Vuelve la kale borroka
Parecía que aquellas aciagas estampas de años pretéritos de violencia callejera en el País Vasco –Vascongadas para mí- no volverían. Tristemente no es así, estos días estamos asistiendo a un retorno a las barricadas, a la quema de mobiliario urbano, al destrozo de escaparates y al acoso y ataque a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. Me temo que habrá más instantáneas que recogerán la aportación de estos terroristas urbanos a la paz social, la convivencia y la armonía económica. Lo malo es que, ahora, los incendiarios y delincuentes han ampliado el escenario de sus operaciones y, para más inri, burla y afrenta a nuestra democracia, disfrutan devaledores, defensores y correligionarios instalados en el palacio de la Moncloa, en el Consejo de Ministros del Gobierno del Reino de España, en la sede del poder legislativo – Congreso y Senado-, en formaciones políticas presentes en numerosas instituciones que, con descaro desafiante y chulería insultante, se declaran admiradores de estos sicarios aleccionados en la lucha callejera.
Sí, queridos lectores. La turba encolerizada que toma las calles con inusitada y brutalidad descontrolada tiene amparo en el discurso político podemita, comunista y nazionalista apoltronado en Moncloa y apesebrado en la plaza de La Marina (Senado), y la carrera de San Jerónimo (Congreso de los Diputados). ¡¡A las barricadas!! –dicen los maleantes, salteadores y ladrones que campan a sus anchas por la plazas, avenidas y calles de nuestras ciudades-, mientras se entregan al saqueo, al robo, la destrucción y el alboroto regocijante y triunfalista. Sabedores de esta circunstancia de patrocinio, patronazgo y mecenazgo, embriagados de odio, rabia y rencor, utilizan cualquier pretexto para montar la algarada, la revuelta y la revolución ratonera, eso sí, en nombre de la libertad de expresión, la justicia social, la democracia popular y no sé cuantas monsergas más. Eslóganes aprendidos y repetidos a pies juntillas son vomitados en sus gritos de guerra y venganza, sin saber muy bien lo que proclaman desde la profanación de la verdad, la adulteración de la realidad y la tergiversación de los argumentos bramados. Hoy, un tal Pablo Hasél, de profesión rapero, pijo progre niño de papá y nieto de un general de Franco, es el leitmoiv de la cantinelas radicales a la luz de las hogueras encendidas en la vía pública.
Este gualtrapa de Hasél, autoproclamado artista, teatraliza y protagoniza un deleznable espectáculo. Todo es artificial, nada es espontáneo y natural, responde a una intencionalidad de provocar la respuesta de las tropas anti sistema, anti fascistas y anti la madre que los parió. Son anti nada y anti todo, pro nada provechoso y respetable. Nada hay que justifique sus barrabasadas, acciones terroristas y altercados provocados. Lo más jocoso y desternillante es que se definen como pacifistas, feministas, ecologistas y demócratas de pura cepa. De no ser por el dolor y sufrimiento que generan, permítanme la soez y grosera expresión, para mear y no echar gota, que dicen por tierras castellanas. Son saltimbanquis, bufones, pícaros, mangantes, sicarios de los nuevos filo comunistas de chalé y chófer, filibusteros y mercachifles a jornada completa. En definitiva, parásitos y tipejos de malvivir.
Los españoles de bien, las gentes normales y comunes, nos preguntamos ¿Quién paga los destrozos ocasionados? ¿Se pueden ir por la cara y de rositas habiendo cometido las razias en el territorio de todos nosotros? ¿Quién paga a los comerciantes y a las entidades bancarias los daños ocasionados? ¿Se puede tolerar tanta intolerancia y terror impuesto a golpe de pedrada? ¿Por qué los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado están tan indefensos, desamparados y criticados por los próceres del comunismo más trasnochado, obsoleto y retrogrado que existe? Creo que es ahora el momento de levantar el aforamiento desde el que los inductores ideológicos se protegen, parapetan y atrincheran para lanzar consignas de sedición, revolución y revuelta callejera. Ellos, tan dados a dar ejemplo de pureza y limpieza democrática, son la casta más deleznable y detestable que uno pueda echarse a la cara. Corruptos, inquisidores de los nuevos tiempos, dueños de la posverdad convertida en dogma incontestable, so pena de multa y cárcel, se pavonean altivos y prepotentes arengando a los grupúsculos de acólitos sedientos de odio y rencor, a tomar la calle, imponiendo su ley de la jungla, la del más bruto.
Malos tiempos para la concordia, la convivencia y el equilibrio social generan estos cavernícolas que pretenden devolvernos a la Edad de Piedra. ¿Qué propuestas tienen? ¿Qué pretenden? Unos son anarquistas sin tener ni santa idea de lo que es; otros son anti fascistas sin saber del fascismo más que lo que pone en sus pancartas; otros, últimamente muchos, aprovechan el desconcierto para saquear y robar, eso sí, no se llevan alpargatas obreras, se llevan ropa de marca y aparatos electrónicos de las malditas multinacionales capitalistas a las que odian. Vamos que aquí hay cuatro listillos, de profesión no reconocida, que cobran por montar el pifostio, el cacao, el cirio y el cisco. Son sujetos bien instruidos en la lucha callejera, que van bien preparados para generar el tinglado, el pitote, o la de san Quintín, lo que ustedes prefieran, arrastrando manadas de descerebrados y delincuentes comunes. ¿Es esta la revolución de la que hablan? Pues que quieren que les diga, que se la metan por donde les quepa y que paguen por ello y vayan a la cárcel.
¿Cómo se sentirán aquellos que a la mañana siguiente encuentren sus negocios, coches y motos calcinadas y arrasadas por estos hijos de su madre? Supongo que con ganas de pocas bromas y muy cabreados por la impotencia y el abandono de las autoridades políticas responsables y competentes. La sensación de que aquí hay barra libre para montar el pollo es lo que se siente al ver, día tras día, las manifestaciones de estos energúmenos sacados de la prehistoria. Embozados, encapuchados, vestidos con el riguroso negro corporativo, se disponen cada tarde a provocar un clima de miedo impropio de un Estado Social y de Derecho que ellos convierten en desecho, deshecho –que no es lo mismo- y abrasado por sus correrías.
Quisiera terminar criticando y acusando, por deducción, con nombre y apellidos, a quienes les elogian en sus actuaciones y asaltos. Me refiero, entre una larga lista de listos de opereta, a Pablo Iglesias, Pablo Echenique, Rafael Mayoral, Alberto Garzón, Isabel Serra, el impresentable alcalde de Valencia –de Compromís, como no podía ser de otra forma- Joan Ribó, el criminal de Arnaldo Otegui –amiguito del alma de nuestro ínclito vicepresidente-. Ellos con sus declaraciones repudiables, comentarios recusables y reprobable comportamiento, son cómplices de la milicia mercenaria que altera el orden social establecido. Esta es la verdadera anormalidad democrática que padecemos, aunque hay más síntomas, se lo aseguro. Pero de todo ello les seguiré comentando mis reflexiones en artículos venideros.

Muy bueno lo comparto al 100%