Utopías de las cumbres
El tufo ateo del liberalismo que nos inunda, llega a invadir los anunciados fantasiosos que han infectado las cumbres gubernativas de la misma Iglesia y no digamos, del Estado.
Vivimos en la atmósfera de las utopías que pretenden adentrarnos en ese mundillo de lo bueno, bonito y barato, pero que elude y persigue todo espíritu de Cruz cristiana, exigente, responsable, esforzada y lealmente mantenida en la mentalidad evangélica, porque “El misterio de la Cruz, es necedad para los que están en camino de la condenación” (Cor, 1).
En la encíclica “Fratelli tutti” (octubre de 2022) de Bergoglio, dice que “hay que aceptar el desafío de soñar y pensar en otra humanidad y éste es el…verdadero camino hacia la paz”.
Rompe con la Tradicción divina, esperando una perfección ideal, abstracta e irrealista por eludir la causa de toda verdadera paz: la justicia.
Admite que “sus palabras se verán como fantasías”, y que sus principios se basan en “el mero hecho de poseer la naturaleza humana”.
Pura soberbia antropocéntrica, suplantadora de los derechos de Dios.
Acaba así, precipitado en el pozo del naturalismo materialista que rehúye el mundo de lo sobrenatural, dejando a la naturaleza desnuda de sentido trascendente, en un utópico paraíso terrenal sin la gracia divina, en un sueño que deviene en antinaturalismo. Ya lo dijo Chesterton: “Cuándo quedamos sin naturaleza, todo se convierte en antinaturaleza”. Naturaleza sin Dios, es autodestrucción.
Pretende, además, imponerlo a todos artificialmente, lo que acarrea un sueño antinatural. Se acumula el error cuando se siembra.
Se basa Bergoglio en “una ecología integral y en la fraternidad universal”, por lo que ha escrito dos encíclicas clave, que caracterizan las dos partes de su pontificado.
En su “Laudato sí” (24-5-2015), plantea una moral sin revelación divina. Sus principios naturalistas conectan a la perfección con una aspiración a una Humanidad apasionada por la tierra, solo absorta en las preocupaciones materiales intrascendentes.
Es el puro y soberbio antropocentrismo que erige al humano como centro exclusivo y excluyente de toda verdad que venga de lo alto.
Una vez más, la soberbia de los ángeles caídos con su “non serviam”, o la soberbia de nuestros primeros padres con el “seréis como dioses”.
Esto se repite en la medida del distanciamiento de la creatura de la dependencia de su Creador; libertad sin Dios: liberalismo.
El olor apestante a odio masónico se plasma sin disimulos en el lenguaje de Bergoglio, que niega y esconde la sobrenaturalidad y la única fraternidad realmente factible en la paternidad del único y verdadero Dios.
Mal puede haber fraternidad sin conocer a sus padres.
Los mismos masones reconocen las contradicciones de su triple lema: “Libertad, Igualdad y Fraternidad”.
Dicen: “si somos libres, acabaremos siendo desiguales. Pero si somos iguales es que nos han metido en un molde hermético y perdiendo nuestra libertad”.
Y lo de la fraternidad, sin un punto común de única paternidad creadora, acabaremos siendo cada uno, hijo de su madre, sin relación alguna de parentela, sin obligaciones morales hacia quienes no reconocemos hijos de una gran familia y por eso, desvinculados de toda cohesión existencial comunicativa.
Todos sabemos que es mucho más bonito, fácil y atractivo predicar la paz, que no tener que poner el dedo en la verdadera causa de la misma: la justicia.
Pio XII nos recordó la referencia bíblica irrefutable: “Opus justiciae, Pax”.
O entramos por esa puerta estrecha de la justicia, el espíritu evangélico con la Cruz de Cristo presidiendo toda nuestra actividad a su sombra, o todo concepto gratuito de la paz acaba en la utopía de las fantasías naturalistas.
Sólo Él tiene palabras de vida eterna.
Laus Deo.

Para complementar este excelente artículo, por mi parte recordaría la Bula «CUM EX APOSTOLATUS OFFICIO» de PABLO IV -1559- acerca del peligro de autoridades heréticas.
«Cuanto más alto está el desviado de la Fe, más grave es el peligro.
Considerando la gravedad particular de esta situación y sus peligros al punto que el mismo Romano Pontífice, que como Vicario de Dios y de Nuestro Señor tiene la plena potestad en la tierra, y a todos juzga y no puede ser juzgado por nadie, si fuese encontrado desviado de la Fe, podría ser acusado; y dado que donde surge un peligro mayor, allí más decidida debe ser la providencia para impedir que falsos profetas y otros personajes que detentan jurisdicciones seculares no tiendan lamentables lazos a las almas simples y arrastren consigo hasta la perdición innumerables pueblos confiados a su cuidado y a su gobierno en las cosas espirituales o en las temporales; y para que no acontezca algún día que veamos en el Lugar Santo la abominación de la desolación, predicha por el profeta Daniel; con la ayuda de Dios para Nuestro empeño pastoral, no sea que parezcamos perros mudos, ni mercenarios, o dañados los malos vinicultores, anhelamos capturar las zorras que tientan desolar la Viña del Señor y rechazar los lobos lejos del rebaño.
Nulidad de todas las promociones o elevaciones de desviados en la Fe.
Agregamos que si en algún tiempo aconteciese que un Obispo, incluso en función de Arzobispo, o de Patriarca, o Primado; o un Cardenal, incluso en función de Legado, o electo Pontífice Romano que antes de su promoción al Cardenalato o asunción al Pontificado, se hubiese desviado de la Fe Católica, o hubiese caído en herejía. o incurrido en cisma, o lo hubiese suscitado o cometido, la promoción o la asunción, incluso si ésta hubiera ocurrido con el acuerdo unánime de todos los Cardenales, es nula, inválida y sin ningún efecto; y de ningún modo puede considerarse que tal asunción haya adquirido validez, por aceptación del cargo y por su consagración, o por la subsiguiente posesión o cuasi posesión de gobierno y administración, o por la misma entronización o adoración del Pontífice Romano, o por la obediencia que todos le hayan prestado, cualquiera sea el tiempo transcurrido después de los supuestos antedichos. Tal asunción no será tenida por legítima en ninguna de sus partes, y no será posible considerar que se ha otorgado o se otorga alguna facultad de administrar en las cosas temporales o espirituales a los que son promovidos, en tales circunstancias, a la dignidad de obispo, arzobispo, patriarca o primado, o a los que han asumido la función de Cardenales, o de Pontífice Romano, sino que por el contrario todos y cada uno de los pronunciamientos, hechos, actos y resoluciones y sus consecuentes efectos carecen de fuerza, y no otorgan ninguna validez, y ningún derecho a nadie.
Los fieles no deben obedecer sino evitar a los desviados en la Fe.
Y en consecuencia, los que así hubiesen sido promovidos y hubiesen asumido sus funciones, por esa misma razón y sin necesidad de hacer ninguna declaración ulterior, están privados de toda dignidad, lugar, honor, título, autoridad, función y poder; y séales lícito en consecuencia a todas y cada una de las personas subordinadas a los así promovidos y asumidos, si no se hubiesen apartado antes de la Fe, ni hubiesen sido heréticos, ni hubiesen incurrido en cisma, o lo hubiesen suscitado o cometido, tanto a los clérigos seculares y regulare, lo mismo que a los laicos; y a los Cardenales, incluso a los que hubiesen participado en la elección de ese Pontífice Romano, que con anterioridad se apartó de la Fe, y era o herético o cismático, o que hubieren consentido con él otros pormenores y le hubiesen prestado obediencia, y se hubiesen arrodillado ante él; a los jefes, prefectos, capitanes, oficiales, incluso de nuestra materna Urbe y de todo el Estado Pontificio; asimismo a los que por acatamiento o juramento, o caución se hubiesen obligado y comprometido con los que en esas condiciones fueron promovidos o asumieron sus funciones, (séales lícito) sustraerse en cualquier momento e impunemente a la obediencia y devoción de quienes fueron así promovidos o entraron en funciones, y evitarlos como si fuesen hechiceros, paganos, publicanos o heresiarcas, lo que no obsta que estas mismas personas hayan de prestar sin embargo estricta fidelidad y obediencia a los futuros obispos, arzobispos, patriarcas, primados, cardenales o al Romano Pontífice, canónicamente electo. Y además para mayor confusión de esos mismos así promovidos y asumidos, si pretendieren prolongar su gobierno y administración, contra los mismos así promovidos y asumidos (séales lícito) requerir el auxilio del brazo secular, y no por eso los que se sustraen de ese modo a la fidelidad y obediencia para con los promovidos y titulares, ya dichos, estarán sometidos al rigor de algún castigo o censura, como sí lo exigen por el contrario los que cortan la túnica del Señor».
Así pues, en el caso concreto de Bergoglio, es obligación de todo cristiano apartarse de este criminal embustero. Dejarlo con los pobres desgraciados que le acompañan en su criminal Agenda 2030.