Vive y deja vivir. La vida del padre Eusebio
El padre Eusebio era todo un personaje. Quizá la palabra tibio no sea la adecuada, lo que mejor le definía era el lema: vive y deja vivir. Si, este lema puede resumir toda su vida sacerdotal.
Estuvo muchísimos años de párroco en la misma parroquia, quizá unos cuarenta años. Fue uno de los primeros párrocos de la primera parroquia que se había construido tras el Concilio. Iglesia fea donde las haya y muy escasa de ornamentos litúrgicos y orfebrería. Hemos dicho fea, pero todo es relativo, pues tuvo muchos admiradores la original arquitectura modernista y desacralizada de la parroquia.
Cuando el padre Eusebio asumió el cargo, fiel a su lema, vivió y dejó vivir. La parroquia no disponía de custodia para la adoración eucarística. No había en la capilla una imagen de la santísima Virgen María, ni ninguna otra. En la sacristía no se encontraba ni paño de hombros ni capa pluvial, para la adoración eucarística. No se rezaba el santo rosario, ni había otras devociones, como el rezo de novenas, etc. De esta manera empezó a andar la nueva parroquia.
El padre Eusebio no cambió absolutamente nada de la vida parroquial tal como la encontró. Se amoldó a la lánguida vida de su parroquia. Como nada le sugerían o proponían sus feligreses, ninguna decisión tomaba. Si los fieles están a gusto así, él también lo estaba. Nunca tomó ninguna iniciativa, eso iría contra el lema de su vida. Ahora bien, en honor a la verdad, todo aquel que le pedía algo, si lo tenía lo daba; y si alguien le sugería algo lo escuchaba con atención y, si era posible, daba curso a la sugerencia.
Cuando un día un joven le pidió un rosario, el padre Eusebio muy educadamente le dijo que no tenía, y luego se quedó tan tranquilo. Es decir, no le dijo, ven luego o mañana y te lo daré; no, simplemente le contestó que no lo tenía. ¿Intentó tener rosarios en su despacho por si otra persona se lo pidiera? No. Muchas más anécdotas podrían decirse del buen párroco.
Pero las cosas empezaron a cambiar. Un matrimonio se comprometió a comprar la custodia; una devota señora viuda compró la imagen de la santísima Virgen. Es decir, empezaron a haber donaciones a la parroquia.
El padre Eusebio educadamente agradeció las donaciones, y así empezó la adoración eucarística y el rezo del santo rosario. Nunca tomó decisiones propias, pero nunca se negó a iniciativas de los feligreses que redundaran en el bien espiritual de todos. Poco a poco la parroquia empezó a tener “vida”. Llegó el momento de tener un vicario parroquial. La llegada del nuevo sacerdote supuso un impulso muy grande para la parroquia. Empezó con ideas de crear distintos grupos parroquiales, a los que no se negó don Eusebio, eso sí, sin que le implicara a él. El párroco dio puerta abierta al joven y emprendedor sacerdote, pero sin que se le molestara en nada.
La gente apreciaba sinceramente al padre Eusebio. Nadie recibía una mal respuesta suya, ni un desplante, aunque, eso sí, sino estaba en su mano satisfacer lo que le pedían no se esforzaba en conseguirlo.
Si podía ahorrarse celebrar alguna misa, lo hacía; pero si era necesario oficiarlas todas, lo hacía. Le gustaba irse bastante tiempo de vacaciones. Si podía tener un mes y medio, mejor que un mes. Pero si debía restringir el número de días lo hacía sin molestarse. Era todo un personaje nuestro padre Eusebio. Difícilmente alguien podía enfadarse con él. Cualidad que hay que valorar.
La despedida del padre Eusebio de la parroquia fue todo un acontecimiento. El señor Obispo estuvo presente en la santa misa. En la homilía valoró toda la actividad que el buen párroco había llevado a cabo durante tantos años, y sus grandes iniciativas, que permitieron el gran alto grado de vida parroquial. El padre Eusebio estaba pletórico, y asentía con la cabeza a lo dicho por el Obispo.
A los setenta años dejó su vida sacerdotal activa. Tenía problemas de corazón. Se retiró a una residencia sacerdotal. Con toda seguridad será querido por sus compañeros sacerdotes, pues seguirá fiel a su lema de vive y deja vivir.
Ave María Purísima.
