¿Un mundo sin niños?

Acabo de rematar la lectura de los tres libros, de reciente publicación en Estados Unidos, que ha tenido la gentileza de enviarme un viejo amigo, profesor creo que ya emérito en una de las Public-Ivies más atosigadas por la political correctness. De uno, que lleva por título 25 Over 10: A Childfree Longitudinal Study (2022), es autora la conocida psicóloga Laura Carroll, que también escribió The Baby Matrix, Families of Two (2012) y colabora en otro de los textos, Childfree across the Disciplines: Academic and Activist Perspectives on Not Choosing Children (2022), editado por Davinia Thornley, Senior Lecturer en la Universidad de Otago (Nueva Zelanda). El tercer y último libro, Without Children: The Long History of Not Being a Mother (2023), se debe la historiadora Peggy O’Donnell Heffington. Abordan, desde diferentes perspectivas, el hoy espinoso asunto de la maternidad, tomando partido, de forma más o menos matizada, por una extendida corriente ideológica que se ha dado en llamar childfree, y partiendo de la crítica del pronatalismo, la idealización de la maternidad y la presión ejercida sobre las mujeres por los sectores más conservadores y religiosos de nuestras sociedades, terminan arribando al más descarnado antinatalismo.

El conglomerado childfree, o childless by choice si se prefiere, es uno de los más genuinos frutos de nuestro tiempo, tan hijo del neomarxismo como del hedonismo capitalista. Responde, por supuesto, a las inquietudes de la izquierda feminista, que viene denunciado desde, al menos, Simone de Beauvoir el papel esclavizador de la maternidad, eficaz instrumento de la estructura patriarcal para dominar a la mujer. Otro enfoque, por igual materialista, ve en la maternidad una carga económica muy a menudo inasumible por las parejas, abandonadas a su suerte por el Estado, sin apoyo institucional alguno y agobiadas por la presión financiera y laboral y la carestía de la vida urbana. El niño, advertía ya María Montessori, se ha convertido en un estorbo constante, sin sitio en los menguantes domicilios de nuestras ciudades, ni en las calles, cada vez más hostiles. Pero el movimiento childfree responde, sobre todo, a las necesidades de las últimas generaciones, volcadas hacia el entretenimiento y la comodidad y alérgicas al sacrificio, demasiado absortas en el poliamor y en buscarle cinco pies al género, para las que los niños son «a pain in the ass», en palabras de Corinne Maier, autora de No Kids: 40 good reasons not to have children (2009). Una epidemia de aguafiestas contra la que sólo caben medidas profilácticas: la contracepción. Entre nuestros adolescentes de 30, 40 o 50 años, devotos de la bonobo way, que todo lo resuelve con un poco de sexo y diversión, agrupados por algunos en lo que han dado en llamar «generación Herodes» por su característica paidofobia, aumentan las solteras NOMO («not mothers»), las parejas DINK («dual income, no kids») y los hogares perroparentales, de indiscutibles ventajas, pues el «perrhijo» nunca lleva la contraria y, si se pone difícil, siempre habrá un veterinario a mano. Aunque no andamos lejos de hacer de los niños una suerte de mascotas, a medida que el progreso tecnológico y moral facilita su producción, customización y descarte. Se han convertido en producto impersonal de una inmensa industria reproductiva que oferta vientres de alquiler y aborto, bebés a la carta y bebés medicamento, niños de repuesto, ingeniería genética… Toda clase de novedades que experimentar in anima vili sobre unos seres desposeídos de su dignidad, esclavos de los derechos reproductivos, de los derechos sexuales, de una tecnología absorbente que los aísla del mundo y sus misterios.

El discurso antinatalista ha conseguido ocultar exitosamente el más descarnado egoísmo bajo los afeites del altruismo y la ecología, y se presenta en sociedad a través de sesudos trabajos académicos y respetables organizaciones como el New Legacy Institute o la National Alliance for Optional Parenthood, olim National Organization for NonParents, creada para hacer visible y popular la no paternidad como estilo de vida satisfactorio y hasta moral. Incluso ha comenzado a celebrarse el International Childfree Day cada 1º de agosto. Para el nihilismo emotivista que domina el pensamiento, lo verdaderamente egoísta e irresponsable es procrear, condenando a nuevos individuos a la inevitable realidad del sufrimiento físico, moral, existencial inherente a la condición humana. Y para la poderosa corriente neomalthusiana, que todo lo permea desde que los Ehrlich nos aterrorizasen con The Population Bomb (1968), los niños representan una seria amenaza para nuestro planeta superpoblado y oprimido por el calentamiento global, son una plaga dañina que devora los recursos decrecientes, acelera el cambio climático y pone en riesgo las cada vez más verosímiles profecías del poshumanismo, que anuncian un futuro de indolora inmortalidad. Si el comunismo chino se empeñó durante décadas en la política del hijo único, en Occidente, la sensibilidad hacia los padecimientos de la Madre Natura ha llevado a muchos a propugnar la no procreación como método para la extinción voluntaria de nuestra especie en favor de las demás, como hace el Voluntary Human Extinction Movement.

Hace algún tiempo, reunidos en la terraza de una cafetería suburbana, varios amigos de edad más que mediana comentábamos la común circunstancia de no haber tenido hijos, cuando una joven sentada en la mesa vecina se volvió hacia nosotros y, sin presentaciones, con la sinceridad del suspiro, nos confesó que no sabíamos la suerte que teníamos, pues ella, reciente madre de mellizos, se veía a tal punto desbordada por la situación, que había llegado a arrepentirse de ella. Un sentimiento extendido que refleja en sus obras la socióloga israelí Orna Donath, y que escuchamos cada poco de boca de cualquier actriz, presentadora o influencer de moda. El rechazo hacia las servidumbres de la maternidad corre parejo al que podemos sentir hacia las que se derivan del cuidado de ancianos o enfermos con cierto grado de dependencia, efecto, como tantas otras tentaciones, de una suerte de egoísmo vegetativo. Desde luego, a nadie debe imponérsele la paternidad, como tampoco la renuncia voluntaria a tener descendencia ha de ser objeto de las acerbas censuras que denuncian las autoras citadas. Cuestión bien distinta es hacer de ella motivo de exaltación y bandera política o justificarla con excusas inconsistentes, convirtiendo a los niños en una especie de pequeños monstruos.

Así parece entenderlo Lorraine V. Murray en su artículo al respecto, «Where have all the children go?», publicado el pasado junio en el National Catholic Register. Un título de reminiscencias seegerianas que ya habían utilizado, aparte de Joseph Kerschbaum, en un postapocalíptico poema, los sociólogos canadienses Catherine Krull y Frank Trovato, en relación a los cambios culturales traídos al Quebec por la Révolution tranquille (Canadian Studies in Population, 30/1 (2003), 193-220). Y el periodista Thomas Fuller, en referencia a la ciudad de San Francisco (The New York Times, 21 de enero de 2017). Todos denuncian lo que, en España, tantas veces Alejandro Macarrón: una sociedad que se suicida lentamente renunciando a la procreación. Sin embargo, el artículo de Murray no se queda en los efectos perniciosos de la baja natalidad, las tasas de fecundidad por debajo del nivel de reemplazo, el envejecimiento de la población, la inmigración masiva… Desde una perspectiva netamente católica, reivindica la maternidad como un llamado divino que trasciende el mero fenómeno biológico a que quiere limitarla el feminismo. Parece sugerir, incluso, un derecho teórico a existir. Pero lo que falta no puede ser contado y nada se ha escrito sobre quienes nunca llegaron a ser concebidos, más allá del amargo elogio del Eclesiastés. All good children go to heaven, cantan en las escuelas inglesas, y en la tradición católica, los pequeños fallecidos sin el bautismo tienen su limbo en el cielo. En México han abierto un pequeño santuario en memoria de los que fueron abortados, buscando reconciliarlos con sus progenitores, que pueden darles un nombre y reconocerlos; incluso se han establecido fórmulas para bautizarlos simbólicamente. Pero, ¿qué hay de los no concebidos? Para Murray, no moran en las cloacas, ni en la isla de Neverland, junto al ardido Peter Pan; tampoco en Saturno, como canta Pablo Alborán. Los hijos que no tuvimos habitan nuestras conciencias, las personales y las colectivas, y, tarde o temprano, sentiremos su presencia acusadora y soñaremos remordientes ucronías dignas de Plans e Ibáñez Serrador.

Murray es autora de Confessions of an ExFeminist (2008) y de varios relatos de misterio y ambiente clerical, como cabía esperar de una escritora católica en la senda de Chesterton y McInerny. A fin de cuentas, recuerda Nick Baldock, el género policiaco adopta la perspectiva teológica católica. Consecuentemente, su análisis parte del mayor elogio que se ha podido hacer nunca de los rapaces, salido de labios del propio Jesucristo (Lc 18:15-17). En un artículo anterior, «Children help us see the world with fresh eyes» (The Atlanta Journal-Constitution, 17 de junio de 2016), profundizaba en esta idea y destacaba la aportación fundamental que los chiquillos hacen a nuestras vidas adultas y a la propia civilización evitando que ignoremos el trasfondo encantado de las cosas, el valor de las más pequeñas, que tan a menudo nos pasan desapercibidas, y perdamos definitivamente esa rainbow connection a la que cantaban Kenny Ascher y Paul H. Williams cuando todavía el colorido arco no había sido acaparado por las ideologías delirantes de hogaño ni compendiaba la ñoñería que envenena nuestra sociedad de consumo. Los niños tienen valor por sí mismos, son un activo que nos permite reaprender, revivir experiencias olvidadas, rejuvenecer, redescubrir a través de sus ojos, de su curiosidad y su imaginación, de su capacidad de asombro y su pensamiento tan inmaduro como creativo. Poseen una suerte de sabiduría innata que se va perdiendo con los años o, acaso, permanece latente el resto de nuestras vidas, a excepción de los artistas, los soñadores y los místicos. Un saber que enlaza con el arquetipo, con el mito; que intuye la realidad que palpita tras la apariencia de las cosas. Como afirma el versículo apócrifo, no vacilará el anciano, por muchos que sean sus años y experiencias, en preguntarle a un neonato por el lugar de la vida. Y es que el niño conserva el frescor del paraíso y escucha la dulce voz de los ángeles, como Esther de Cáceres. Es ese mistagogo humilde del poema de Shel Silverstein que nos guía, dibujando flechas de tiza sobre las baldosas, hacia el secreto rincón que él no más conoce, allí donde la acera termina.

Oímos con frecuencia que los que corren no son tiempos propicios para los niños. Pero, a decir verdad, ningún tiempo lo ha sido. Antaño, la infancia se percibía como un estado transitorio sin otro interés que el de una inversión a futuro, y los críos eran poco más que semovientes o salvajes insufribles que había que civilizar por medio de la disciplina más férrea. Pocos se interesaban por ellos; Carroll, Barrie y algún otro, buscando refugio en su compañía, bajo la sombra ominosa de la pedofilia. Hoy, el niño se ha convertido para muchos en una carga difícilmente soportable que reduce la capacidad económica de la pareja y limita su libertad, que incluso impide la realización profesional de las mujeres. La católica Murray, empero, inmune a la contaminación del siglo, descubre en cada chiquillo un recordatorio viviente de que Dios nos regala con destellos del cielo aquí en la tierra, en la esperanza de que algún día recuperemos la conexión con nuestra niñez y, junto a los enamorados y los soñadores, recordemos por fin lo que se esconde al otro lado del arco iris.

Para La Razón Histórica


16 respuestas a «¿Un mundo sin niños?»

  1. Las ideologías transhumanistas destruyen la familia, su identidad y sus tradiciones, es una agenda con el objetivo de eliminar la procreación natural, por un nuevo orden de procreación artificial transhumano y gobernado por inteligencia artificial. Es muy necesario leer buenos libros que detallan el TRANSHUMANISMO para entender la concentración de poderes materiales, en instituciones internacionales, leyes que salen de las logias y se validan en los congresos de los diputados de cada país, sus esbirros son escogidos para normalizarlas con sus furcias mediáticas. Nos venden el TRANSHUMANISMO con la entelequia de ser mejorados, pero es todo lo contrario, es la esclavitud perfecta e irreversible. Todo transhumano que salga del laboratorio será un objeto de consumo y esclavo de tareas para estas élites tecnocráticas sin moral. Imagínese la peor pesadilla que le puede pasar a un crío con estos satánicos, es para poder entender como quieren el sistema de esclavitud y tenerlo todo normalizado. Serán impunes a estos abusos infantiles o de más edad, según a gusto del consumidor, les borrarán la memoria y serán programados para estos abusos. Qué desgracia me ha tocado vivir de poder verlo venir y no poder hacer nada contra este satanismo ante tantos oídos sordos.

    Saludos cordiales

  2. 1956:
    F. Osborn, masón, ku-klux-klan, financiador del la activista pro abortista y ku-klux-klan Margaret Sanger; fundador y presidente de la Sociedad Eugenésica USA, y socio del Rockefeller de turno; declaró en un discurso ante esta sociedad, la nueva estrategia a aplicar en adelante:
    “Hace 86 años Galton (el primo de Darwin) preveía el éxito de la eugenesia en el mundo, pero nos encontramos con que, ¡la gente se niega a aceptar que es genéticamente inferior!. ¿En qué fallamos?. Individualmente aceptan un defecto hereditario concreto, si se lo comunica una clínica, pero jamás aceptan que son de clase inferior a la nuestra. Así que, hagamos que no deseen tener hijos (sembrando el desapego y los egoísmos en las familias/Freud-B´nai B’rith; creando confusión en los sexos, impidiendo empleos estables y suficientes, fomentando la homosexualidad, etc etc); si entonces les facilitamos los medios (medios anticonceptivos a mano, aborto…), no los tendrán.
    Nuestros estudios demuestran que esto es válido en todos los países. Así podremos conseguir un sistema de selección voluntaria e inconsciente. ¡Dejemos de decirles que tienen una calidad genética inferior, porque jamás estarán de acuerdo!; basemos nuestra estrategia en que no deseen tener hijos.”

  3. Todo tiene su origen en el mundo anglosajón puritano/calvinista. Llegaron a la conclusión que eran una raza superior (en su imbecilidad unos decían q los superiores eran los anglos, otros que los franceses y otros que los germánicos) en la segunda mitad del s XIX pero ojo en el siglo II a de Cristo desconocían el fuego (es una hipérbole) y se incorporaron a la, Civilización (la nuestra es la única Civilización con C mayúscula las demás son otra cosa pero no Civilización) gracias a Roma. Para estos anglosajones/germánicos las demás razas sobran. Creen ser la raza superior, han asumido el sentirse pueblo elegido (¡uanto daño les ha hecho leer y creerse los cuentos judios del Antiguo Testamento!). Por eso extienden el antinatalismo entre todas las razas pero sobretodo fomentan el autoodio entre la nuestra para aplicar la Gran Sustitución. Liberarnos de la opresión anglosajona (y judía) es la, gran tarea de la Cristiandad en el s xxi que yo von 57 años posiblemte no vea… Qué lástima.

  4. Nuestro planeta está superpoblado. En menos de 80 años la población mundial se ha multiplicado por 4, pasando de unos 2.000 millones a unos 8.000 millones. Es evidente que este rápido aumento de la población no puede continuar indefinidamente porque la Humanidad está provocando un gravísimo deterioro del medio ambiente. Si la Humanidad sigue reproduciéndose a la misma velocidad acabará poniendo en peligro su propia existencia debido al envenenamiento del aire, del agua de los ríos e incluso de los océanos, y a la acumulación de millones de toneladas de residuos tóxicos. Si la Humanidad quiere sobrevivir se deberá llevar a cabo un programa mundial de reducción de la población limitando la natalidad a un único hijo por mujer (de aquellas que quieran ser madres) y apoyando económicamente a las madres para que puedan cuidar a su hijo o hija hasta que sean mayores de edad (a partir de los 18 años). Los paises de Africa y de Asia en los que las tasas de natalidad son muy altas serían obligados a tomar medidas para reducirlas a un único hijo por mujer. El objetivo final sería que la población mundial se redujera, de una forma paulatina pero continuada, hasta unos 500 millones y mantenerla estable de cara al futuro.

    1. La eugenesia lleva en marcha desde hace muchos años, en ideologías, químicos, venenos de toda clase y sobre todo protocolos en la salud contra la vida. El problema raíz es mucho más complejo, si la materia es imperfecta al necesitar el tiempo para transformarse en la vida y muerte para volver a renacer, hay que tener en cuenta si pertenecemos a esta rueda cíclica o necesitamos recordar que tenemos un origen más allá de esta rueda, Trascender la matera, es para quien recuerda su origen, clama en su interior retornar al reino espiritual. Todo lo demás, son los problemas de la imperfección, degeneraciones del apego a ser lo que no eres en las entelequias, en el tiempo de la materia. El revisionismo de las civilizaciones, aunque oculten su verdad, es la prueba de los ciclos bajo el sol.

      Saludos cordiales

      1. No se trataría de un plan de eugenesia para conseguir seres humanos perfectos sino de un plan de reducción de la población global porque este planeta no da más de sí.
        Saludos.

    2. Yo a los que dicen que sobra gente les recomiendo que empiezan por ellos mismos. Que den ejemplo. Pero claro, siempre sobran otros… Como los que defienden la eutanasia para los que «sobran».. Iremos a verlos un día con una jeringuilla a ver que, dicen.

  5. La población se auto regula, pues donde no hay recursos no prospera. El rollo racista y alarmista de Galton, se demostró falso en sus pronósticos hace mucho. Es odio y maldad camuflados de racionalidad. Psicópatas que hoy dominan el mundo y llevan a cabo un genocidio silencioso como no se ha conocido. La cosa viene de los griego y antes desde oriente, cuando la población era mucho menor.
    Ese odio racista se muestra entre líneas por sus calificativos despectivos, por afirmaciones como las del lacayo masón Nietzsche o como las que puse en el comentario anterior. ¿De donde se han sacado esos imbéciles que son genéticamente superiores? Yo sin embargo los veo como unos tarados materialistas que solo ven apenas ese lado humano.
    Siempre van a por el débil, porque su derecho es la fuerza. La ley de las bestias. Su selección es feroz y cuando terminan con un colectivo van a por el siguiente. Con la máquina transhumana, es de cajón que se quedarán en familia; aunque quizás la cosa acabe antes a su pesar.

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