Víctimas del Vaticano II: los católicos estadounidenses (I/II)

Primera parte del artículo publicado en la página web de “Michigan en vivo”, titulado: “Los residentes de Michigan abandonan la Iglesia Católica y muchos se apartan de la religión”.

Entre los años 2000 y 2018, la feligresía de las parroquias católicas de Michigan pasaron de 2,2 millones a 1,8 millones, de acuerdo con la información suministrada por el Centro Universitario de Investigación Aplicada del Apostolado (CARA por sus siglas en inglés) de la Universidad de Georgetown, el cual recaba información de las diócesis católicas de los Estados Unidos.

Más sorprendente aún, en los datos aportados por CARA, es el descenso observado con respecto a la educación católica y los sacramentos. Desde el año 2000, el bautismo de infantes ha disminuido en un 49%. Los matrimonios bendecidos por la Iglesia católica han bajado en un 54%; las primeras comuniones en 46%; las inscripciones en las escuelas primarias católicas en un 49%; las matrículas en clases de educación religiosa de Kinder a Doceavo grado en un 48%.

Los miembros (en la arquidiócesis de Detroit) ha disminuido en un 22% a partir del año 2000; los matrimonios bendecidos por la iglesia en un 60% y los bautismos en un 55%.

Desde el año 2000, la mitad de lo colegios católicos de la arquidiócesis han cerrado sus puertas y el número de parroquias ha decrecido en más de la mitad, como resultado de su cierre y su fusión. La diócesis cuenta con 30% menos sacerdotes y 60% menos monjas.

Cabe mencionar que estas cifras reflejan solo el descenso observado del año 2000 en adelante. Los números del citado año ya habían descendido dramáticamente a partir del año 1960, fecha ésta que se ubica 5 años antes de la promulgación del Concilio Vaticano II. El artículo en referencia continúa tristemente señalando:

Según la Encuesta Pew de 2014, aproximadamente 41% de los adultos norteamericanos educados como católicos han dejado de serlo.

En comparación, 55% de aquellos educados como protestantes tradicionales y 35% de los protestantes evangélicos ya no se identifican con la religión de su niñez.

Al mismo tiempo, … , lo más grave para la Iglesia, indica Smith, el investigador de Pew, es la falta de conversos. En tanto que 13% de los estadounidenses católicos provienen de ambientes católicos, únicamente 2% son católicos conversos lo que representa una proporción de 6 a 1.

“Otras religiones tienen una proporción más favorable”, apunta Smith.

De acuerdo con diversos estudios, de esos católicos de origen, la mitad se han unido a otra religión y aproximadamente la otra mitad no tiene afiliación religiosa alguna.

En una época en la que el Papa califica al “proselitismo como una solemne tontería” y desalienta activamente cualquier intento de los católicos por convertir a alguien”, ¿pueden tales estadísticas causarnos extrañeza? Una vez más se plantea el interrogante: habiendo destruido las autoridades eclesiásticas la fe de millones al tolerar todo tipo de errores perniciosos, liturgias sacrílegas, instrucciones religiosas heréticas (en caso de existir alguna) y el abuso sexual de menores por décadas, ¿cabe, entonces, esperar que esas mismas autoridades quieran compartir la Fe? Como dice el antiguo adagio latino “nemo dat”, es decir, nadie da lo que no tiene.

La mayoría de los comentaristas católicos entrevistados con motivo del artículo le atribuyen la culpa de este deterioro a la cultura imperante en el mundo moderno. Pero ¿quién abrió la puertas y ventanas de la Iglesia a la tóxica influencia del mundo moderno? Como podemos recordar fue Juan XXIII cuando afirmó que el Vaticano II “debe abrir las ventanas y dejar pasar el aire fresco”. Aproximadamente 60 años más tarde, ese “aire fresco” está sacando las almas fuera de la Iglesia.

Es una vergüenza que los Neocatólicos entrevistados no sean capaces de hacer esta conexión tan obvia, ya expresada por tantos Tradicionalistas mucho tiempo antes. En efecto, lejos de proteger la Fe de los católicos contra los errores y tentaciones modernos y contribuir a la difusión de esa fe, Vaticano II y sus reformas abrieron la Iglesia a los errores y tentaciones de la modernidad, y arrojaron sus ovejas a las fauces de los lobos.

Algunas de las víctimas de Vaticano II se describen en el presente artículo. Uno de ellos es el caso trágico de Gloria Emmons. Su vida, tal y como se describe en este artículo, se puede dividir en dos fases distintas. La primera fase está representada por la época preconciliar del Vaticano II:

Nacida en el seno de una familia católica de la metrópolis de Detroit, en los años 50 y 60, creció rodeada de otros católicos devotos. Todo el mundo asistía a misa los domingos. Nadie comía carne los viernes y prácticamente en todas las casas se podía encontrar una estatua de la Virgen María.

Vinieron, entonces, los años 70 y 80, posteriores al Concilio, durante los cuales se aferró a las prácticas de Fe en las que había crecido y educado, mientras se desmoronaba a su alrededor:

Emmons asistió a colegios católicos incluida la universidad. Se casó en la Iglesia, envió a sus dos hijos a colegios católicos y la familia asistió semanalmente a misa por años.

Y, finalmente, los frutos del Vaticano II surtieron efecto. En efecto, la asistencia a una liturgia devastadora semana tras semana, colegios católicos liberales, enseñanzas heréticas del párroco, etc., por décadas durante el pontificado de Juan Pablo II condujeron por último a lo siguiente:

Hoy en día, Emmons se describe a sí misma como una católica “ambivalente”.

“Existen muchos conflictos “entre la doctrina católica y valores contemporáneos tales como la igualdad para los homosexuales y las mujeres, comenta Emmons, de 65 años, quien vive cerca de Kalamazoo.” A medida que nos movemos como sociedad hacia adelante, esos conflictos nos golpean en la cara”.

Emmons se considera aún católica. “Aún amo la misa”, afirma.

Pero ya no pertenece a una parroquia local y, cuando asiste actualmente a misa, lo hace para acompañar a su anciano padre de 93 años a su iglesia en el Condado de Oakland.

En cuanto a la siguiente generación, podemos ver los frutos de Vaticano II alcanzar su plenitud en el “Efecto Francisco”:

En los hijos de Emmons, todos ellos antiguos monaguillos, ya en sus 30 años, el distanciamiento de la iglesia es aún mayor. Ambos rechazan el catolicismo. Uno de ellos es homosexual; el otro se casó con una graduada de colegios católicos, pero la pareja no tuvo un matrimonio religioso, ni ha bautizado a sus hijos.

“Yo soy amiga del sacerdote de mi padre y he conversado con él acerca de la pérdida de la fe de mis hijos”, comenta Emmons. “Él dice que está observando la misma situación en su congregación”.

Desafortunadamente, la historia de Emmons es la historia de millones de víctimas del Vaticano II, a todo lo largo y ancho de nuestro país y del mundo. Su Fe fue lentamente erosionada y debilitada en el transcurso de décadas, a pesar de participar obedientemente en la vida de su parroquia local. Allí, asistían regularmente a la Misa folclórica donde recibían la Comunión en la mano impartida por ministros de la eucaristía; su matrimonio fue celebrado, por el Padre Kev, en la playa; sus bebés fueron bautizados por el Diácono Bob en la bañera caliente del baptisterio, y sus hijos fueron enviados al CCD (Confraternidad de Doctrina Cristiana) en donde la Hermana Pat les enseñó los méritos de las mujeres sacerdotes. ¿Qué fue lo que estuvo mal? ¿Dónde estuvo, entonces, la falla?

Y prosigue el artículo analizando el problema.

“Existe un conjunto amplio de factores sociales que convergen al mismo tiempo”, dice Mary Gautier, uno de los investigadores ejecutivos de CARA.

“Hoy en día, la gente más joven tiende a casarse menos; de hacerlo, probablemente no lo harán en una iglesia. Lo que todo el mundo quiere es un matrimonio en la playa”.

Las tasas de natalidad también están en descenso y cuando las mujeres tienen efectivamente niños, la posibilidad de que hayan contraído matrimonio por la Iglesia, o incluso de que estén casadas de algún modo, es poco probable, lo que hace que el bautismo de los niños lo sea también.

Considere ahora lo siguiente. Los católicos más jóvenes tampoco están inclinados a casarse. ¿Por qué deberían hacerlo? ¿Pudiera influir en ello la fábrica de anulaciones matrimoniales rampante de Juan Pablo II que impera en los Estados Unidos, recientemente potenciada aún más por los últimos motus propios de Francisco? ¿Y qué decir de la aprobación emitida, por parte de Francisco, en Amoris Laetitia, de la comunión para aquellos que viven en adulterio?

El matrimonio católico era sinónimo de una unión indisoluble, que perduraba toda la vida, entre el esposo y la esposa y que proveía estabilidad. Actualmente, cuando una pareja se casa en su parroquia Novus Ordo, uno de los dos puede literalmente dejar al otro, casarse por el civil con el rompe hogares, y luego recibir la comunión de manos del Padre Kev, frente al cónyuge fiel, en la parroquia de su familia, hasta que llegue la anulación. ¿Debe, entonces, extrañarnos que la juventud católica al ver este estado de cosas considere que el matrimonio no vale la pena? Los jóvenes pueden incluso preguntarse dónde están, en nuestra Iglesia, los adultos que se supone deben hacer cumplir las normas para proteger sus matrimonios.

Con respecto a las tasas de natalidad, el Vaticano II invirtió de modo infame los fines del matrimonio. La enseñanza tradicional establecía la procreación como fin primario del matrimonio y el fin unitivo como secundario. El Vaticano II puso ambos propósitos al mismo nivel, pero enumeró al unitivo como el primero y nunca dejó de hacer énfasis en ello. Los padres conciliares predijeron que esto sucedería. Tal y como el Arzobispo Lefebre recordaba:

«El matrimonio ha sido siempre definido por su primer propósito, a saber, la procreación, y su propósito secundario que es el amor conyugal. Ahora bien, en el Concilio, ellos buscaron alterar esta definición, alegando que la procreación ya no es más el fin primario, y que ambos fines de los que hablé son equivalentes. El Cardinal Suenens fue quien propuso este cambio y aún recuerdo al Cardenal Brown, Maestro General de la Orden de los Dominicos, levantarse para decir “Caveatis! Caveatis! – ¡Cuidado!¡Cuidado! Si aceptamos esta definición estamos yendo contra toda la tradición de la Iglesia y estamos pervirtiendo el significado del matrimonio. No tenemos, en modo alguno, derecho a modificar las definiciones tradicionales de la Iglesia”.

…todo lo que se dice acerca del matrimonio se remonta a la falsa idea expresada por el Cardenal Suenens, de que el amor conyugal –que pronto fue denominado de una manera simple y mucho más cruda como “sexualidad”- -constituye el propósito primario del matrimonio. Por consiguiente, al amparo del título de sexualidad, todo está permitido –contracepción, planificación familiar y, finalmente, aborto.

Y continúa el artículo:

En pocas palabras, los católicos, en la actualidad, están menos proclives a permanecer en la Iglesia por hábito o por presión social. Gautier señala claramente: “Los católicos quieren una fe que sea verdaderamente significativa para ellos. Si el párroco no puede proporcionarla, la encontrarán en otra parte o rehuirán la religión por completo.

Parte I de II

Para The Remnant


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