción el contemplar los trofeos de nuestras glorias pasadas, realidad que se repite en cuanto respecta al mundo con España. El mundo ha perdido totalmente el sentido de lo espiritual. No en vano dijo un pensador que España era la reserva espiritual de Europa, y hoy podemos añadir que no tan sólo es la reserva de Europa, sino también la del mundo todo.
Por dondequiera que en este templo de la historia fijemos nuestra vista vemos gestos caballerosos. La caballerosidad con el vencido, el honor hacia los muertos, el sacrificio sin límites, el sentido cristiano presidiendo la vida de nuestros guerreros y de nuestras acciones. Esta es la mejor ejecutoria, la hidalguía de un pueblo. El mismo espíritu católico e hidalgo del célebre cuadro de las Lanzas, de nuestro Velázquez, en el que, contemplándole, hay que preguntar quién es el vencido y quién el vencedor.
Yo sé que no ha de tardar mucho tiempo en que el mundo salga de su materialismo y vuelva a los valores del espíritu y entonces será una vez más, en la noble Nación española, en la que se vengan a estudiar y a aprender las lecciones del espíritu, que no se definen ni explican ya por el mundo en ninguna cátedra.
Una voluntad superior
Tendrán que venir a nuestro solar a revivir la Historia gloriosísima de una Nación ganada en tantos palenques; la historia caballerosa de Don Quijote, que traspasa las fronteras no sólo por sus indudables bellezas literarias, sino por los gestos de un pueblo hidalgo, que sabe sacrificarse por el honor, que sabe lo que a la Historia debe, y que conoce el papel que Dios le ha asignado en la civilización y en la cristianización del Universo.
Pero sobre todos los asuntos patrióticos como políticos, existe siempre una voluntad superior, un divino designio. Un día dije a unos jóvenes en El Escorial, en una reunión de Juventudes, unas sencillas palabras que muchos ligeramente no comprendieron. Eran los días de los triunfos grandes del Eje, momentos en que el mundo se desbordaba creyendo que aquello no era posible que sufriera una rectificación. Y en aquella hora, con mi pensamiento en las cosas que en el mundo sucedían, pronuncié las siguientes o parecidas frases: «La preparación, las previsiones y la técnica hacen mucho, pero la victoria y la derrota sólo las da Dios. Un hecho casual, un caballo que galopa, un pánico en una trinchera, cambian la faz del combate y hacen que la victoria se esfume». No solamente hay que trabajar y luchar por la victoria, sino que también hay que merecerla.
Nuestro destino no está en nuestras manos. Nosotros sólo hemos de ayudar a que se cumpla. Es Dios el que dirige y marca el destino de los pueblos. ¿Y creéis vosotros que Dios ha de consentir que la barbarie, la crueldad, la falta de caballerosidad y la injusticia se enseñoreen de las tierras del Quijote, las que puso, por su Providencia y designio, bajo el patronazgo del Apóstol Santiago; de las tierras del más intenso culto mariano? No. Nosotros no sólo tenemos la razón, sino que tenemos también a Dios con nosotros. Y tenemos la razón, porque no llevamos a cabo nuestra Cruzada para restablecer unas posiciones, saciar apetitos, colmar ambiciones personales, deseos de gloria o desprecio del derecho de nuestros pueblos y de nuestros hermanos. Nuestra Cruzada sabéis que perseguía todo lo contrario, buscaba la redención y la libertad de España, pero la libertad de España en todos los lugares y en todos los escalones sociales.
Libertad y justicia
Lo más fácil para mí en aquellos momentos era la batalla. Para ello contaba con vuestra inteligencia, vuestra voluntad, vuestro heroísmo y las virtudes legendarias de nuestro pueblo; pero a mí me preocupa más la otra batalla, la batalla política de nuestra Patria, el camino que tantos anhelaban y no acertaban a descubrir. Y cuando vinieron los Generales a ofrecerme el mando supremo del Estado y de los Ejércitos, como en aquellos tiempos en que al Jefe se le elevaba sobre el palenque y con unánime concierto de requetés, falangistas, militares y pueblo se me dijo: «Tú vas a ser el Jefe», y yo respondí: «Que no podía aceptar la Jefatura del Estado Español, ni la dirección de estos Ejércitos, ni derramar la sangre que habría de correr a raudales, si no era para, con la victoria, eliminar las causas que habían producido tanta desdicha…». La libertad y la justicia en España. Y desde entonces dijimos a dónde íbamos y por lo que íbamos.
Pero yo quisiera en estos momentos tan confusos del mundo, también una lección política. Vosotros vivís absorbidos por vuestra profesión, y vuestros pequeños ocios están embargados por la vida de las poblaciones que os hace olvidar, aunque sea momentáneamente, muchas cosas de aquellas en las que yo constantemente tengo que meditar. Yo, como Jefe del Estado, veo limitadas mis intimidades y mis recreos, toda mi vida es trabajo y es meditación. Y por ello, y no por talento propio, sino por la protección divina, desde aquellos mismos momentos en que lo que menos me preocupaba era la batalla y lo que más el destino histórico de España, tuve que decidir a dónde íbamos y por lo que íbamos.
Razones económicas y sociales
Y entonces me apercibí, en el análisis de nuestra historia, de que todo aquel siglo liberal y democrático había cumplido su misión, había producido un aumento considerable de la riqueza y de los bienes, pero no había logrado su más justa distribución. Habían pasado los tiempos del sarampión liberal en que a algunos se les humedecían los labios hablando de libertad y del puente de Alcolea; pero que, en el tiempo en que vivíamos, todo aquello era falso, sólo constituía la máscara con que se disfrazaban los apetitos. Este era liberal porque no podía entrar en el escalafón de los conservadores, y este otro se iba al campo h) o al campo b), porque así convenía a su negocio. Y llegué a convencerme de que los ideales políticos venían desde hacía años sustituyéndose por los materiales y sociales. Y lo único que podía ya perdurar era aquella política que se asentara en una amplia base económico-social que realizase el anhelo, que en mayor o menor medida sentían todas las clases.
Esta razón de la justicia que se prometía pero que no se realizaba, fue la que arrastró engañados a tantos hacia el marxismo y hacia el comunismo y ya empezaba a invadir a la clase media y a los intelectuales, empujados por esa ansia de justicia social y sacrificando a ella los ideales, y por ello nosotros, al hacernos cargo de la política, nos señalamos un camino, recogiendo todo cuanto era justo y utilizable de aquellos movimientos; a nosotros siempre nos han parecido justísimas todas las aspiraciones de nuestras clases trabajadoras, de nuestros labradores y de nuestros empleados e intelectuales: el ansia natural de justicia, de tener lo necesario para la vida, que no era más, como os decía hace poco tiempo en el Alcázar de Toledo, que aquellos que nos dieron a nosotros con nuestra estrella de Alférez: treinta y dos duros de sueldo, pero con ellos la seguridad de hoy y un poco de la seguridad de los nuestros para el mañana. Por si eso mismo piden las clases sociales, ¿cómo no íbamos a reconocer como legítimo y justísimo lo que ellas anhelaban?
Por eso, si nosotros dimos una batalla por una España nueva y mejor, tenía que ir en nuestras banderas la justicia social, la justicia social más avanzada, la que hiciera a todos los españoles partícipes en la gloria.
Ni derechas ni izquierdas
Y rompimos con aquellos viejos conceptos de derechas y de izquierdas, que escindían a España. La Patria no es ya patrimonio de las derechas, la Patria no es solamente de nosotros, los militares; la Patria es de todos los españoles, todos sufren por ella y todos, al fin y al cabo, cuando llega la hora, mueren también por ella. Tampoco nosotros podíamos ser izquierdas, de esa izquierda demoledora de los valores morales y de los principios de la Patria. Nosotros hacemos compatible con esta justicia social la guarda leal y sincera de lo que otras generaciones nos legaron.
Y esta es la base de nuestro Movimiento: aunar lo nacional con lo social, bajo el imperio de lo espiritual. Por eso yerran los que creen que nosotros llevamos distinto camino que los pueblos del mundo. Llevamos el mismo: perseguimos, como ellos, la justicia, la fraternidad y la hermandad de todas las clases sociales, pero la justicia máxima relacionada con el progreso económico, la máxima libertad compatible con el orden, y por encima de lo material ponemos los valores del espíritu. La diferencia está en que unos hemos tomado el verdadero camino y llegaremos antes, y los otros tendrán que desandar el suyo y volver a empezar. El marxismo ha fracasado en el mundo; el marxismo que Rusia exporta, no es igual al comunismo que practica. ¿Y qué ha sucedido en Rusia con la experiencia de veinticinco años? Pues que ha dado a su pueblo el más bajo nivel de vida del Universo. ¿Y por qué ha sido esto? Porque en su propia doctrina va la destrucción, porque con ellas se destruyen los principios del orden económico.
Para mí el progreso económico tiene tres bases principales: la propiedad particular, indispensable estímulo para el trabajo y la creación de actividades; la iniciativa privada, fuente generadora de riquezas y de multiplicación de bienes, y el capital constituido por la acumulación del ahorro, indispensable para el desarrollo y vida de cualquier clase de empresas. Si se destruyen estos tres principios, como se ha hecho en los países marxistas, se va a un desastre seguro. Y esto es lo que ha sucedido con el marxismo durante estos últimos cincuenta años.
Justicia social y orden económico
Por eso, cuando nosotros nos enfrentamos con una situación política, nos propusimos crear e imponer la justicia social compatible con un orden económico. Nosotros no descuartizamos la gallina; nosotros la estimulamos a que ponga más huevos. Por eso hicimos que la justicia social marchara paralela al aumento de la producción y multiplicación de la riqueza, y no obstante la situación difícil del mundo durante estos siete años, vamos realizando nuestro programa y llevando a cabo nuestra justicia, en términos como jamás hubieran soñado la mayoría de los beneficiados. Y esto lo sabe el mundo y por eso se nos combate. Lo importante no es lo que digan fuera, sino que logremos hacer triunfar esa justicia.
Muchas veces pienso que tal vez constituyamos en esta hora trágica del mundo, el plato fuerte de las viejas fiestas de circo (el «pan y toros» de nuestros tiempos calamitosos), con que a través de la Historia se ha venido engañando a los pueblos para distraerlos de su desgracia.
Lo importante para nosotros es la unidad de España y la razón y justicia de nuestro Movimiento. De poco nos hubiera servido durante estos diez años el haber poseído como hoy, un Ejército unido, fiel, entusiasta, si no tuviéramos fuera de estos muros el calor de un pueblo, un pueblo que cansado y escéptico ayer, por lo mucho que le engañaron, empieza hoy a abrir los ojos y cree en nosotros; y cree así porque nuestra vida es limpia, y en treinta y cinco años de vida militar sabe este pueblo que el General Franco no ha engañado jamás.
Señor General Director de este Museo, señores Generales, Jefes y Oficiales: ¡Arriba España! ¡Viva España!”

¡Que gran hombre!
Muy buen discurso, sí; pero, si Franco levantara la cabeza en el día de hoy…
Brillante discurso del Caudillo, que además de ser UN GRAN MILITAR, como reconocen propios y extraños, ESCRIBÍA MUY BIEN, Y CON MUCHA CLARIDAD.
¡Qué pena que Dios no le hubiera dado unos cuántos años más de vida, para encauzar bien a Carlos I, aunque me temo que eso era tarea francamente -y nunca mejor dicho- imposible, pues los traidores nunca se manifiestan como realmente son!
Me refiero a don Juan Carlos I, obviamente, que por supuesto, no le llega ni al betún al EMPERADOR CARLOS I DE ESPAÑA, Y V DE ALEMANIA.