Viernes Santo

Una de las cuestiones que levantan más polémica entre los católicos por estas fechas es la forma en que muchos tienen de ver la Semana Santa. Lo que es una conmemoración religiosa, ha tomado tintes futbolísticos a medida que han ido pasando los años. El devoto ha pasado a ser lo que la jerga cofrade ha bautizado como semanasantero, un aficionado a la Semana Santa incapaz de distinguir lo profano de lo sagrado. El semanasantero solo se pone de acuerdo con el devoto en la importancia del Viernes Santo. Ambos consideran que la muerte de Jesús es el hito que marca el camino de la Resurrección del Domingo, el momento en que la Cruz se impone como símbolo de la religión cristiana y de toda la civilización que viene detrás de ella.

La condición humana hace que el semanasantero y el devoto, por mucho que interioricen la Semana Santa de forma distinta, sean guiados por los mismos símbolos. Para el cristianismo, la Cruz y los días festivos son los que cargan de contenido y formalismo a la fe, los días que extraen al cristiano de la cotidianidad de su vida para recordarle que pertenece a esa comunidad religiosa. El símbolo es considerado la fuerza motora y transmisora necesaria para mantener a la comunidad de fieles unida, una realidad ampliamente conocida por los impulsores de la postmodernidad, quienes han sabido incidir en los símbolos para alimentar el proceso de sustitución de la Cristiandad.

La nueva normalidad está dando para mucho y, también, ha servido para azuzar el enfrentamiento entre la Semana Santa y el día simbólico elegido para ensalzar el dogma feminista, el 8-M. El mensajero del enfrentamiento ha sido el doctor Simón, un tipo con aires de inocentón impostado, que comparó las consecuencias víricas que podrían darse en una manifestación del 8-M y las procesiones de Semana Santa. El coronavirus ha servido como excusa para avivar confrontaciones sociales y, de paso, para confirmar que, aunque muchos aún no lo entiendan, por desidia o desconocimiento, la postmodernidad quiere mitigar todo lo que suene a cristianismo, no ya por cuestiones espirituales, sino porque el cristianismo defiende un mundo opuesto al de la postmodernidad.

El proceso de sustitución necesita de todos los componentes para que pueda ser cierto. La religión postmoderna necesita de símbolos que unifiquen a la nueva comunidad de fieles, una guía que conmueva a sus seguidores y que consolide los nuevos dogmas de fe. El feminismo es uno de los dogmas que la postmodernidad instrumentaliza para implantar su nuevo mundo y, el 8-M, el Viernes Santo del feminismo, el día en que las feministas ahogan su feminidad para cargar contra el hombre y representarlo como un enemigo a batir. El 8-M es el día en que el feminismo ratifica que no atiende a razones solidarias con la mujer, sino a la utilización de los sentimientos de las personas para llevar el subjetivismo al paroxismo y así impedir que exista lo objetivo, una diferenciación natural entre el hombre y la mujer.

La religión postmoderna es la antítesis del cristianismo porque no busca la complementación de ambos sexos, al contrario, necesita del enfrentamiento entre el hombre y la mujer, tendencias sexuales múltiples que no atiendan a razones biológicas y de abortos, muchísimos abortos. Son una de las consignas de los creadores de la nueva normalidad, quienes utilizan a las feministas de la tercera generación para que el enfrentamiento con los hombres acelere la atomización de la sociedad e impulse la reducción de la natalidad. Los sobornos a los que la postmodernidad somete a las vendidas féminas en forma de ministerios de igualdad y asociaciones varias, no pueden impedirnos ver el verdadero fin de la nueva religión.

El camino que se ha ido preparando durante las últimas décadas se ha traducido en una secuencia de leyes e iniciativas promulgadas para dividir a la sociedad. Los fieles de la nueva religión son la fuerza de choque que, ya sea por ignorancia o connivencia, la postmodernidad necesita para que el mundo anterior termine por desaparecer y que ese vacío sea llenado por la civilización naciente. La nueva religión utiliza el feminismo y los nuevos dogmas como espada de Damócles proyectada sobre los cristianos, tanto sobre los devotos como los semanasanteros, a los que pretenden amedrentar para que no defiendan el objetivo a derrocar por la postmodernidad: la civilización cristiana y los valores que ella representa.


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