Un mundo sin lenguaje crítico
Un editor en jefe de una influyente revista científica recibió un texto sobre los lobos con la siguiente definición introductoria:
“El lobo es un gran depredador o carnívoro, es decir, se alimenta de animales con pezuñas, pero también de roedores e insectívoros. Es originario de Europa, Asia y América del Norte. El lobo vive en familias en las que el macho alfa y la hembra alfa son los más importantes. Los lobos marcan su territorio con la orina y el aullido”.
Dios mío, pensó. ¡Va en contra de todas nuestras pautas! Entonces respondió, cortésmente, al autor:
“Nos gustaría mucho publicar su texto. Lamentablemente, lo que ha enviado infringe las normas de nuestra comunidad. Tan pronto como haga que su texto se ajuste a ellas, estaremos más que dispuestos a aceptarlo. Le adjuntamos las pautas. Con los mejores deseos”.
El autor abrió las pautas y comenzó a leer.
“Nuestras pautas comunitarias hacen hincapié en el lenguaje inclusivo y tienen como objetivo evitar términos que establezcan jerarquías, términos que discriminen a cualquier especie de animales, que tengan prejuicios contra sus roles biológicos, palabras que puedan incitar al odio o ser percibidas como críticas. Esperamos sinceramente que no sólo comprenda nuestra política, sino que también se identifique de todo corazón con ella”.
El autor se quedó perplejo. Pero estaba dispuesto a ajustar el texto a cualquier requisito con tal de que se lo publicaran. Después de todo, necesitaba acumular puntos para otras publicaciones y aumentar la frecuencia de ellas. También dependía de una valiosa beca que le habían concedido para llevar a cabo sus investigaciones y exámenes. Sin embargo, el autor tenía un grave problema. Realmente no sabía qué debía cambiar en su texto. Siempre había intentado identificarse con las personas que prefieren un lenguaje inclusivo; desechaba la jerarquía y nunca discriminó a ninguna especie de animales ni tuvo prejuicios contra sus roles biológicos. No hace falta decir que odiaba el discurso de odio con un odio intenso. Sintiéndose perdido, solicitó al editor en jefe:
“Estimado editor en jefe, ¿sería tan amable de que uno de sus correctores de pruebas trabaje en mi texto para que cumpla con los requisitos? Estoy dispuesto a cubrir los costes necesarios. Saludos cordiales, Autor”.
El editor en jefe murmuró algo en su irritación, pero necesitaba mantener el flujo constante de textos entrantes para alimentar la publicación o, de lo contrario, su revista podría sufrir pérdidas y verse privada de apoyo financiero. De buena gana, asignó la tarea a uno de sus colegas más jóvenes, quien a su debido tiempo elaboró la definición del lobo y envió la siguiente prueba al autor:
“El (lobo) hermano del perro doméstico es un gran animal (depredador o carnívoro) que necesita proteínas para sobrevivir (, es decir, se alimenta de animales con pezuñas pero también de roedores e insectívoros). (Es nativo de) Actualmente vive en Europa, Asia y América del Norte y construye comunidades (familiares) en las que sus miembros (alfa) adoptan alternativamente roles masculinos y femeninos (que son los más importantes). Hermanos del perro doméstico (marcan su territorio con la orina) designan el territorio al que han emigrado con un aroma encantador y (aullidos) saludos amistosos”.

¡Pues es lo mismo que hacemos nosotros con los inmigrantes ilegales, okupas, menas, menores no acompañados, en particular, y delincuentes en general!
«Llegará el día en que será preciso desenvainar una espada por afirmar que el pasto es verde.» (Chesterton)
Si si, Chesterton no iba descaminado, el lío es que el momento de desenvainar la espada nos ha llegado a nosotros, y mire alrededor: plumas, plumones y palomos cojos a barullo y con bandera. No pocos, incluso, con uniforme y todo.