VOX en la encrucijada
Después de la promulgación de la Carta Otorgada de 1978, se instauró en España un «Estado de partidos» (Manuel García -Pelayo) o partitocracia. La libertad política fue absorbida por los partidos del sistema. Gonzalo Fernández de la Mora advirtió que la partitocracia es «aquella forma de Estado en que las oligarquías partidistas asumen la soberanía efectiva». la «transacción política», mal conocida como «Transición», privó al pueblo español de una mínima separación de poderes.
Se instauró en nuestra nación un consenso político, aniquilador del social, socialdemócrata que, en connivencia con la mafia separatistas y las pirañas autonómicas, ha arruinado el legado del régimen anterior. Destrucción de la unidad de España; desindustralización; ataque a las clases medias mediante el «terrorismo fiscal»; el triunfo de bioideologías como feminismo o el ecologismo que amenazan a la familia –archienemiga del Estado de Bienestar Minotauro– y la vida rural –cuna de la libertad política– son muestras de ello. La propiedad ha devenido en un derecho de usufructo siempre susceptible de ser expropiado por el Estado, la Ley ha degenerado en Legislación y no se respeta el derecho a vivir del nasciturus.
Bajo este panorama de destrucción y liquidación que ha sufrido España durante cuarenta años, apareció en 2013 un partido político: VOX. En un primer momento, una escisión a la derecha de un Partido Popular rendido al «ala izquierda» del tinglado. Reclamaba el cumplimiento de su programa electoral: derogación de la infame ley del aborto, la ilegalización de Bildu, la despolitización del CGPJ y una bajada de impuestos y gasto estatal ineficaz. No consiguió entrar en el Parlamento Europeo por 1.500 votos. Esto supuso una larga travesía en el desierto de Santiago Abascal.
Sin embargo, después de la victoria antiestablishment de Donald Trump en 2016, la salida del Reino Unido de la burocrática Unión Europea y el crecimiento de fuerzas políticas que ponían en jaque el sistema impuesto en el Viejo Continente tras 1945, Vox encontró progresivamente un espacio en la oligarquía de partidos nacionales. En Occidente renacieron fuerzas políticas (la alt Right) que están combatiendo, en mayor o menor medida, contra las «religiones políticas», la dictadura de lo políticamente correcto, el multiculturalismo, la ideología de género y la descristianización.
Tras la entrada triunfal de Vox en el 2018 con doce diputados en el Parlamento de Andalucía, el establishment mediático-político vio una amenaza seria a sus privilegios, cambalaches y prerrogativas. El sistema se defendió con sus mejores armas: la mentira, la descalificación y el silenciamiento. Sin embargo, la claridad de Santiago Abascal –unida a una extraordinaria campaña en las redes sociales– hizo que penetrar su mensaje en el electorado. En palabra de Dalmacio Negro, «el magro éxito de Vox, debido al aburrimiento, la corrupción estructural y el hartazgo del clientelismo existentes en la autonomía andaluza, le suena al consenso como una rebelión de la opinión del pueblo contra la opinión pública inventada». Es, en definitiva, «la posibilidad de que se rompa el consenso sovietizante que atenaza a la Nación».
Por primera vez en cuarenta años se escuchaba en el Congreso –la sede teatral de la aburrida «clase discutidora»– una crítica al saqueador Estado de las Autonomías y a las políticas socialdemócratas y nihilistas que habían acabado con nuestro êthos. Santiago Abascal ha estado censurando la criminalización del hombre en las totalitarias leyes de género; el adoctrinamiento con la soviética ley de «desmemoria histérica»; las cesiones continuas a los separatistas; el genocidio del aborto; el expolio fiscal; o el abandono a la clase trabajadora por un PSOE y un Podemos sumergidos en la «neolengua» y la imposición de peajes en las autovías. También Vox ha dado la batalla judicial, siendo la acusación popular contra los golpistas indultados o presentando recursos ante el Tribunal Constitucional por el ilegal estado de alarma o la legalización de la eutanasia.
VOX, a pesar de tener todo en contra, se ha convertido en la tercera fuerza del espectro político. El primer y único partido que disiente del aparato. Dispone de cincuenta y dos diputados y más de tres millones y medio de votantes. Su crecimiento ha sido constante y gradual. Las propias empresas demoscópicas –servidoras de los partidos del sistema– eran incapaces de ocultar la subida del único partido que se opone a los delirios sanchistas. En Cataluña se erigió como primera fuerza española. Sin embargo, la subida de una sobrevalorada Ayuso puede haber supuesto un cambio de tendencia. La presidenta de la Comunidad de Madrid ha logrado convertirse en la imagen del antisanchismo y de la lucha contra sus políticas liberticidas. Vox se enfrenta a un nuevo escenario. Se puede ver eclipsado y debe buscar un nuevo espacio que le diferencie radicalmente del Partido Popular.
Las elecciones a la Comunidad de Madrid ha demostrado que «el votante medio no se conduce por criterios de razón sino por estímulos y promesas que halaguen sus deseos y apetitos más primarios» (Elio gallego). En Madrid ha triunfado una falsa libertad y una imagen mitificada más exaltada del consenso. Bajada de impuestos y hostelería llena. La victoria del «gatopardismo», a find de cuentas. Al electorado le fue indiferente que Díaz Ayuso sea una política que promociona las leyes de género más radicales de España y capaces de expedientar a un profesor por afirmar que existen solo dos sexos. Tampoco le ha importado que haya defendido el aborto, a los menas, el Lobby LGTB o riegue con millonarias subvenciones a sindicatos y asociaciones ideológicas. Rocío Monasterio ha realizado el «trabajo sucio», obligando al PP madrileño a no escorarse demasiado al otro lado del cochambeo. No obstante, electoralmente ha sido insuficiente. Ha mejorado ligeramente, pero aparece el riesgo del estancamiento. ¿Qué sucedería si Ayuso se presenta a La Moncloa?
Abascla está obligado a dar un paso al frente sino quiere ser fagocitado. El columnista de ABC conocido como Hughes afirma que «Vox tira y tira contra el viento en una larga y solitaria escapada pirenaica y cuando llega al final, sin dar ni un relevo, el chuparruedas se lleva el maillot amarillo». También lo compara con la figura de un nadador. «Nada, bracea incansablemente, pero se encuentra ahora mismo dentro de unas corrientes, más poderosas, que le llevan en dirección contraria. Esas corrientes son el Tinglao, y su sutil juego de fuerzas y mareas». Ayuso consigue retener al votante de derechas y Casado atrapa al del Centro. Ante ese escenario, ¿qué debe hacer Vox para evitar morir de éxito?
Vox debe abandonar su posición de partido más establishment o moderado de la «derecha alternativa». España se encuentra herida de muerte. Hay múltiples orificios por los que sangra nuestra nación: el sistema político, el separatismo, la ideología impuesta por la izquierda, la falta de proyecto o unidad de destino y la desaparición de la Virtud.
Nos encontramos presos de las semillas metastásicas sembradas en la Carta Otorgada de 1978. Desde entonces, la nación ha sido secuestrada por nacionalidades inventadas y comunidades autónomas voraces; por un Estado Clientelar y Benefactor; por oligarquías de partidos generadoras de una corrupción estructural; por un Fisco que actúa al modo de la KGB. El eje sobre el que gira el sistema es la Monarquía. Ésta obtiene el apoyo de buena parte de la derecha que cree que le salvará taumatúrgicamente del «socialcomunismo». Por su parte, la izquierda –a pesar de su escenografía hostil– se aprovecha de un régimen decrépito. Se enriquece e implanta cada una de sus políticas totalitarias con ayuda de casi la totalidad de los medios de comunicación y grupos de poder.
Felipe VI, ya bautizado por una despierta minoría como «Felpudo VI», demuestra su incapacidad para frenar la disolución de España. Juan Carlos firmó la diabólica ley del aborto y la siniestra ley de memoria histórica. El actual monarca ha bendecido la eutanasia y estampado su culposa firma en los indultos. El mismo día que el BOE publicó las indulgencias, lo celebró de chaqué en los Premios Mariano de Cavia y a los pocos días en una cena con Sánchez y el Presidente de la generalidad Pere Aragonés. La monarquía parlamentaria es un oxímoron. Vox debería distanciarse de un monarca débil que sustenta un régimen entrado en barrena. Al menos, tendría que disminuir la defensa a ultranza de una figura inerte. En palabras del mismo Santiago Abascal: «Si la monarquía aceptase reformas encaminadas hacia la confederación de España dentro de una misma Corona, seríamos muchos los que preferiríamos una República unitaria a una Monarquía que trocease la soberanía». ¿Hasta cuándo se va aa seguir tolerando la ruina progresiva de España?
Por otro lado, a Vox le convendría dejar –en el ámbito autonómico y local– de ser muleta de un PP que le insulta y desprecia. Sus ofensas se están realizando, de facto, a sus votantes. Sería necesario dejar de expedir «cheques en blanco», exigir la entrada en gobiernos e implantar sus políticas. ¿Cómo explicarían a sus votantes que bajo su apoyo se continúa con el adoctrinamiento en la aulas o subvencionando a corruptos sindicatos? La actividad política de Vox desde la oposición, aunque en muchas ocasiones tenga resultados fructíferos, hace que los méritos y, posteriormente los votos, se los lleve Ayuso, Moreno Bonilla o López Miras.
España se encuentra en una encrucijada y, por ende, quienes la aman también. La tibieza y los artificiales consensos se han demostrado inservibles para la defensa de la Verdad, el Bien y la libertad política. Vox encuentra en Hungría y el Grupo de Visegrado un modelo que emular frente al progresismo, la política correcta, la «nueva tiranía» y el «totalitarismo liberal». En definitiva, Santiago Abascal se encuentra en la siguiente disyuntiva.
¿Vox se diluirá finalmente en el sistema o, por el contrario, romperá con el tablero implantado en 1978? Su futuro depende de ello.
Para Razón Española, revista bimestral sólo en papel y para subscriptores. Cuatro números anuales 65€/año. Tel.- 91 457.18.75 ó fundacionbalmes@yahoo.es.

En Vox hay que distinguir entre Santiago Abascal y el resto. El partido, en su conjunto, no me inspira mucha confianza (hay muchos peperos sueltos por ahí…). Dudo que se atrevan a enfrentarse a la mafia «oficial» que domina y controla España desde la entronización de «Campechano I», ni contando con 200 diputados en el Congreso. Lo siento grandemente, dado el más que incierto futuro de nuestra sufrida patria, pero así lo veo y así lo pienso.
VOX no corresponde a las ilusiones e ideales de una mayoría de españoles que piensan que lo primero es Dios y luego nuestra Patria, España.
VOX se ha alineado con los pro-pseudo-vacunas, es decir con el Globalismo.
Su diputado J. L. Steegman es un loco pro-pseudo vacunas y UN CORRUPTO que cobra él y las instituciones médicas controladas por este individuo una enorme cantidad de dinero que le invalida su opinión.
Lo más grave es que VOX salga en defensa de este CORRUPTO que de científico tiene muy poco.
Si VOX se atreve que me ponga una querella criminal y veremos lo que les pasa.
Íñigo Caballero
Ingeniero Industrial Superior, Matemático y Master en Prevención de Riesgos
En el momento entra en el estado, se convierte en estatalista, nada que ver , con la nación,